Teatro

El teatro de vanguardia es para el verano

Imagen promocional de 'La chica de la agencia de viajes nos dijo que había piscina en el apartamento'.

El pretexto es uno que cualquiera puede reconocer: un fin de semana de vacaciones veraniegas en una localidad costera. Calor, playa, diversión y, sobre todo, desconexión. Dejar de lado la rutina, el mundo que se levanta con el sol y se acuesta a una hora razonable para poder rendir nuevamente al día siguiente, marcándole el ritmo a la vida. El trasfondo, sin embargo, solo puede comprenderse desde la individualidad, desde la evocación que emana de los hechos considerados arte. Porque en La chica de la agencia de viajes nos dijo que había piscina en el apartamento, el montaje de El Conde de Torrefiel en cartel en el Teatro Pradillo de Madrid (hasta el 8 de diciembre, dentro del Festival de Otoño a Primavera), no existe una historia al uso. Como explica Tanya Beyeler, la mitad de la compañía que completa Pablo Gisbert, ellos no quieren realizar composiciones narrativas tradicionales, sino “pintar un paisaje impresionista, un devenir de momentos. No hay una conclusión final, sino que se recorta un momento”.

Unidos desde 2008 ("aunque trabajando en serio desde 2010"), El Conde de Torrefiel pueden jactarse de haber conseguido poco a poco, boca a boca, levantar expectación allá donde les programan. A partir de un método basado en la experimentación y en la lluvia de ideas, en el probar, desechar, recuperar y volver a empezar, crean piezas en las que se mezclan las disciplinas artísticas y se plantean reflexiones sobre esas mismas artes y, más allá, sobre la existencia en el siglo XXI. “A partir de una idea inicial, y guiados por las intuiciones y por las necesidades estéticas, llegamos a unos resultados que van por caminos que desconoces”, ilustra Beyeler. “No buscamos conclusiones ni pretendemos dar respuestas. No es un trabajo resolutivo, sino de análisis de cómo se articula el mundo”.

La escena experimental encuentra apoyo institucional en el Centro Dramático

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Sobre el escenario, lo que prima en todas sus funciones y, particularmente, en esta Chica de la agencia de viajes..., es ante todo el texto. La palabra. “Todo lo demás es naïf, low cost, inclusive caricaturesco y arbitrario”. A partir de su experiencia anterior, Escenas para una conversación después del visionado de una película de Michael Haneke, han mejorado la idea de utilizar la iluminación de manera simbólica y estética. “Ahora tenemos un iluminador profesional, alguien que domina la paleta de colores, para hacer del escenario un lienzo sobre el que pintar”. La luz se usa así en relación con el trasfondo intelectual del pop art, que asentó el concepto de que es arte lo que se considera arte, de que no es sino el espectador quien otorga el valor a lo que está viendo. 

Como licenciados por la RESAD (la Real Escuela Superior de Arte Dramático), ni Beyeler ni Gisbert, suiza y valenciano, pueden desligarse del todo de la idea de una obra teatral como una dramaturgia cerrada, con su principio y su final, con su estructura. Por eso recurren a profesionales de otras ramas –historiadores del arte, publicistas, arquitectos, coreógrafos (para esta función trabajan con la compañía La Veronal)- para abrir las miras y dar lugar a esa hibridación de disciplinas que les define, y que Beyeler percibe como exponente de la “posposposmodernidad”. Con el cuerpo humano como "única verdad" sobre las tablas –en este caso dos cuerpos, los de la propia Beyeler y Cris Celada-, la compañía intenta que este se convierta en una “maquinaria”. “Somos antiactores: hacemos que los movimientos sean coreográficos, sin mostrar emoción ni habilidad, porque esto está en el que mira, en el público”.

Interpretada principalmente por dos mujeres (además de algún colaborador), entre las muchas ideas y reflexiones que plantean en la obra está la de los feminicidios, un tema que Roberto Bolaño trató en su monumental novela 2666, que la chica de la foto promocional de la obra sostiene en sus manos. También sobrevuelan la función como concepto –y como realidad- un montón de culos desnudos. “Son el órgano sexual del siglo XXI, el más democrático, porque es el que todos tienen”, explica Beyeler que, ante el éxito de sus proyectos se alegra tanto como se entristece. “El país sigue siendo un desastre”, se lamenta. “No hay un apoyo real a la creación, menos a la contemporánea. Al tener más público, hacer más entrevistas… mucha gente viene a darte la mano, pero no a ofrecerte financiación, o un local. Eso es bastante intolerante”.

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