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Arte

Velázquez, en familia

Detalle de 'La infanta Margarita en traje rosa', de Diego de Velázquez.

El museo del Prado ha sacado y, sobre todo, ha tomado prestada, artillería de la pesada para organizar la que se revela como una de las sensaciones museísticas de la temporada. Velázquez y la familia de Felipe IV, que se inaugura el 8 de octubre y que se mantendrá hasta el 9 de febrero, reúne 29 obras, todas ellas retratos cortesanos entre los que se incluyen 15 obras de la última etapa del pintor sevillano y otras 14 realizadas por sus continuadores: su yerno Juan Bautista Martínez del Mazo y Juan Carreño de Miranda, además de su taller. De las piezas, algunas de las cuales se pueden ver por primera vez en España, un buen número provienen de instituciones internacionales, como el Kunsthistorisches Museum de Viena, que ha descolgado todos sus retratos del maestro andaluz para llevarlos a Madrid.

Comisariada por Javier Portús, Jefe de Conservación de Pintura hasta 1700 de la pinacoteca, la muestra, en la que la inigualable calidad técnica, la creatividad y la audacia de Velázquez se conjugan con la utilidad del arte como espejo y difusor del poder, pueda servir quizá de acicate ante la reciente revelación de las cuentas del mayor museo español, teñidas de rojo hasta superar el millón de euros. Los tres precedentes de antológicas del reconocido artista, tan barroco como precursor de la modernidad hasta tocar con sus pinceles el impresionismo, ya cosecharon excelentes datos de visitantes.

'La reina doña Mariana de Austria', de Diego de Velázquez.

La muestra, como quiso subrayar el comisario, no tiene voluntad de abarcar la totalidad de la producción del artista. Al contrario, se concentra en una pequeña pero muy significativa porción: la que acometió durante sus últimos once años de vida, entre 1649 y 1660. A través de sus trabajos como pintor de corte para Felipe IV, la exposición abunda en el género retratístico en España entre 1650 y 1680, que bebe insaciable de la fuente de Velázquez. “La exposición tiene una doble característica”, explicó Portús en la presentación a los medios. “Por un lado su carácter artístico, en el que se exploran los últimos años de actividad de Velázquez como retratista de corte, y por el otro el histórico, ya que se daba un momento de dificultades económicas, políticas y territoriales en España”.

El contexto (del que curiosamente resuenan potentes ecos en la actualidad), era el siguiente: en 1649, Felipe IV contrae matrimonio con Mariana de Austria. Tiene con ella cuatro hijos, aunque el varón, imprescindible para el equilibrio de la realeza, no llegaría hasta 1657, lo que provocó que durante casi una década las casa de los Habsburgo –y con ella el intrincado juego de alianzas entre las monarquías europeas- se mantuviera pendiente de un hilo. Fuera del Alcázar madrileño, la situación era de zozobra a diferentes niveles: la Guerra del segadors, en la que buena parte de Cataluña se sublevó contra el rey, no terminó hasta 1952. Y a la inestabiliad social y territorial, se sumaba una economía que hacía aguas.

En el último tramo de la vida de Velázquez se vivía en España una crisis en toda regla, que a él, que regresaba a la capital después de su segundo viaje a Roma, le afectó de manera inversa: aquellos años, el pintor alcanzaba sus máximas cotas de reconocimiento profesional y también social, al ser nombrado en 1659 aposentador de palacio e ingresar en la Orden de Santiago. “Si Velázquez llega a morir en la travesía de Italia a España en 1651”, aventuró Portús, “su figura nunca habría llegado a ser tan importante”.

'Carlos II, como gran maestre de la orden del Toisón de Oro', de Juan Carreño de Miranda.

La exposición, organizada en cinco secciones, arranca con cuatro de los 12 retratos que el pintor realizó en Roma, los cuales dan muestra de su capacidad de adaptarse a las necesidades y los gustos. Mientras que las altas esferas italianas esperaban verse reflejadas en pinturas poderosas y penetrantes, Felipe IV buscaba ser representado como “distante y elusivo”, cualidades que Velázquez supo plasmar sobre el lienzo no solo por medio de las pinceladas, sino, sobre todo, a través de los elementos que enmarcan al retratado. “Roma supuso un punto y aparte en su carrera”, añadió Portús. “Y Velázquez demostró ser muy versátil, porque supo adecuarse a los diferentes estilos”.

De vuelta a España, el pintor se encontró con una familia real en proceso de cambio, con nuevos miembros en sus filas y otros desaparecidos. De tener a hombres adultos como protagonistas, sus cuadros pasaron a centrarse en mujeres y niños, que abundaban por entonces en el clan. “Se da una variación desde el punto de vista de la composición y la gama cromática, ahora más cálida, más amplia, en la que da más valor a la materia pictórica, con representaciones más sensuales”, señaló el comisario, que puso de relevancia el parecido casi exacto de los rostros de los diferentes Habsburgo, una circunstancia que se explica por el alto nivel de endogamia en la familia.

Como certero captador de la realidad de las apariencias y de las ilusiones, Velázquez supo encerrar en los rostros, pero también en los más pequeños detalles –un reloj de mesa, un perrito sobre una silla, las mariposas que ensortijan el pelo de la infanta Margarita- una verdad cargada con la simbología del poder. Su legado, que encuentra su mayor exponente en Las Meninas –una obra que se ha mantenido en su sala habitual, aunque se adscribe conceptualmente en la exposición- Las Meninas fue retomado tanto por sus sucesores, Mazo y Carreño, como por los miembros de su taller.

'La familia del pintor', de Juan Bautista Martínez del Mazo.

En torno a los continuadores, y a la innegable influencia que el sevillano ejerció en sus trabajos, gira la última sección de la muestra, en cuyas paredes cuelgan las controvertidas Meninas de Dorset. Meninas de Dorset. El Prado, así como la mayor parte de los especialistas, atribuyen la pieza a Martínez del Mazo, una autoría que el doctor Matías Díaz Padrón, que ha estudiado el boceto durante décadas, insiste en refutar, atribuyendo el cuadro al mismo Velázquez. Una polémica que, a buen seguro, supondrá uno de los muchos reclamos de la muestra. 

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