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Savia nueva, viejas soluciones

León del Congreso de los Diputados.

La democracia nos vale como sistema de gobierno común, pero es necesario reformularla. Las respuestas a muchos de los interrogantes sobre cómo hacerlo ya han sido resueltas por otros países así que, ¿por qué no adaptar esas soluciones a las necesidades de España? Bajo esas premisas, los siete jóvenes que componen el colectivo Politikon -nacidos entre finales de los setenta y finales de los ochenta- han aunado plumas y perspectivas en La urna rota (Debate), un libro que pretende plasmar "negro sobre blanco" la actual situación de las instituciones y las políticas públicas y las vías que existen para mejorar la salud de nuestra maltrecha democracia. Nos reunimos con cuatro de ellos para charlar sobre la publicación. P. Empezamos. ¿Quiénes sois, de dónde venís, y adónde vais?

Octavio Medina (1988). Yo soy Octavio Medina, nací en Madrid, pero mi madre es brasileña y mi padre es murciano. Me fui a estudiar economía a EEUU y me quedé allí trabajando, ahora estoy en el Banco Mundial. Y espero hacer un doctorado o máster, o algo similar.

Jorge Galindo (1985). Yo soy Jorge Galindo, nací en Valencia, en el Cabanyal, concretamente, y allí me crie. Estudié sociología y pasé un añito aquí en Madrid en la Complutense de Séneca. Después trabajé durante un tiempo en España como consultor de política pública y me fui fuera con una beca a hacer un máster. Ahora estoy en la Universidad de Ginebra como investigador y candidato doctoral.

Roger Senserrich (1979). Yo soy Roger Senserrich, nacido en Venezuela de padres catalanes. Viví en Barcelona, estudié en la Pompeu, estuve aquí en Madrid una temporada y me fui a vivir a New Haven para trabajar en mi tesis, aunque acabé conociendo a mi mujer allí y una cosa lleva a la otra y llevo allí diez años. Trabajo en una ONG que se dedica a temas de pobreza en Connecticut.

Pablo Simón (1985). Yo soy Pablo Simón, nací en Arnedo, La Rioja, y luego me fui a estudiar Políticas y me hice doctor en Ciencia Política en la Pompeu i Fabra de Barcelona. Ahora mismo soy investigador posdoctoral en la Universidad Libre de Bruselas.

P. ¿Por qué os habéis unido como colectivo y qué es lo que queréis, cuáles son vuestros objetivos?

RS. Como colectivo nos conocimos en Internet, de hecho. Escribíamos todos, nos leíamos mutuamente y nos gustaba cómo escribíamos, así que decidimos empezar a escribir juntos porque el tono que utilizábamos era similar, nos preocupaba la reacción a la crisis en España. Empezamos a escribir bajo el mismo techo, la misma url, básicamente por eso, porque éramos un grupo de gente que teníamos una aproximación muy similar a los problemas de las políticas públicas, a los problemas de diseño institucional, y una cosa llevó a la otra.

JG. Y nos parecía que había al mismo tiempo –y sigue habiéndola- una falta en el debate público español sobre cómo afrontar determinadas reformas que actualmente se están planteando. Se trata de entender bien cada una de las propuestas que existen más allá de las discusiones personalistas sobre justicia y dignidad… Se trata de decir: vale, vamos a bajar a la Tierra y vamos a juntar toda la evidencia que ponen a nuestra disposición las Ciencias Sociales, que llevan mucho tiempo produciendo tanto teoría como evidencia empírica sobre cuáles son las consecuencias de una reforma electoral determinada, o de una reforma de primarias, y vamos a poner esto negro sobre blanco y vamos a intentar aportar algo al debate público, tanto en Politikon como en nuestras intervenciones en medios como este libro.

RS. Esta es la primera vez que los siete autores estamos en el mismo sitio, muchos no nos conocíamos en persona hasta hoy.

PS. Todos nos conocíamos a todos, pero no habíamos estado todos juntos en el mismo código postal.

P. Por lo que se desprende del libro, sois unos fervientes defensores de la democracia, y vuestras ideas giran en torno a cómo reformarla. ¿Por qué nos sirve la democracia frente a otros sistemas?

JG. La sociedad siempre va a tener que tomar decisiones colectivas que den lugar a un cierto conflicto de intereses y de preferencias. Si hay algo que es constante en la historia de la humanidad, es eso. Y hacen falta unas herramientas, unas reglas del juego para poder tomar decisiones conjuntas. Y de momento, la verdad es que con la democracia no nos ha ido nada mal, cuando lo comparamos con todos los otros sistemas.

RS. Es como esa frase de Churchill que decía que la democracia es el peor sistema de gobierno con excepción de todos los demás.

PS. Nosotros tampoco entramos muy en profundidad, pero sí que planteamos que existen dos grandes vías de entender la democracia. La democracia entendida como un conflicto entre élites en la que tú puedes poner a unos gobernantes u otros, o la idea republicana o más participativa de que, además de eso, tenemos que implicarnos también, participar en política, etc. En ambas visiones hay un punto en común: que la representación y la calidad de la representación es importante. Es decir, las personas que están al frente de nuestras instituciones son relevantes, porque lógicamente el mal gobierno no tiene adeptos. En lo que nos centramos es en ver qué reglas se pueden plantear para intentar escoger mejores representantes o al menos permitir que exista mejor rendición de cuentas, que los representantes sean más representativos de las demandas sociales que existen, y esto es algo que no hacemos en un plano de la justicia ideal, sino comparando con lo que hay en otros países, en otros entornos, con lo que se ha probado: vamos a ver qué reglas se han aplicado, vamos a ver qué nos ofrece la evidencia sobre cómo lo han hecho y vamos a ver las posibles alternativas, con sus pros y sus contras, para que cada cual se funde la opinión que considere.

RS. Nuestro punto de partida es que las instituciones importan y que la política importa y para que las instituciones funcionen y la política dé los resultados que se esperan hay que meterse en política. Las instituciones solo van a mejorar si trabajamos para que mejoren.

OM. Huimos de los maximalismos, tanto del que dice que hay que acabar con todos los políticos como el de que esto nos pasa porque somos españoles y siempre hemos sido así. Nosotros defendemos que ya hemos hecho muchísimo, hace 40 años éramos un país muy distinto: las reformas se han hecho en el pasado, con mucho éxito, y se pueden seguir haciendo ahora. No hay razón para pensar que no se puedan formar nuevas coaliciones a favor de un cambio si la información está disponible para los ciudadanos.

P. El libro está divido en dos partes: los problemas y las soluciones. En la primera, dejáis claro que hay una pervivencia del posfranquismo en las instituciones. ¿De qué maneras se muestra?

RS. En el momento en que inauguramos el régimen del 78 se produce un corte de 200 años de regímenes fallidos en España, en los que hemos tenido sucesiones de guerras civiles, golpes de Estado, canibalismo político, violencia política, fragmentación, atomismo. Nuestra historia durante el siglo XIX y gran parte del XX es la crónica de un fracaso. Cuando se inaugura este nuevo régimen, más allá de las negociaciones evidentemente interesadas entre franquistas salientes y la oposición, la idea es intentar poner un corte a todo esto convirtiendo a los partidos en instituciones lo más fuertes posible. Y en ese sentido, se aboga por cúpulas centralizadas dentro de los partidos, que no exista competencia interna, que las listas sean cerradas, que la administración sea politizable, es decir, que haya grandes márgenes para la colocación de puestos de libre designación, etc. Y eso en cierta medida fue exitoso.

OM. Muchas de las decisiones tomadas en ese periodo son muy racionales y eran las decisiones correctas en 1978, pero eso no quiere decir que las instituciones de 1978 sean correctas eternamente.

PS. Ese es un poco el punto: la idea es que hemos conseguido ese corte histórico, y ahora es necesario avanzar hacia un modelo de democracia de más calidad, y eso requiere realizar reformas institucionales que atenúen esos extremos. Unas reformas que sí se han hecho en otros países que tuvieron este tipo de regímenes: se han desbloqueado las listas en cantidad de países, y las primarias son moneda más corriente en todo nuestro entorno. Son cosas que mirando a nuestro alrededor nosotros también podemos hacerlas para alcanzar una política de mayor calidad.

P. Cuando habláis de la corrupción, establecéis comparaciones con otros países basadas en el nivel de renta. Por ejemplo, decís que en Alemania hay menos corrupción que en España porque allí el nivel de renta es mayor. ¿Es este tipo de comparación suficiente? ¿No haría falta tener en cuenta otros factores, como los culturales?

OM. Lo que decimos es que para nuestro nivel de renta, España no es un país más corrupto de lo que nos correspondería, estamos bastante ajustados, porque por ejemplo somos más corruptos que Alemania o que Suecia en parte porque somos más pobres.

JG. Pero eso no es una explicación, y no lo puede ser nunca, para justificar por qué España tiene el tipo de corrupción que tiene.

RS. De hecho, es muy posible que Suecia sea más rica porque han trabajado mucho contra la corrupción.

JG. La corrupción, a partir de cierto nivel de renta, está claro que en el largo plazo es un problema, es un cáncer para el crecimiento, y entonces la dirección causal, como decía Roger, probablemente es la contraria. Es cierto que las causas de la corrupción son muchísimas, pero intentamos huir de argumentos culturalistas por varias razones: probablemente la más simple es porque son argumentos que son circulares: somos así porque somos así y entonces quiere decir que nunca podemos cambiar. Y no solo eso: es que no tenemos ningún tipo de evidencia empírica sólida que nos permita establecer que el hecho de tener una cultura compartida vaya a determinar tu grado o tu inclinación hacia la corrupción. En lugar de eso, nosotros intentamos hablar de cómo y por qué nuestro diseño institucional favorece ciertas actitudes corruptas o no las favorece, entonces uno de los temas de los que hablamos es de la politización de las administraciones públicas y de cómo el hecho de que haya muchos puestos de libre designación, sobre todo a nivel local, unido con el río de crédito que nos llegó con la burbuja inmobiliaria, facilitó la aparición y el crecimiento y asentamiento de un tipo de corrupción muy determinado, que es la corrupción urbanística, que ya vimos todos cómo funcionó y también vimos todo lo poco penalizada que era por los votantes en ese momento, y lo muy penalizada que es ahora.

PS. Esto es particularmente relevante, porque no olvidemos que Irlanda por ejemplo también sufrió una burbuja inmobiliaria como la nuestra, pero no tuvo una eclosión masiva de casos de corrupción, lo que revela que existen dos factores que juegan al mismo tiempo. El contexto internacional y el río de crédito, que colisionaba con unas instituciones, y esas instituciones que teníamos aquí, sobre todo a nivel local, favorecían este tipo de corrupción, que es sobre todo corrupción política, no de la administración. No hay sobornos en España, o las tasas de sobornos son relativamente bajas en comparación con otros países de Europa del Este.

OM. En España no hay casos de sobornos a la Policía, por ejemplo. En Grecia es muy común que para saltar de puesto en la lista de espera para una operación metas un sobre, que se llama fakelaki en griego, con un billete de 50 o de 100 al doctor par que te pasen antes. Eso por ejemplo es impensable en España. Nuestro funcionariado, nuestro cuerpo de empleados públicos es muy honesto, lo cual es bueno. Lo malo es que la corrupción que sí que existe está concentrada en la parte política, en los puestos de libre designación sobre todo.

P. Para paliar ese problema de los cargos elegidos a dedo abogáis por una mayor meritocracia. ¿También por una mayor tecnocracia?

Todos: No. 

JG. Uno de los factores principales es que seamos capaces de distinguir entre fines y medios. Los fines nunca van a poder ser delimitados por nada que no sea una deliberación, con suerte civilizada, dentro de un marco democrático, entre los ciudadanos. Que elijan cuánta igualdad quieren, cuánta desigualdad están dispuestos a aceptar, etc. Para llegar a esos fines, ahí es donde las evidencias existentes dicen que los técnicos tienen mucho que aportar. Confundir eso nos lleva a elegir medios que no llevan a cumplir los fines y a confundir fines en el corto plazo con fines en el largo plazo y medios con fines.

RS. La sanidad pública, no es un fin, por ejemplo. Lo que es un fin es el acceso universal y gratuito a la sanidad pública.

PS. Pongamos un ejemplo muy sencillo. Pensemos en el nivel local. El alcalde reunido con sus concejales tiene que tomar una decisión política sobre si quiere construir una guardería o una autopista. Es una decisión política, evidentemente. Las prioridades tienen que venir marcadas por los ciudadanos. ¿Es razonable como ocurre ahora en España que sea encargado el propio político de decidir qué empresa lo va a contratar, dónde se va a hacer esa guardería, que subcontratas lo van a llevar…? Desde nuestro punto de vista, no. Porque una vez que ya hemos delimitado que la política establece cuáles son los fines, y esa es la grandeza de la política, corresponde a una evaluación más técnica, más razonada, el saber cómo se van a distribuir esos recursos. Precisamente porque así evitamos problemas de corrupción, porque aseguramos que así no irá a la empresa del familiar de turno.

OM. La tecnocracia implica que los políticos sean sustituidos por técnicos, y nosotros no queremos eso: queremos que los políticos estén mejor informados por esos técnicos.

PS. Uno de los problemas que también señalamos en el libro y que creemos que es fundamental es la organización de una sociedad civil más fuerte. Porque en la medida en que establezcamos no solo controles horizontales, es decir, ese técnico que vigila a ese alcalde para que no construya la guardería y se la dé a quien no toca, que además, haya un montón de asociaciones debajo vigilando dónde va el presupuesto. Así tendríamos una sociedad más rica, eso es fundamental.

JG. En este caso no es tan importante el diseño institucional como el hecho de que la capacidad de participar esté distribuida de manera homogénea a lo largo y ancho de la sociedad.

RS. En España nos manifestamos mucho pero participamos poco. Habitualmente, si estás manifestándote contra una ley, ya llegas tarde. El trabajo de la sociedad civil tiene que ser hablar con los políticos antes y dejar muy claro a los políticos que si van a hacer una ley en cierto sentido, eso va a tener un coste, evitando que el político cometa las barbaridades y después tengas que llorar y movilizarte cuando la ley ya ha sido aprobada o está a punto de ser aprobada.

OM. Lo que decimos en el libro es que en España faltan lobbys buenos. Faltan organizaciones, grupos de interés bien organizados que defiendan cosas como los derechos de la mujer, la igualdad…

PS. Lobby entendido en un sentido amplio. Por ejemplo, podríamos englobar aquí a la PAH: una serie de ciudadanos que deciden realizar una acción sostenida en el tiempo, agrupada, y esto es lo que han hecho ellos dentro de los cauces legales, a veces moviéndose un poco entre lo legal y lo alegal, pero con relativa eficiencia para conseguir visibilizar un conflicto. Y ese es el tipo de modelo.

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