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Literatura

Nunca es tarde... si la novela es buena

Burroughs empezó tarde pero con ganas, y acabó escribiendo una veintena de novelas.

Aunque publicó su primera novela a los 25 años y por las mismas fechas pergeñó una segunda, tuvieron que pasar otras dos décadas más para que el literato se zambullera hasta el fondo en una profesión que, a la postre, le daría alegrías tales como el cotizadísimo premio Nobel. Era aquel escritor José Saramago, autor de obras inolvidables como Ensayo sobre la ceguera o Las intermitencias de la muerte, que respondió así en una entrevista al porqué de su prolongada sequía creativa: “Sencillamente, no tenía nada que decir, y cuando no se tiene nada que decir lo mejor es callar”.

Cada cual con sus particulares razones, lo cierto es que el portugués, fallecido en 2010, no es ni lejanamente el único en haberse metido en el laberinto de la escritura creativa a una edad tardía. Nos recomiendan ponernos a nuestras tareas desde pequeños, dicen que hacen falta al menos 10.000 horas de experiencia para considerarse un maestro en cualquier actividad, alertan de cómo nuestras capacidades cognitivas van decayendo con el paso de los años. Y sin embargo… ahí están ellos: Charles Bukowski, Frank McCourt, William Burroughs. Y muchos más.

Bram Stoker, retratado en 1906 | WIKIMEDIA COMMONS

El último en saltar a la palestra ha sido el israelí-estadounidense Hillel Halkin, recién estrenado en la ficción a sus 73 años con la obra ¡Melisande! ¿Qué son los sueños?, que pergeñó tras haberse pasado toda una vida trabajando como traductor y ensayista, y que ha recibido excelentes comentarios por parte de la crítica. “La ficción siempre me ha parecido la forma más alta de literatura”, declaró recientemente el autor en una entrevista concedida al diario El País. “Conlleva libertad completa pero también responsabilidad total: eres tú el que crea un hecho, un mundo, eres un poco como Dios. Y me daba miedo, temía fracasar”.

A Charles Bukowski (1920-1994), en cambio, no fue el miedo lo que le atenazó, sino más bien el capital pecado de la pereza. Tras una infancia dura, marcada por el maltrato, el alemán mudado a EEUU y maestro del realismo sucio intentó durante su juventud publicar algunos de sus textos. Aunque un par de relatos vieron la luz, el por entonces escritor en potencia enseguida perdió fuelle y se dejó llevar por la desidia, moviéndose de un sitio a otro sin encontrar la estabilidad laboral o personal. A los 49 años, cuando llevaba una década trabajando en una oficina de correos, le llegó su gran oportunidad: un editor de Black Sparrow Press le ofreció un pequeño sueldo mensual de por vida, y lo dejó todo para enfrascarse en la creación de su primera novela, titulada… Cartero.

Entregado a su trabajo como profesor de instituto, el destino de Frank McCourt (1930-2009) dio un giro radical tras la publicación de su biografía novelada Las cenizas de Ángela, en la que daba cuenta a través de historias ficticias de su difícil y empobrecida infancia a caballo entre Irlanda y EEUU. Cuando se publicó el libro, él tenía 66 años. De un plumazo, pasó así a alzarse con el premio Pullitzer, a ver su obra trasladada a la gran pantalla -en una película del mismo nombre realizada en 1999 por Alan Parker- y, de paso, a convertirse en millonario, dado el enorme éxito que alcanzaron sus pseudomemorias, que han vendido hasta la fecha más de cinco millones de copias.

El hijo de Ángela: Frank McCourt | WIKIMEDIA COMMONS

Destacada figura de la generación Beat y autor de una veintena de novelas, William Burroughs (1914-1997) encontró la inspiración a raíz de un hecho de lo más truculento: drogado hasta las cejas, siendo como fue adicto a la heroína durante buena parte de su vida, un buen día puso una manzana sobre la cabeza de su esposa, Joan Vollmer, y disparó a lo Guillermo Tell. “Me vi forzado a extraer la espantosa conclusión de que nunca me habría convertido en escritor de no ser por la muerte de Joan, y a comprender la magnitud hasta la cual tal evento ha motivado y formulado mis escritos”, dejó reflejado en la introducción de su primera novela, Queer, pergeñada en 1953, cuando tenía 39 años. Antes de aquel suceso, aunque se había licenciado en literatura inglesa en Harvard, se había dedicado a dar tumbos de acá para allá: desde Austria o Tánger en busca de aventuras hasta enfrascarse en los estudios de medicina, que abandonó, el escritor maldito fue acumulando experiencias que luego plasmaría en sus novelas, en buena medida autobiográficas. 

Fueron todos estos enormes nombres de la literatura, pero ni mucho menos fueron los únicos en pedir ingreso en el Olimpo ya entrados en canas. A Bram Stoker (1847-1912), aunque algo había escrito, el reconocimiento no le llegó hasta haber cruzado la barrera del medio siglo, con su –literalmente- inmortal Drácula. Mary Wesley (1912-2002), que llegó a vender más de tres millones de ejemplares en su Reino Unido natal, no le dio a la tecla hasta casi cumplidos los 60 años, cuando publicó un libro infantil. Su primera novela la escribió en 1983, a los 71 años. Y más cerca en el tiempo y en el espacio, el extremeño Jesús Carrasco (1972) convenció a público y crítica este 2013 con su debut, Intemperie, con la que se alzó con el Premio Libro del Año a su 40 abriles. 

Quedan otros en el tintero: Eduardo Lago (1954)sacó Cuentos dispersos a los 46 años, Los girasoles ciegos de Alberto Méndez  (1941-2004) vieron la luz a los 63 años de su autor, Annie Proulx (1935), la creadora de Brokeback Mountain, se estrenó a los 43... Sea pues niño, joven, adulto, mayor: si sigue pensando, o acaba de pensar o tiene pensado pensar en una prometedora carrera literaria, queden estos autores como ejemplos de que nunca es tarde... si la novela es buena. Aunque ya lo dejó avisado Bukowski: “Tengo dos opciones, permanecer en la oficina de correos y volverme loco… o quedarme fuera y jugar a ser escritor y morirme de hambre. He decidido morir de hambre”.

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