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“No creo en la solución islandesa”

La diputada islandesa Margrét Tryggvadóttir.

Cuando los políticos fallan “tan enormemente”, los ciudadanos tienen la obligación de tomar las riendas de sus propios destinos. Así lo siente, y así lo hizo Margrét Tryggvadóttir. Habitante del país que en 2008 tuvo el muy dudoso honor de alzarse protagonista del mayor colapso financiero de la historia, Islandia, como licenciada en Teoría de la Literatura Tryggvadóttir poco o nada tenía que ver entonces con los ires y venires gubernamentales.

Ante la gravedad del derrumbe que tenía lugar ante sus ojos, su inexperiencia no le frenó a la hora de participar en la fundación de un nuevo partido que se materializó en las semanas previas a las elecciones anticipadas celebradas en 2009, y que surgió con la intención de hacer escuchar no la voz de los mercados o de la banca, sino la de las personas. Tras una serie de vicisitudes, aquel Civic Movement, o Movimiento Cívico, se transformó en la alianza Dögun, partido por el que hoy es diputada en el Parlamento islandés.

Enormemente recuperada de aquel tremendo golpe propinado por los tres grandes bancos nacionales, que se endeudaron hasta alcanzar cotas estratosféricas, Islandia no es, sin embargo el paraíso que se suele representar como medio de comparación con otros estados aún profundamente sumidos en el pozo -véase España-. “No creo en la solución islandesa”, asegura taxativa Tryggvadóttir. “No ha sido lo suficientemente buena para nosotros: solo estamos posponiendo nuestros problemas”. Así que lanza un consejo: no sigan “su cuento de hadas”.

Invitada al Foro Social de Rototom Sunsplash, el festival de cultura reggae y activismo que se celebrará entre el 17 y el 24 de agosto en Benicàssim -y que contará con destacados invitados como Damian Marley, hijo de Bob Marley, o la premio Nobel de la Paz Rigoberta Menchú- Tryggvadóttir adelanta vía email a infoLibre algunos de los temas que tratará en los dos encuentros en los que participa: Luchas sociales en Europa y La desobediencia civil, una respuesta desde la no violencia. Porque a base de lucha, y a base de desobediencia, los islandeses han alcanzado importantes logros. Pero la diputada no quiere dejar de subrayar los retos pendientes; a saber, uno acuciante: “una deuda insostenible”.

El drama de los poco más de 300.000 moradores de la enorme isla situada casi en el centro del triángulo entre Reino Unido, la península Escandinava y Groenlandia comenzó a hacerse tangible cuando en 2008 las autoridades financieras islandesas se hicieran con el control total del segundo banco nacional, el Landsbanki. Solo un día después nacionalizaban el tercero, Glitnir, y no mucho más tarde se declaraba en suspensión de pagos el primero, el Kaupthing. Solo este trío cargaba con el 80% de la deuda nacional, 50.000 millones de euros para un país con una masa demográfica poco mayor que la de la ciudad de Valladolid. Comenzaron así -cosa insólita por estos lares- las dimisiones, encabezadas por el primer ministro, Geir Haarde. Fue ahí cuando nació el Movimiento Cívico.

“El problema fue que no tuvimos tiempo para organizar el partido, lo que resultó en unas broncas muy duras dentro de sus filas”, recuerda Tryggvadóttir.“Después de las elecciones de 2009 el Movimiento Cívico se escindió, y tres de sus diputados crearon El Movimiento. Más tarde nos volvimos a unir y formamos una alianza llamada Dögun (Amanecer), junto a otro partido más pequeño y muchos individuos que se presentaron a las elecciones de 2013 pero no consiguieron el 5% de los votos necesario para entrar en el Parlamento”. Ni el idilio ciudadano fue tan bucólico, ni los resultados obtenidos tan fructíferos. Solo hay que ver que, a día de hoy, el país vuelve a estar gobernado por los mismos dos partidos que lo colocaron al borde del abismo.

“La buena noticia en ese sentido es que ahora la gente los tiene estrictamente vigilados”, apunta la política. “Pero el país está profundamente endeudado, lo mismo que los hogares, y nuestro dinero es como de Monopoly, no vale en el resto del mundo, así que todavía quedan un montón de cuestiones por resolver”. Aunque no todo es negativo: su partido, que Tryggvadóttir define como “de minoría, no de oposición", también ha impulsado algunos cambios.

Ella resume los éxitos en tres cuestiones fundamentales, el número de propuestas que lograron pasar en el Parlamento: una sobre ciertas condiciones del reféndum sobre Icesave (una banca online perteneciente al Landsbanki), otra sobre la transformación de Islandia en un refugio para para la información y la libertad de expresión, y la otra sobre el hecho de que el Parlamento debía seguir trabajando en una nueva Constitución.

Hubo que despertar de golpe, con un tremendo susto, para poder salir del ensueño de seguridad y crecimiento ilimitado en el que el mundo occidental vivía sumido antes del estallido de la crisis. "Pensábamos que todo iba bien y que nuestros banqueros eran genios. Y resultó que eran criminales, pero eso era algo que no podíamos saber". Ahora toca enmendar los errores, y pensar que cuando todo acabe, se habrán aprendido lecciones. "La cosa puede acabar en las dos direcciones", opina Tryggvadóttir. "Pero yo espero que salga bien". 

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