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Accidentes aéreos

Los artistas del 11 de Avianca

Los artistas del 11 de Avianca

“Barajas, buenas noches, el Avianca 11”. Pasada la una de la mañana, el vuelo proveniente de París se preparaba para aterrizar en Madrid. Ahí tenía prevista una breve escala antes de cruzar el Atlántico y volar hacia Bogotá. “Avianca cero, uno, uno, buenas noches, autorizado a aterrizar”, respondieron desde el aeropuerto. Minutos después, el avión perdió altura y se estrelló a tan sólo 12 kilómetros de Barajas. Los restos del 11 de Avianca ardieron el 27 de noviembre de 1983 en unos terrenos de Mejorada del Campo donde abundan los olivos.

181 personas murieron en el accidente y sólo hubo 11 supervivientes. 30 años después, el accidente de Mejorada es el segundo más trágico en la historia de España, sólo por detrás de la colisión de dos aviones en 1977 en Los Rodeos. La investigación determinó que la causa del accidente fue un error humano del piloto.

En aquel vuelo viajaba un grupo de artistas que habían sido invitados al I Encuentro de la Cultura Hispanoamericana. En Barajas les esperaban colegas españoles, como los escritores Luis Rosales o José García Nieto, que también irían a Bogotá. "Todos ellos, en una medida ejemplar, honran las letras hispanoamericanas y son héroes inolvidables de la imposible aventura del pensamiento y la sensibilidad", dijo el presidente colombiano Belisario Betancur como homenaje a los fallecidos Jorge Ibargüengoitia, Manuel Scorza, Ángel Rama, Marta Traba y Rosa Sabater (ver galería de imágenes).

Cuatro escritores y una pianista

La pintora inglesa Joy Laville, esposa de Jorge Ibargüengoitia, dijo que el escritor mexicano dudó hasta última hora sobre asistir o no al encuentro de Bogotá. Trabajaba en París en su nueva novela, Isabel cantaba, y no quería interrumpir su escritura. Había nacido en 1928 en Guanajuato, que definió como “una ciudad de provincia que era entonces casi un fantasma”. Se mudó a la ciudad de México para estudiar Ingeniería, aunque pronto se dio cuenta de que lo suyo eran las letras.

Probó con el teatro hasta que ganó en 1962 el Premio Casa de las Américas con la novela El atentado, a la que seguirían otras como o Los relámpagos de agosto o Maten al león. Sin embargo, fueron sus columnas en el periódico El Excélsior las que le dieron mayor popularidad. Sus textos satíricos y mordaces desmenuzaban las costumbres y el carácter de los mexicanos en plena “dictadura perfecta” del PRI. El libro Instrucciones para vivir en México resume la original y humorística obra en prensa de Ibargüengoitia, que inexplicablemente sigue sin publicarse en España.

Otro escritor que murió en el Avianca 11 fue el peruano Manuel Scorza. Sus libros y poemas aparecen vinculados a la Generación de los 50 y el indigenismo, una corriente literaria que trataba de recuperar y defender los derechos de las culturas indígenas. Su novela Redoble por Rancas fue el comienzo de una saga de cinco títulos titulada La guerra silenciosa. Por su compromiso político, tuvo que exiliarse en el extranjero hasta asentarse definitivamente en París, algo que le marcó para siempre: “El exilio es una herida extremadamente grave y dolorosa. El exilio es casi una condena a muerte”. Horas antes de emprender el vuelo, envió tres artículos a su agente literario que se publicaron póstumamente en El País y La Vanguardia.

El matrimonio literario compuesto por Ángel Rama y Marta Traba también despegó de París. Él, uruguayo, de Montevideo; ella, argentina, de Buenos Aires. Rama fue un importante ensayista y crítico que trabajó sobre todo tipo de literatura latinoamericana. “El Uruguay me hizo” es su cita más famosa. Además fue profesor y escribió para la revista Marcha. Su esposa Marta Traba también es muy reconocida por su importante labor en el estudio y la promoción de la cultura latinoamericana. Vivió gran parte de su vida en Colombia donde, entre otras iniciativas, fundó el Museo de Arte Moderno de Bogotá. Dio clases en la universidad, escribió en varias revistas y, meses antes de morir, obtuvo la doble nacionalidad colombiana.

Que la catalana Rosa Sabater decidiera ser pianista fue algo lógico. Su madre fue profesora de canto y su padre, director de orquesta en el Liceo. Con sólo 13 años, Sabater se presentó por primera vez en el Palau de la Música para interpretar un concierto de Mozart. Concertista de nivel internacional, Granados y Albéniz eran su especialidad, además de artistas barrocos como Scarlatti. El mismo año del accidente, Sabater había recibido la Creu de Sant Jordi por sus méritos artísticos.

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