Cine

El cine, una industria apaleada por el Gobierno

Un fotograma de 'Lo imposible', la película más taquillera del cine español.

No es culpa de los recortes, tampoco del ivazo: es que el cine español es malo. Esa es la teoría del ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, una sorprendente explicación aportada ayer en una entrevista radiofónica para justificar el desplome de la industria. Un negocio que, según una memoria realizada por el colectivo de los productores (FAPAE) y hecha pública en el pasado Festival de San Sebastián, solo en el pasado año cayó un 15%, y cuyas previsiones para este 2013 son aún más aparatosas, con un descenso estimado del 20,8%. Si el IVA cultural (en el 21% desde septiembre de 2012) y la piratería ya tenían aplastado al sector, hace solo unos días se sumó el mazazo del recorte del 12,4% de las ayudas del Estado, que se han reducido para 2014 hasta los 50,84 millones de euros. En 2012, a efectos de comparación, la cifra era de 71,11 millones.

"No creo que una actividad tan importante pueda depender únicamente de las subvenciones públicas. Yo no soy partidario de unas subvenciones excesivas a ningún tipo de actividad, sí de concederlas selectivamente", apuntó el ministro en la citada entrevista, en la Cadena Ser. La situación, objetan los productores, no es en absoluto la que pinta Montoro. El cine no depende “únicamente” de las subvenciones. El cine es una iniciativa privada que se beneficia, si cumple todos los requisitos estipulados, de unas subvenciones que son de por sí selectivas. Y que, a mayores, llegan con unos dos años de retraso. Si una productora recibe un apoyo para rodar una película, tendrá que poner primero el dinero a base de créditos.

“Te conceden la ayuda en el papel, y para tu plan de producción tú cuentas con esta ayuda, que no te llega inmediatamente”, explica Dora Sales, de Producciones sin un duro. “Así que tenemos que buscar préstamos para cumplir con los pagos de producción, avalando con recursos propios, casi con tu propia vida”. Las subvenciones, en una pincelada, se dividen en dos grandes apartados: las destinadas a la amortización y las que van a guionistas, cortometrajistas y otros proyectos especiales. Las primeras (de las que habla Sales), están relacionadas con los resultados en taquilla –a más recaudación, más subvención-, y el máximo ronda los 1,5 millones de euros.

Teniendo en cuenta que el Estado adeuda a los productores más de 60 millones de euros solo en concepto de amortización (21 millones de las subvenciones a las películas realizadas en el último trimestre de 2011, y más de 40 a las de 2012), y que el Fondo de protección a la cinematografía del ICAA, el Instituto de la Cinematografía y las Artes Audiovisuales, cuenta con un presupuesto de 33,7 millones para 2014, es seguro -a no ser que haya alguna sorpresa de última hora- que el año que viene no se realizarán todos los pagos.

Aunque se están pidiendo explicaciones de cómo se va a proceder –si se retrasarán los pagos, si se prorratearán…- por el momento, aseguran desde la industria, el gobierno hace mutis. Y todo esto, sin mencionar las promesas lanzadas al viento, como la recogida en la memoria de la Ley del Cine de 2007, que hablaba de un aumento anual de los presupuestos para el cine hasta alcanzar en 2013 los cien millones de euros o la del ministerio de Cultura, encabezado por José Ignacio Wert, que aludió a una “partida extraordinaria” para cubrir la deuda de 2011 y 2012, de la que nunca más se ha vuelto a saber.

“Las subvenciones suelen suponer un 33% del presupuesto de la película, y si en taquilla ganas más te dan un poco más”, explica Mar Targarona, productora de Rodar y Rodar. “Incluso con las ayudas, en España se hacen películas de unos 3,5 millones de euros, que si le sumas las copias y la publicidad no es nada”. La comparación se vuelve especialmente agraviante con respecto a las producciones estadounidenses, con las que compiten “en igualdad de condiciones” desde el punto de vista del espectador, y que suelen contar con presupuestos mucho (en ocasiones muchísimo) más abultados.

Precisamente para proteger la diversidad de las culturas europeas, se introdujo (Francia lo hizo) en 1993 el concepto de 'excepción cultural', por el que las creaciones –no solo fílmicas- se deberían tratar de manera diferente a otros productos comerciales. Este junio, la Comisión Europea anunció que estaba estudiando incluir la industria del cine en las negociaciones comerciales con Estados Unidos, cuya conclusión está prevista para finales de 2014. Centenares de cineastas del continente (y también de fuera de él, inclusive de EEUU), ya protestaron sobre esta posibilidad a través del manifiesto La excepción cultural no es negociable, que firmaron directores españoles como Pedro Almodóvar, Isabel Coixet o la exministra de Cultura Ángeles González-Sinde.

Un modelo en transición

La idea del aumento del 2,27% en los Presupuestos Generales del Estado para cultura –según cifró ayer el secretario de Estado de Cultura, José María Lassalle, en una comparecencia en el Congreso- choca frontalmente con el mencionado tijeretazo en la partida para el cine. Ya hay quien, como el diputado socialista José Andrés Torres Mora, habla de “venganza política”. Quien menos, como el actor Eduard Fernández, razona que se trata de una decisión “difícilmente comprensible”. Quien más, como el también actor Alberto San Juan, percibe la situación como “una guerra de clases” en toda regla. “Los presupuestos son coherentes con la política que están haciendo las instituciones del poder en España y en Europa”, dice el intérprete. “Es un saqueo característico de los tiempos de guerra. Desde el poder institucional, el gobierno y las empresas del Ibex 35, han declarado una guerra contra los ciudadanos”.

Vendetta, conflicto, inexplicable absurdo. Sea como fuere, lo único que parece claro es que el del cine es un modelo en transición. "La Cultura ha de tener un modelo mixto público-privado que dé lo mejor del sector privado mediante el mecenazgo y la fiscalidad y que incentive el tejido propio despolitizado y el ámbito de la intervención pública marcado por la transparencia, el control y la concurrencia", clamaba ayer Lassalle, siguiendo el discurso establecido desde el principio del gobierno del PP. Después de cinco reuniones de la comisión mixta formada para estudiar tal modelo de financiación, no obstante, no se ha avanzado a este respecto. En este presente que un día fue el mañana, la cacareada Ley de Mecenazgo sigue siendo una promesa para un futuro incierto, y los incentivos fiscales se mantienen en el 18%, a pesar de la petición de los productores de aumentarlos al 40%, cifra en la que se sitúan países como Alemania e Italia.

Las salidas

Ante la deuda contraída por el Estado con las productoras, la opción de salida más evidente para los empresarios, por el momento, es la de renegociar los créditos con el banco y esperar a que un día llegue la subvención convenida. Los intereses, eso sí, correrán a su cargo. Eso para las películas que ya están rodadas. Para las que están por hacer, la solución más a mano, según explican fuentes de la industria, es la coproducción internacional, una opción que ya lleva años practicándose.

El camino de América Latina es muy importante”, dice la productora Dora Sales. “Son economías que están resurgiendo: hay una industria y una creatividad emergente, y hay países, como México, que tienen legislaciones más favorecedoras”. Para Targarona, de Rodar y Rodar, la vía pasa por hacer películas en inglés, con socios estadounidenses: “El problema es que tienes que tener proyectos que no sean muy localistas, tienen que ser películas que puedan viajar”. Si se trabaja con otros países europeos, añade la productora, se puede optar a ayudas de la UE. “Otras vías son hacer televisión o películas tan pequeñas que no las vea nadie”.

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Las “otras” trabas

Más allá de lo puramente económico, declaraciones como las del ministro Montoro sobre la calidad del cine aportan opiniones que no hacen ningún bien a una industria que, como señala Targarona, crea “productos muy complejos”. “En el cine somos víctimas de una manía colectiva”, apunta, “existe una percepción de que somos una especie de cantamañanas, y es muy difícil salir del cliché”. Quizá nada sea tan poderoso para el desmentido que las cifras, que además, ponen en entredicho las declaraciones del titular de Hacienda de que los problemas del cine y la caída de taquilla tienen que ver “con la calidad” de los filmes, y que “lo del cine no tiene que ver con el IVA”.

Las producciones españolas, según datos oficiales proporcionados por el ICAA, han recaudado cada vez más en los últimos años. Concretamente, de los 81,6 millones de 2008 se ha pasado a 119,9 en 2012, un periodo en el que el número de espectadores ha crecido de 14,3 a 18,2 millones. Las exportaciones, además, crecieron un 19,9% solo en 2012. Un aumento probablemente heroico si se echa un vistazo al desolador panorama de una industria en pleno declive, con distribuidoras tan importantes como Alta Films (la mayor de España en lo que se refiere al cine independiente) en la quiebra e innumerables salas cerradas, tantas que ciudades enteras se han quedado sin una sola proyección. Solo hace falta pasear por el centro de Madrid, donde en otro tiempo hubo centeares de cines. Solo en los últimos años, han cerrado alrededor de 50, más de 500 desde los años setenta.

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