Amelia, la tercera de las hijas de
Bernarda Alba, es una mujer apocada, vergonzosa. Por no molestar, casi ni abre la boca. A
Carina Ramírez, quien la interpreta desde hace ya varios años en el montaje de la compañía de teatro de integración
Atalaya-TNT, no le vale esa opción: tiene que hablar, soltar lo que lleva dentro. Porque su historia, a su manera, es también una suerte de
tragedia lorquiana, esta indudablemente del siglo XXI.
Los hechos se remontan a
abril de 2009, espoleados por ese medio que tantos dramas nos acerca: la televisión. Entonces, el programa de Cuatro
21 días se desplazó hasta
Sevilla para pasar tres semanas viviendo en un poblado chabolista.
El Vacíe, el más antiguo de Europa. Una ciudad de basuras, hacinamiento, humedades y miserias que la familia Ramírez, de etnia gitana, llama su hogar.
La por entonces conductora del espacio,
Samanta Villar, debía vivir como lo hacían los protagonistas de su reportaje para así transmitir sus experiencias desde las vivencias en primera persona. A los pocos días de grabación y convivencia con los Ramírez, que la acogieron bajo su techo, tocó salir a
buscar chatarra, unos hierros que vender para conseguir unos euros. Sin ellos, aquel día quizá no hubieran comido.
Seguidos por las cámaras, un grupo de personas emprendieron el camino que ya habían tomado otras veces. Por entonces, sin la chatarra, Ramírez no tenía manera de hacer algo de dinero. Hoy tiene el teatro, que le ha servido para recibir, además de un pequeño sueldo, un poco de la educación a la que nunca accedió. Junto a ellos iba la periodista, que conducía la furgoneta en la que cargaron el material robado. Los
30 euros escasos que pudieron ganar con aquella venta, que se valoró en 900, le han acabado costando a Carina
un año de prisión, que empezará a cumplir a partir de
mañana viernes.
“¿Cómo me voy a sentir?”, suspira Ramírez al otro lado del teléfono, que descuelga desde la furgoneta que la lleva hasta Sevilla desde
Elche, localidad que este miércoles ha acogido la que será, al menos hasta nueva orden, su última función con sus otras siete compañeras del elenco de
La casa de Bernarda Alba. “Aquello pasó hace cinco años,
yo tengo tres hijos, el pequeño de tres años y con bronquitis. No quiero entrar, tengo que trabajar para darles de comer, quiero que me den otra oportunidad, que pueda pagar una fianza, no sé”.
La multa que le impusieron, gracias a que la compañía le ayudó a recaudar fondos, ya está pagada. Después de que su petición de
indulto haya sido denegada por el Consejo de ministros, su única oportunidad, esa que no deja de pedir, es que le concedan e
l tercer grado. Que le permitan hacer vida de día y dormir en prisión, algo que cree posible que ocurra, y de lo que le tendrán que informar en las próximas horas.
La angustia de la espera, al menos, terminará pronto. Porque ya es mucho el tiempo que lleva cargando con ella. Y los nervios están casi rotos. Se acabaron de rasgar cuando, estando en
Rotterdam de gira con la compañía, le avisaron de que, sí o sí, tendrá que ingresar en la cárcel, e impusieron sobre ella una
orden de busca y captura que se levantó al aceptar el ingreso voluntario en prisión.
Pero Carina debe recomponerse, lo sabe bien, puesto que ella no es la única perjudicada de esta historia rocambolesca. También están sus hijos, tres, que si no hay más remedio
tendrán que vivir con la abuela. Con Rocío, su madre, que es también la madre de la obra, hoy por hoy, su única vía de ingresos, ya que la chatarra hace tiempo que ni la tocan. “Estoy muy triste, no quiero que le suceda esto”, dice Rocío, también montada en la furgoneta que a ella la lleva a Sevilla y a Carina, al encierro. “
Yo también estoy enferma, y
somos muchos, yo no puedo estar con los niños”.
Por si tenían poco, otro de los siete hijos de Rocío,
el hermano de Carina, lleva cuatro meses en prisión por el mismo robo. La reportera del programa quedó
eximida de culpa al declarar que no tenía conocimiento de que se fuera a cometer un delito. Pero Carina
tenía antecedentes. “La chatarra la cogí para dar de comer a los niños, no fue un robo con violencia ni nada”, se lamenta. “Yo creía que Samanta era buena, pero al final se ha portado mal. La llegué a querer como una hermana.
Cuando estuvo aquí la dimos de comer todos los días”.
Cierto que en este país andan sueltos muchos que deberían estar en prisión para mucho tiempo, cierto que aquí florece la impunidad para los delincuentes, pero ¿eso significa que no hay que cumplir la ley?, ¿que mejor abrimos las cárceles y dejamos salir a todos los encerrados?, ¿es que quienes trabajan en el teatro no deben ir a la cárcel? Pues nada, a esos que sin violencia roban toda la instalación de cobre de una finca o una autopista vamos a no tocarle ni un pelo. Es curioso que no se cuente en qué consistió exactamente el delito de esta tal Carina, porque por llevarse chatarra abandonada nadie va a la cárcel, luego hay algo más. Que lo cuenten y ya opinaremos con fundamento, todo lo demás me parece otro ejercicio más de demagogia y buenismo. Blesa debe ser juzgado y -por mí, desde luego- ir a la cárcel, pero la solución no es que otros no sean encarcelados.
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