Arte

Sanz Lobato, el fotógrafo que retrató la España profunda

Mujeres en Viernes Santo en Bercianos de Aliste (Zamora)

Un partido de fútbol en un campo polvoriento y pedregoso de un pueblo de Madrid; un maletilla asustado junto a una barrera de tablas en una localidad abulense, o el rigor negro, muy negro, de las mujeres de Bercianos de Aliste (Zamora), en la Semana Santa, representan a través del ojo de un maestro la esencia de la España profunda de los años sesenta y setenta. Fue un país pobre, inculto y atemorizado por una dictadura que Rafael Sanz Lobato (Sevilla, 1932) supo retratar como pocos en un ejercicio de “fotografía documental de fin de semana”, según sus palabras, que le ha valido, aunque tarde, el reconocimiento como uno de los mejores fotógrafos españoles de las últimas décadas. Autor casi maldito hasta hace bien poco, el Premio Nacional de Fotografía de 2011 reivindicó a Sanz Lobato, que este verano expone en Madrid lo mejor de su producción en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.

“Un fotógrafo documentalista tiene que actuar como un camaleón para hacer bien su trabajo, es decir, confundirse con el paisaje y con el paisanaje”, comenta el veterano profesional que, a sus 80 años, mantiene una energía y una vitalidad envidiables. Su curiosidad sigue intacta, a pesar de que una enfermedad en un ojo le ha impedido continuar su tarea, a pleno rendimiento, en la última década. “Soy un hombre pegado a una lupa”, observa con humor, “aunque todavía puedo positivar. Pertenezco a la ONCE, con eso está todo dicho. En realidad me aguanto, qué le vamos a hacer, porque no puedo ni leer ni conducir ni hacer fotos”. Este sevillano, instalado en Madrid desde que era un chaval, nunca sintió arraigo en las grandes ciudades y su ilusión, durante muchos años, pasó por meter dos Nikon, unos objetivos y algo de ropa en una mochila y largarse los viernes a recorrer España, desde Galicia a Extremadura pasando por Castilla.

De esos viajes la citada exposición, que estará abierta hasta el 8 de septiembre, muestra impresionantes imágenes de fiestas populares como la caballada de Atienza (Guadalajara); a rapa das bestas (Pontevedra); el auto sacramental de Camuñas (Toledo); o el Viernes Santo de Bercianos de Aliste (Zamora). Rostros y actitudes de una España eterna que dan la sensación de estar varados en el tiempo y que han perdurado hasta anteayer, hasta que el país se modernizó y dejó atrás un pasado rural. “Yo no era consciente de que estaba fotografiando el final de una época, una España que estaba a punto de cambiar en los años setenta”, explica Sanz Lobato tras subrayar que nunca tuvo ningún problema con sus fotografiados a los que se acercó siempre con respeto y simpatía. Nunca pidió permiso para disparar su cámara, pero nunca manipuló una foto, una práctica que detesta profundamente aunque haya sido adoptada incluso por mitos de la fotografía como Eugene Smith. “Claro que nuestro país se ha transformado mucho, pero aún quedan vestigios de esos pueblos que yo fotografíe. Mi mayor satisfacción ha sido ese trabajo más que un Premio Nacional de Fotografía en 2011 que recibí con estupor y alegría contenida”.

Fotografía de 'alto standing' a la española

Fotografía de ‘alto standing’ a la española

A partir de la década de 1980 el panorama de la fotografía sufrió un cambio radical en España. La aparición de nuevos periódicos, el auge del fotoperiodismo y la irrupción de nuevos fotógrafos, tanto documentalistas como artísticos, con nombres como Cristina García Rodero (que reconoce a Sanz Lobato como su maestro) o Alberto García Alix contribuyeron a que la fotografía entrara por la puerta grande en los museos, en los centros de arte y en las librerías. “Los fotógrafos dejamos de estar limitados a clubes de iniciados y se abandonó un pictorialismo caduco”, señala Sanz Lobato. Desde aquella época ya comenzaron a proliferar las muestras y exposiciones, a la vez que se extendió un mayor respeto por estos profesionales, aunque en palabras de este veterano fotógrafo, la mayoría de políticos “sigue sin tener el más mínimo interés por la cultura y mucho menos por la fotografía”.

Durante buena parte de su vida laboral, Rafael Sanz Lobato compaginó su trabajo como fotógrafo profesional para instituciones o empresas privadas con su pasión por el documentalismo que luego derivó también hacia los retratos o los bodegones. “Digamos”, señala en una frase muy gráfica, “que yo comía de la foto en color y vivía del blanco y negro”. Tiene este ya consagrado profesional una visión del fotógrafo como un cazador solitario, siempre con la escopeta a la espera de su presa. A sus alumnos y discípulos les recomienda que disparen a todo lo que se mueva, que vean mucha fotografía, que asistan a exposiciones, que aprendan teoría y técnica… “Cartier Bresson ya aclaraba”, afirma, “que la toma de una foto suponía un momento muy complejo. Hay que estar en el sitio oportuno y en el momento justo. Luego, saber encuadrar y apretar en el instante justo, ni antes ni después”.

Atento al progreso técnico de la fotografía, Rafael Sanz Lobato destaca los avances a partir de la revolución digital en rapidez, comodidad o facilidad de transmisión a todos los niveles. Sin embargo, lamenta que a las compañías multinacionales, que dominan el sector, el arte les traiga al pairo y que sólo busquen ganar dinero con sus inventos. Reivindica el blanco y negro, no por nostalgia sino por categoría artística, y rechaza las posturas fundamentalistas a favor o en contra de la fotografía digital. “Por supuesto, distingo en una revista si una foto en color es digital o química y me quedo siempre con la química. Hoy en día, si un joven fotógrafo quiere apostar por la creatividad que ofrece el blanco y negro frente al color, su trabajo será más complejo, pero más gratificante. Además, afortunadamente, no podrán acabar con el bromuro de plata”, concluye entre risas.

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