Arte

La revolución será artística o no será

Desde su nacimiento, el movimiento 15-M ha estado marcado por la creatividad, muchas veces plasmada en carteles.

El 20 de mayo de 2011, cinco días después de aquella protesta que marcó el comienzo del movimiento indignado, la Junta Electoral Central prohibió a los manifestantes reunirse en la madrileña Puerta del Sol. La respuesta fue silenciosa, pero no por ello débil: desafiando a las autoridades, más de dos mil personas se concentraron en la plaza, entonces salpicada de toldos y tiendas de campaña para, a medianoche, lanzar un grito mudo con los brazos alzados, una expresión de la frustración y la rabia contenidas que acabaría por convertirse en el mayor acto de desobediencia civil de la historia de España.

El gesto supuso sin duda una muestra de sana rebeldía, pero no se quedó allí: también fue un ejemplo más de creatividad –aquella ocasión en forma de performance- de entre los muchos que se desplegaron en aquel territorio urbano efímeramente colectivizado. Echando la vista atrás hasta los años noventa, la historiadora del arte Julia Ramírez Blanco ha compendiado algunas de estas manifestaciones indivisibles de arte y activismo que han marcado las luchas sociales contemporáneas en Utopías artísticas de revuelta (Cátedra), un libro sobre la voluntad de cambio y la imaginación inherente a esta pulsión. 

“Este libro surge en mayo del 2011, cuando en Madrid comienza a montarse la Acampadasol. Mi experiencia allí fue muy transformadora. En su momento, me generó lo que podríamos llamar una revelación política, que vino acompañada también de enormes dudas. A partir de ahí, me surgió una necesidad perentoria de comprender. Es así como empieza la investigación”, explica la autora. “Empecé a tirar del hilo de los precedentes del 15M, pero leyendo acerca de distintos movimientos sociales, sin querer no hacía más que preguntarme por las dimensiones artísticas de todo aquello… Deformación profesional, lo llaman. En un momento dado me di cuenta de que los distintos textos que iba escribiendo estaban conectados y podrían formar un libro”.

Hasta llegar a Sol, última parada del libro, la autora atraviesa enclaves como la calle londinense Claremont Road, donde en 1993 se ocupó el espacio público para protestar por la construcción de una carretera que iba a arrasar con casas y espacios naturales, o las contracumbres de los años noventa y primeros dos mil, como la que tuvo lugar en Seattle en 1999 o la de Praga en el año 2000. La caída del muro de Berlín, argumenta Ramírez, marcó un punto de inflexión en la evolución del sistema capitalista y, consecuentemente, de las protestas en su contra. "Cuando cambian las mentalidades cambia la cultura, y viceversa", arguye. Las revoluciones artísticas, en cualquier caso, se remontan a mucho antes. 

Una acción de Reclaim the Streets en Oxford en 1997 | Facebook Reclaim the Streets

“Hay muchos ejemplos. En los años ochenta, en Estados Unidos ACT UP desarrolló acciones enormemente creativas para enfrentarse a la crisis del SIDA. En Inglaterra, el colectivo anarquista Class War organizó protestas con una enorme potencia simbólica, muy confrontativas”, ilustra la autora. “Retrocediendo hasta los años cincuenta, el movimiento por los derechos civiles creó escenas que aún resuenan en la imaginación colectiva. Quizás todos los movimientos de protesta hayan tenido su propia creatividad, pero es sobre todo a partir de la contracultura de los años sesenta y setenta cuando esta dimensión se hace más explícita. Los activistas de ese momento, a su vez, recogen toda la tradición de las vanguardias artísticas más políticas, como el constructivismo ruso o ciertas facciones del dadaísmo”.

Traducidos en prácticas tangibles, los movimientos recogidos en Utopías artísticas de revuelta han pasado muchas veces por realizar performances como aquel grito mudo de Sol, o como una colisión de coches planificada por el colectivo Reclaim the Streets en Londres en 1995, con la que se paró el tráfico temporalmente para convertir la carretera en una fiesta y así poner de relevancia el carácter invasivo del tráfico en la ciudad; también por construir poblados efímeros fundamentados en las prácticas del DIY (Hazlo tú mismo); o por crear murales y carteles, montar espectáculos en vivo y otras muchas y variopintas propuestas artístico-políticas colectivas y, en muchos casos, efímeras.

“La mayor parte de las experiencias que relata el libro surgen con la voluntad de durar brevemente”, apunta la autora. “En ese sentido podemos remitirnos al concepto la Zona Autónoma Temporal de Hakim Bey, donde el lugar anarquista garantiza su pureza emancipadora cambiando continuamente de lugar. En general, dimensión confrontativa hace que las utopías de revuelta sean muy difíciles de sostener en el tiempo. Sin embargo, lo cierto es que sí existen casos más duraderos donde se combina el desafío político y la experimentación comunitaria. Los municipios zapatistas en Chiapas serían un ejemplo muy claro”.

Fundamentados en la idea de lo común, estas prácticas también han tenido en sus diferentes expresiones a individuos de referencia. Se destaca en el libro el trabajo del británico John Jordan, presente primero en la ocupación de Claremont Road y después en otras protestas en Inglaterra a través de Reclaim the Streets, grupo que cofundó con el objetivo de aunar creación y activismo a través de la acción directa, la clave que apuntala todas las utopías artísticas.  "Sin lo individual no puede existir lo colectivo, y a la vez, lo colectivo atraviesa nuestra individualidad", señala Ramírez. "El capitalismo tiende a hablar sólo de lo personal, y otras ideologías más vinculadas a la izquierda tradicional lo oscurecen frente a la fuerza de lo colectivo. Parece una obviedad, pero el gran reto es poder conciliar ambos".

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