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‘La chica del 14 de julio’: cinco razones cabales para ver una comedia disparatada

Una imagen del alocado road trip de La chica del 14 de julio.

En este contexto de la inacabable crisis cada mañana nos levantamos con una sorpresa diferente, a cada cual más chocante. El día que no se revierten los derechos laborales, se estrangulan las libertades civiles. Parece que estamos tan curados de espanto que las malas nuevas ya no son capaces de traspasarnos la piel. ¿Cuál podría ser, pues, esa decisión que acabara por encontrarle las cosquillas a la gente? Al director francés Antonin Peretjatko se le ha ocurrido una idea, casi sacrilegio: adelantar la vuelta de las vacaciones un mes.

En vez de tomárselo a la tremenda, eso sí, el cineasta, recién estrenado en el largo, ha subvertido los términos para convertir tamaña desfachatez gubernamental en una alocada película que el crítico de Cinemanía Carlos Marañón ha calificado como “la comedia de coña que le hacía falta a la Nouvelle vague”. Road movie, filme de sketches y comedia romántica a partes iguales, La chica del 14 de julio bebe efectivamente de la tradición cinematográfica francesa, pero impone también sus propias normas. Esperen pasar un rato entretenido a base del más universal de los absurdos pasado por el tamiz del existencialismo francés. Por su irreverencia social y política, sus divertidas interpretaciones, por su música y por sus paisajes, planteamos cinco razones por las que ir a verla este verano. 

Desmitifica la crisis

Lo que viene ocurriendo en los últimos años en sin duda algo verdaderamente grave. Pero no se puede estar el día entero con el ceño fruncido. La chica del 14 de julio quiere aliviar esa presión a golpe de desacato a la corrección política salpicado de disparates y con un toque de ralismo mágico. La historia parte de un imponderable: ante la acuciante crisis económica, el gobierno toma una decisión de último minuto. La rentrée, o sea, la vuelta de las vacaciones, que para los franceses suele ser en septiembre, se adelanta un mes. Todo el que esté en la playa o en la montaña debe hacer ipso facto las maletas y reincorporarse a su puesto.

A Truquette, la protagonista, y su amiga Charlotte, el anuncio las pilla bastante desprevenidas. Como no hay trabajo, han salido de vacaciones con un par de amigos y el hermano de Charlotte, Bertier. La lucha por los favores de Truquette y de Charlotte de los chavales se suma a los mil y un desaguisados que les ocurren por el camino, que ellos recorren despreocupadamente mientras los tanques marchan por unas calles de París ocupadas por las protestas de grupos anarcosindicalistas.

Los protagonistas de ficción son ridículos; los gobernantes reales, más

El presidente François Hollande no se libra de la mofa. Pero definitivamente, el que peor parado sale es Nicolas Sarkozy. A lo largo de la película, tan pronto como desde los títulos de crédito, se ve la mala baba que vuelca el guion sobre los dirigentes del país galo. A lo largo del metraje se van intercalando imágenes reales de los dos mandatarios, el actual y el anterior, desde los desfiles del 14 de julio, día de la República, hasta sus supuestas intervenciones tras el anuncio de la vuelta al trabajo adelantada. La trampa está en que estas secuencias se pasan a más velocidad de la normal, lo que da lugar a una visión hilarante -y muy ridícula- de los dos políticos.

Los actores son unos personajes

Unos vienen del circo, otros del teatro, otros de la música… Casi todos los actores de la película tienen doble o incluso triple faceta. La protagonista, Truquette, interpretada por Vimala Pons, es la que procede del mundo de las carpas y los trapecios. Y lo hace notar con un par de trucos en pantalla. Otro de los personajes, Julot, que hace de compañero de clase de Truquette además de friki, y que en la vida real se hace llamar Esteban, así a secas, toca en un grupo de rock, Naïves new Beeters. Vincent Macaigne, que da vida a uno de los dos amigos que viajan junto a las chicas, Pator, es también actor y director de teatro, y en 2011 levantó un revuelo en el prestigioso Festival de Aviñón (cuya apertura este año, por cierto, estuvo marcada por la huelga de los artistas) por una versión de Hamlet histriónica y exhibicionista llamada Al menos yo hubiera dejado un bonito cadáver. Albert Delpy, que tiene un pequeño papel, es un reconocido guionista, además de padre de Julie Delpy en la realidad y en la última ficción dirigida por la actriz, Dos días en Nueva York.

La banda sonora es un descubrimiento

Los recuerdos ya no son lo que eran

Los recuerdos ya no son lo que eran

No aclaró si lo suyo es o no sinestesia, pero el director de la película dijo que él asocia la música con los colores. Cada canción que se escucha en La chica del 14 de julio representa así un tono, elegido al gusto del realizador. Como las escenas y las imágenes, la música parece haber sido escogida un poco al buen tuntún. Pero en el fondo, tiene sentido. Desde clásicos franceses a desconocidos temas internacionales, la banda sonora de la película discurre en un sube y baja emocional al que merece la pena montarse. 

Viajamos por Francia, aunque sea desde el sofá

De acuerdo con el crítico de Variety Jay Weissberg, el filme “tiene demasiados guiños locales como para funcionar fuera”. Esto puede ser cierto para EEUU, donde se sorprenden de que en Francia exista una época delimitada del año para las vacaciones y, de hecho, de que exista -sin más- un época de vacaciones. No es el caso de España, donde también estamos mucho más familiarizados con la idiosincrasia del país vecino. Y si no, la película sirve para aproximarse un poco más a ella. Desde sus costumbres a la hora de sentarse a la cena a sus técnicas de ligue, uno puede descubrir un poco más de la mentalidad francesa. Pero sobre todo, se pueden ver algunos hermosos paisajes: desde el París donde residen sus protagonistas hasta la playa en la que recalan, su viaje por carretera deja estampas agradables de ver y descubrir, especialmente si al espectador, como a los protagonistas, ya se le han acabado las vacaciones.

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