Cine

Las películas de la gente de a pie

Rodaje de una de las películas de Cine sin Autor.

El modelo tradicional de producción de cine, creen Gerardo Tudurí y Daniel Goldmann, ha excluido históricamente a la gente corriente de los procesos creativos. Como miembros fundadores del colectivo Cine Sin Autor (CSA), ellos proponenromper con "esa minoría privada que nos ha dotado de contenido”. Hasta ahora, apuntan, hemos visto casi siempre los filmes que nos han impuesto, bien desde la industria, bien desde el imaginario personal de determinados autores. “Y en este momento tecnológico y social, nos parecía evidente romper con ese sector privado, minoritario y elitista, que ya se está rompiendo solo de por sí”.

Tras años de reflexión teórica, en 2012 abrieron La fábrica, un espacio alojado en la nave Intermediae de Matadero Madrid, que sirve como campamento base de operaciones. Ellos solo hacen de intermediarios, sin jerarquías. Quienes realizan las películas son personas normales y corrientes: vecinos del barrio, estudiantes de instituto, jubilados, amas de casa… Solos o en grupos de hasta cien personas, han creado historias que van desde el drama a la comedia, desde la voluntad de innovación estética a la reivindicación social, o desde la plasmación de la propia experiencia a la más inaudita imaginación narrativa. Ellos mismos son -o pueden ser- los actores, directores, productores, cámaras y demás puestos relacionados con la realización de la película.

"Es un modelo de producción de cine social en el que se introduce el imaginario de la gente común", indicaTudurí. "Hay que desmantelar la forma en que funciona el cine, que es una cadena preparada para que la maneje el sector”. Desde principios de este año, CSA ha mostrado mensualmente en la Cineteca del Matadero extractos de los desarrollos de las distintas películas -hasta este junio sin terminar- que se han venido realizando en los últimos meses. “Entre sí se diferencian mucho”, explica Goldmann. Comparados con los filmes al uso, “hay menos coherencia narrativa, porque son muchas cabezas pensantes. Es un arte que se parece más a la vida, más natural”. 

Que los autores no sean profesionales del cine, no significa, como señalan estos dos de los cuatro fundadores de CSA, que los resultados sean desdeñables. "Mucha gente que viene de fuera se sorprende por la estética", dice Goldmann. "Piensan que van a ver algo cutre o amateur y acaban sorprendiéndose de la capacidad de interpretación y de crear imágenes de la gente". El proceso, además de ser asambleario, está abierto a quien quiera participar. Es decir, se aceptan sugerencias. "Después de la exhibición de las películas no terminadas se ha generado un debate", explica Goldmann. "Y eso es algo que engancha: si no has estado involucrado, también puedes cambiar las cosas".

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Una vez terminadas las películas, ha llegado el momento de pensar en el siguiente paso: la distribución, cuyo modelo también divergirá del habitual: a partir de las numerosas propuestas alternativas que ya se ponen en práctica a día de hoy, desde CSA intentarán “darles una vuelta para que encajen en un modelo social y colectivo”. ¿Cómo? Por ejemplo, enviando películas a festivales con dinero recaudado a través de fiestas participativas, o juntando financiación a través de un crowdfunding activo, es decir, no solo poniendo dinero, sino pasando también a formar parte del equipo de la película, con capacidad para la toma de decisiones. "La cuestión es debatirlo con la gente y probar". 

Como, además, cada filme "tiene su viaje", es posible buscar soluciones individualizadas. El realizado por un anciano que murió de cáncer durante el rodaje y cuya historia han terminado de contar sus familiares, podría ser distribuido a través de fundaciones que trabajan con su enfermedad. "No hay una pauta a seguir, solo un concepto universal: la colectividad". Hasta el momento, el presupuesto para desarrollar sus actividades ha provenido mayoritariamente de los bolsillos personales de los miembros. Matadero les dio una subvención para dos meses que se acabó con los recortes, aunque les siguen cediendo el espacio, y cuentan además con una docena de colaboradores voluntarios que les ayudan principalmente con las cuestiones técnicas. 

Unidos por el Patio Maravillas (un centro social y cultural ocupado y autogestionado de Madrid) en 2008, los CSA comenzaron a trabajar con instituciones –como el Medialab del Prado o el museo Reina Sofía- a partir del año 2011. “El proyecto nace en respuesta a una crisis cuando nadie la llamaba todavía así”, recuerdan. “Nosotros formamos el colectivo cuando todavía vivíamos en la ficticia panacea”. Más allá de lo estrictamente fílmico, entienden la convivencia comunitaria y asamblearia como una forma de vida. Y en lo que se refiere propiamente al cine, dar un paso adelante que en el fondo es una mirada al pasado, a una época más experimental, “como antes de Pathé (la primera gran productora de la historia del cine, fundada en 1896), con la que se industrializó el cine y ya no hubo marcha atrás”.

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