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Cultura

¿En qué piensan los intelectuales?

Galería de retratos del Ateneo de Madrid, en otro tiempo epicentro de la intelectualidad.

Ante la crisis de la monarquía tras la época de la dictadura de Primo de Rivera, la poderosa voz del filósofo, aquel filósofo en mayúsculas, José Ortega y Gasset, retumbó hasta hacer vibrar los cimientos del sistema. Tan fuerte tronó su eco que su célebre texto El error Berenguer, publicado en el periódico El Sol a finales de 1930, ha de tomarse sin duda como factor desencadenante –aunque, evidentemente, ni mucho menos el único- de los hechos históricos que se desarrollarían inmediatamente después con la instauración de la II República.

Crisis de la monarquía, gobiernos inestables, época de cambios… Indudablemente, todo aquello que ocurría en la España de principios del siglo XX tiene mucho de similar con lo que acontece en nuestros tiempos. Pero si, en aquel entonces, no solo la figura de Ortega, sino la de otros destacados intelectuales como los miembros de la Generación inmediatamente anterior a la suya, la del 98, desde Unamuno a Valle-Inclán o Baroja, tuvieron un papel sustancial a la hora de modelar el cuerpo cultural, político y socioeconómico de aquella España... En este siglo XXI, ¿qué papel están jugando los intelectuales?

Los intelec… ¿qué?

En una reciente entrevista con el historiador Santos Juliá, que acaba de publicar el libro Nosotros, los abajo firmantes, un compendio de cientos de manifiestos de intelectuales españoles desde finales del siglo XIX hasta nuestros días, extraíamos una primera conclusión: intelectuales, haberlos haylos. “Yo creía que su presencia había ido difuminándose y decayendo al final de los grandes debates en torno al comunismo y el marxismo, o comunismo-democracia a partir de la caída del comunismo”, explicó el autor, “pero no ha sido así, todo lo contrario: se ha multiplicado”.

Si ahora hay más que antes, entonces la cuestión es: ¿quiénes son? ¿Y dónde se meten? Las respuestas, eso sí, dependen del interlocutor al que se las preguntemos. Algunas, incluso, niegan el extremo que declaraba Juliá. "Esa figura, tal y como existió en las sociedades europeas desde finales del siglo XIX y hasta los años 60 del pasado siglo, prácticamente ha desparecido, al igual que las formas de socialización, ateneos, cenáculos, tertulias y el tipo de prensa a través del que expresaban sus ideas y se extendía su influencia”, asegura Francisco Colom, Profesor de Investigación del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).

“Existen algunas honrosas excepciones, pero las pautas de comunicación política y cultural han cambiado”, añade. “Tampoco la universidad cumple la misma función como espacio político que desempeñó en el pasado, por ejemplo, con los movimientos identificados con el 68 en diversas partes de Europa y América durante los últimos años del franquismo. Ahora suelen ser los artistas y opinadores, a través de los medios audiovisuales y las redes sociales, quienes tienen mayor capacidad de divulgación de ideas con alguna intencionalidad normativa, pero el registro y el calado es evidentemente otro”.

Echando la vista atrás, es decir, a nuestros párrafos anteriores, veremos que, como los artistas-opinadores de hoy, en aquella Generación del 98 los intelectuales eran también creadores, principalmente escritores. Y ahí radica, según opina Ignacio Sánchez Cuenca, sociólogo y director de la Fundación Juan March, el germen de la confusión que impera en España. “Aquí se tiende a identificar el intelectual con el literato”, apunta el también profesor y colaborador de infoLibre. “Ellos no son las personas más apropiadas para hablar de política, porque no pueden dar respuesta a las grandes preocupaciones. Y eso es una cosa muy de España: solo hace falta ver que cada medio tiene dos o tres escritores que opinan, cada uno de su cuerda”.

Hoy y también a lo largo de la historia, algunos de estos artistas-intelectuales han osado dar el salto a la política para hacer acción de la opinión. Es el caso del escritor y exministro de Cultura César Antonio Molina, quien precisamente ha publicado un ensayo histórico sobre la cuestión: La caza de los intelectuales. "Hoy sigue habiendo gente preparada y culta, sabia e inteligente, que sabe expresarse y escribir, que lo hace de una manera generosa, sin esperar nada a cambio, que sigue escribiendo en periódicos, enseñando” nos dijo el autor. “El problema es que antes se daba un apoyo de la sociedad, pero hoy la sociedad está llena de ruidos y gritos, de rumores, de imágenes y de diversiones, y hay que hacer un esfuerzo añadido por seguir iluminando”.

Mucho, mucho ruido

Al oír (o, más bien, leer) de ruido, a más de uno –posiblemente- le habrá venido a la mente la estampa de los debates televisivos -también radiofónicos-, que en los últimos años han proliferado a un ritmo vertiginoso hasta convertirse en estandartes de la programación de casi todas las cadenas. “La concepción estrictamente mía de lo que es un intelectual remite a una frase de Umberto Eco, 'el intelectual es alguien que dice cosas que los demás no ven, a lo que yo añado: 'y que él mismo no ve demasiado”, señala el filósofo y ensayista Daniel Innerarity. “Para decir cosas evidentes, hay gente que lo dice muy bien en televisión”.

Con tanta voz alzada, el hilillo de sonido que lleva las opiniones más formadas y penetrantes queda muchas veces silenciado. “También porque el trabajo del intelectual es más discreto”, añade Innerarity, “más a largo plazo”. Y no solo se habla de lo ya por todos sabido, sin aportar novedades más allá de la percepción íntimamente personal de cada contertulio catódico. También y –quizá- sobre todo, se critica. A degüello. Es decir: se destruye, pero no tanto así se construye.

De ahí que intelectuales como Ángel Gabilondo (uno de aquellos que, desde esa atalaya, saltó a la política, algo a lo que anima), quieran proponer un nuevo modo de hacer y de pensar: “No se trata de situarse ni fuera, ni al margen, ni en avanzada, como una suerte de adelantado visionario”, señala. “Ya solo se dice cerca, al lado. No es cuestión de hablar en lugar de los otros, ni de decir lo que los demás han de hacer, sino de crear condiciones de posibilidad para las palabras de todos y de cada uno, de todas y de cada una, no de sustituirlos o de dirigir la voluntad política de los demás. Se trata de propiciar ese contradiscurso, el de los concernidos, el de los afectados, el de los implicados”.

¿En qué piensan los que piensan?

Hay ruido mediático, hay discrepancias sobre lo que significa ser intelectual y también hay dudas de que los intelectuales sigan cumpliendo la misma función que hace un siglo. Bien. Pero -y en todo caso-¿en qué piensan los que, a pesar de todo, siguen pensando? “En la Europa de los años sesenta, setenta, ochenta… el debate giraba sobre todo en torno al eje izquierda-derecha. Ahora, la sociedad se ha vuelto mucho más compleja: hay mucha gente discutiendo, pero no hay nadie con una gran pancarta, una gran escuela”, dice Daniel Innerarity. “La vieja idea del intelectual que lo sabía todo es una idea que ahora ya no tiene ningún sentido. Y aquella arrogancia del intelectual cásico es ahora insostenible: es necesaria una mayor modestia”.

El pensamiento, pues, es hoy necesariamente menos abarcador, más fragmentario. Y al problema de tener que enfrentarse a una realidad caleidoscópica, aparentemente inasible, el intelectual español adolece, como señala Sánchez Cuenca, de un defecto particular: “el provincianismo”. “No mirar más allá de España es una de las manifestaciones más claras del dominio de los literatos”, abunda. “Esto ocurre desde 1898, y no está superado: creer que todos los problemas proceden de nuestra tradición nacional, ser incapaces de elevar la visión más allá de nuestras fronteras”.

Con todo, y a modo de conclusión, cabe destacar que sí, que sigue habiendo gente con ideas -y mucha formación- a la que merece la pena escuchar, siempre con espíritu crítico. "En el sentido liberal, por ejemplo, hay quien está defendiendo un modelo sajón para España, de más eficiencia y menos justicia social. Otros están proponiendo grandes reformas estructurales y, desde la izquierda, se plantean reformas políticas de mayor paricipación popular", ilustra Sánchez Cuenca, que deja en el aire una de las posibles salidas al dilema del intelectual contemporáneo: "El problema es que tendemos al sectarismo, y eso se manifiesta en el debate público: discutimos, pero no tendemos puentes". 

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