Sanidad

Industria farmacéutica: error del sistema

Ben Goldacre

Con su primer libro, Mala ciencia, Ben Goldacre alertó a más de medio millón de lectores de las prácticas más que dudosas que muchos “idiotas” insisten en disfrazar de ciencia. Desde la homeopatía, a algunas absurdas teorías sobre la nutrición o la explotación del efecto placebo, este médico especializado en psiquiatría, académico y escritor británico puso patas arriba muchos de los mitos que confunden, desorientan o, simplemente, engañan a un público que quiere creer en las bondades de lo pseudoempírico. Basado en las columnas que escribía semanalmente para el diario The Guardian, aquel libro es “absolutamente” el preludio del título que acaba de publicar en España: Mala Farma(Paidós).

No se asusten pero… la industria farmacéutica es, cuando menos, nociva para la salud. Goldacre fundamenta sus afirmaciones en una cascada de datos y análisis que parecen no dejar espacio para la duda. “En mi primer libro explicaba cómo se distorsiona la ciencia para confundir al público y vender”, explica al teléfono el autor, que se despacha en inglés a un ritmo aún más trepidante que los capítulos de su libro. “Con Mala Farma hago el mismo tipo de crítica, aunque en este caso se usan unos trucos aún más sofisticados”.

El principal problema radica, según explica, en cómo se diseñan los ensayos clínicos, de los cuales un 90% están patrocinados por la industria farmacéutica. Si los resultados no salen al gusto de la empresa, esta va y no los publica. Puede parecer una trampa sin demasiada trascendencia, pero hace que los doctores –que, además, reciben suculentos regalos por parte de las farmacéuticas- receten sin tener todos los datos en su mano. “No es que escondan pruebas de que una droga puede matar”, aclara Goldacre, “pero inducen a errores sobre lo efectivas que pueden llegar a ser”.

Traducido en datos, esto significaría que, por ejemplo, “si tienes un tratamiento que puede salvar seis vidas y otro ocho, se puede engañar para recetar el que solo salva seis vidas. No estamos hablando de una voluntad de hacer daño, pero sí de imperfecciones en el sistema, porque los pacientes no reciben el mejor tratamiento”. La cuestión, además, es que estas distorsiones, acuciadas por agresivas campañas de marketing, son parte de una cadena con multitud de agentes involucrados: desde quienes realizan los ensayos, a los que publican -o no- los datos en los diarios médicos (que en muchos casos son profesionales que lo hacen como un trabajo aparte, según cuenta Goldacre, por lo que a veces no ponen todo el interés que debieran), a los propios médicos, que no poseen toda la información para evaluar cuál sería el tratamiento más adecuado para cada paciente.

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Ante esta situación, ¿qué queda en la mano del público? Poca cosa, dice Goldacre. “El problema es que no es algo que puedas arreglar tú solo con tu médico: no hay una solución mágica que te pueda proporcionar el mejor medicamento”. Solos, no hacemos nada. En común ya es otra cosa. “En el Reino Unido, hemos lanzado una enorme campaña: Alltrials.net, que ya cuenta con el apoyo de 50.000 ciudadanos, además de importantes cuerpos académicos y grandes empresas farmacéuticas, incluida JFK, una de las más grandes a nivel global”, explica el galeno, que se declara “sorprendido” de la repercusión que ha tenido su libro, que desde que salió en su país el año pasado ha vendido 100.000 copias.

Con “la mitad” de los resultados de los ensayos clínicos sumidos en un profundo agujero negro, desde Alltrials.net se lucha por imponer la transparencia en todos los niveles de la cadena de los fármacos. “Esta es la era de la información libre”, dice él, positivo. “Es inevitable que se produzca el cambio, y cuanta más gente esté informada de lo que pasa, más fácil será”.

Eso sí, advierte Goldacre, que la industria farmacéutica sea menos que intachable en sus prácticas, no implica que haya que pasarse a otras terapias alternativas. “He escrito más que nadie sobre lo que hacen los homeópatas: que hayamos desarrollado la industria aeronáutica no significa que las alfombras voladoras funcionen”, dice. “No se puede tratar a la gente como niños: hay que mantener una conversación seria sobre lo que sucede”. Tampoco se puede hacer rodar ninguna cabeza, porque en este caso no hay culpables con nombre y apellidos. "Se trata de un fallo sistémico: es todo un ecosistema de problemas, y eso es también lo que lo hace interesante”.

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