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El verano no (sólo) es una estación

Ya llegó el verano... y el tiempo para leer.

Déjenme que, para cerrar un curso editorial intenso y difícil, les proponga un juego que tiene que ver con la estación del año, verano, y con la condición transitoria que todos adquirimos en estas semanas: veraneantes. Vamos a recuperar, de manera caprichosa, algunos textos (novela o no, porque también hay obras de teatro) a los que sólo pedimos calidad literaria y que en su título esté la palabra "verano" o sus derivados.

Verano fantástico e insurrecto

Empecemos admitiendo que quien más quien menos, todos hemos tenido algún Sueño de una noche de verano, aunque sólo William Shakespeare lograra hacer del suyo un clásico de la escena e inspirar por los siglos de los siglos a músicos (Felix Mendelssohn, Benjamin Britten), o cineastas (Max Reinhardt, Peter Hall, Adrian Noble, Michael Hoffman... y, en versiones aún más libres, Woody Allen y Tom Gustafson). Más difícil todavía: en estos días, el Festival Grec de Barcelona estrena un musical hip hop basado en el clásico del bardo inglés.

Y sigamos recordando que mucho antes de que las vacaciones supusieran la gran migración que han llegado a ser, en 1904, Maxim Gorki describió a unos Veraneantes que, alejados de las obligaciones y las constricciones, hablaban de aquello que en la vida cotidiana se tenían vetado. ¡Qué mejor para analizar la "fermentación revolucionaria"! (Stanislavski dixit).

Apunto aquí que este texto teatral también ha sido revisitado en innumerables ocasiones, una de las últimas por Miguel del Arco, consciente de su rabiosa actualidad: "Se trataba de traer el texto a la España actual —declaró—. Ahora no hay una revolución en marcha, claro, pero sí una sensación de que algo va mal".

Verano asfixiante, epistolar, colorido...

Ese mismo año de principios del XX, Eduard von Keyserling publicó Aquel sofocante verano (en alemán, Schwüle Tage, algo así como "días bochornosos". Ya me perdonarán la pequeña trampa). Es la historia de un muchacho que pasa las vacaciones con su padre en una aristocrática finca familiar porque ha suspendido los exámenes y se ve obligado a concentrarse en los estudios, lejos de su madre y de sus hermanos que veranean cerca del mar.

Los de Bill, que ése es el nombre del pollo, eran otros tiempos. Tiempos en los que, por poner un ejemplo muy loco, la gente escribía... ¡cartas!

"Una carta es una forma de comunicación fuera de este mundo, menos perfecta que el sueño, pero sujeta a sus mismas leyes. Ni la carta ni el sueño se dan por encargo: se sueña y se escribe no cuando nosotros queremos, sino cuando ellos quieren: la carta ser escrita y el sueño ser soñado."

Lo creía la poeta rusa Marina Tsvietáieva, de cuya pasión postal dan fe esas Cartas de verano de 1926 que intercambió con Rainer Maria Rilke y Boris Pasternak, "tres grandes poetas del siglo XX que se respetaban y admiraban entre sí —escribió Luis Antonio de Villena—, porque tenían en lo fundamental un común concepto trascendente de la poesía, y porque los rusos más jóvenes sentían casi adoración por el 'alemán' Rainer M. Rilke, entonces enfermo y retirado en Suiza". Tras leer el epistolario, Susan Sontag sentenció: "Nada puede mitigar la incandescencia de esas conversaciones que tuvieron lugar durante unos meses de 1926, cuando, entregados uno al otro, se hacían imposibles, gloriosas exigencias".

Déjenme un tercer y un cuarto apunte: El color del verano, de Reinaldo Arenas, y Verano, con la que J.M. Coetzee cerró sus memorias noveladas.

De aquélla, un desparrame sin trama coherente desbordante de fantasía, dijo Joaquín Marco que es "una venganza literaria y política, un sarcasmo contra quienes figuran en el actual mundo literario o político cubano (la acción del primer capítulo, que se desarrolla mediante una fórmula teatral, se sitúa en 1999), una provocación homosexual (la herencia de un Sade a lo caribeño resulta evidente), elaborada con elementos autobiográficos, parodias, relatos, ejercicios de estilo".

De ésta escribió José María Guelbenzu: "Léanlo: por su extrema inteligencia, por el derroche de talento, por su capacidad de convicción y por abrir nuevos caminos a la escritura narrativa". Verano borrascoso, marinero, ciclista, nostálgico...

Permítanme ahora, puesto que España es un país eminentemente turístico, que vuelva la mirada hacia nuestros propios veranos literarios.

En 1961, Juan García Hortelano ganó el Premio Formentor con Tormenta de verano, historia que, como tantas, comienza con un cuerpo: el de una joven que aparece muerta y desnuda en la playa de una lujosa urbanización.

No era García Hortelano un completo desconocido, había irrumpido dos años antes con Nuevas amistades. "Un artista irracionalmente corroído por la razón, un escéptico apasionado, un gozador de los límites, un maestro de la ironía, un hombre tan repleto de ternura que no tiene más remedio que ocultarla sin parar, no vaya a ser que la poesía estalle en su interior y termine por cegarnos." El crítico Rafael Conte no le ponía un pero.

Años después, en 1978, la editora Esther Tusquets invitó a sus amigos a cenar y les dio de postre su primera novela, El mismo mar de todos los veranos, con la que llegaría a obtener eso que los amantes de los clichés llaman "un gran éxito de crítica y público". Y eso que ella misma definía el estilo del texto (primero de una trilogía que completó con El amor es un juego solitario y Varada tras el último naufragio) como "latoso y complicado".

Ese mismo año, Fernando Fernán-Gómez ganó el Premio Lope de Vega del Ayuntamiento de Madrid con Las bicicletas son para el verano. El galardón comportaba el estreno inmediato de la pieza, pero por criterios administrativos la obra tardó cinco años en llegar a las tablas. Y desde entonces ha sido un no parar, adaptación cinematográfica incluida. El protagonista, Luisito, tiene algo del Bill de Von Keyserling: ha suspendido Físicas y se queda sin la bicicleta que le habían prometido sus padres. Es verano, estamos en Madrid y en 1936, la guerra lo cambia todo y a todos cambia.

De ese cambio habla Jorge Semprún en un libro de memorias en el que evoca sus 15 años, ya en París. El estallido de la contienda civil española había provocado el exilio de su familia republicana. Adiós luz de veranos, se titula esa obra en la que desde la barrera de los setenta y tantos contempla al adolescente que fue. "Tengo más recuerdos que si tuviera mil años", escribe, citando a Baudelaire.

Sí, la literatura universal está preñada de títulos que llevan la estación mágica en el título. Estoy llegando al final de estas líneas y me entero de que el premio antes llamado Terenci Moix ha correspondido este año a una novela titulada Verano de perros, de Josa Fructuoso. Los elegidos son apenas una muestra, personal... ¿Tienen ustedes sus favoritos?

Posdata a modo de regalo

Hace algún tiempo, Barcelona Review entrevistó a Esther Tusquets y ofreció a sus lectores un cuento que viene muy al caso. Orquesta de verano, se titula. Y pueden leerlo pinchando aquí.

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