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Teatro

La intimidad y las intimidades de un poderoso gerifalte

Ahora que la corrupción ha salido del armario y se deja ver tal como es, en toda su expresión; en estos tiempos donde ya no la moral elevada, sino el simple tic de la vergüenza, parece haberse esfumado del muestrario de los sentimientos humanos básicos, la visión de esos gerifaltes que portan sus intereses personales por única bandera parece haberse transformado también. Antes nos contaban que algunos multimillonarios donaban buena parte de su dinero a causas sociales. Ahora somos conscientes de que con el magnánimo gesto, esos empresarios dibujan una cartografía planetaria a su antojo.

Norman es uno de esos mandamases. Trabaja como alto directivo de una corporación que se dedica al turismo, sector que controla a nivel mundial. Su matrimonio está plagado de infidelidades, de silencios y secretos, pero se mantiene vivo como lo hacen las malas costumbres, por inercia y por comodidad. Un trance en su lisérgica vida, de repente, le pondrá de cara a la muerte. Y aunque saldrá indemne, ya nada volverá a ser lo mismo. Un proceso de transformación interior se irá comiendo al viejo déspota para regurgitar mil nuevos hombres, cada cual más dispar al anterior.

Junto a Norman, el espectador se convierte en testigo de este tránsito existencial en Tod@s somos putas, una función protagonizada por Fran Pineda, que él solo interpreta al protagonista y otros personajes secundarios, y que se puede ver todos los viernes en la sala Plot Point de Madrid. Dirigido y adaptado por Carlos de Matteis, el texto de Inmaculada Alvear sube a las tablas la humanidad de los inhumanos. Saca a la palestra eso que todos intuimos pero que nunca vemos: que tras la máscara de insensibilidad de aquellos que no dudan en arrasar para conquistar, también puede haber debilidad y dolor.

“Cuando Carlos (De Matteis) me llamó para hacer el papel, notaba que me decía mucho: 'si no quieres...", recuerda Pineda, sobre el “reto” que enseguida percibió en una representación que debe levantar él solo, y que le desnuda como intérprete en todos los sentidos de la palabra. “Enseguida entendí que me decía aquello por el riesgo, porque esta no es una obra de teatro al uso”. “La exposición del actor es total y absoluta”, agrega De Matteis”, que es también el director de la sala. “Para hacer esto, hay que estar muy apasionado”.

Planteado a modo de thriller, el monólogo de Pineda va discurriendo a trompicones, con saltos adelante y atrás, y entre personajes, para llevar al espectador al origen de la transformación interior de Norman, que lleva nombre de mujer. Aunque no se trata de una historia de amor, sino de algo más tangible y, a la vez, metafórico. Pero aunque podamos ver su verdadera cara, en el fondo no hay voluntad de lapidar al perverso. “Es cuestión de sacar una historia y ver lo que le pasa a este personaje”, dice el intérprete. “Lo que me interesa, más que la corrupción, es la transformación que vive, la física pero, sobre todo, la emocional”.

Para dar a conocer la intimidad y las intimidades del poderoso directivo, el actor no se inspiró en ningún nombre concreto, “pero quise tener en cuenta no mostrar a alguien cínico y malvado. Este hombre hace lo que hace con una razón. Él no piensa que es malvado, pero algo dentro de él va cambiando”. Como el público, que ha de esperar los desarrollos, el protagonista tampoco se entera de lo que está sucediendo hasta que el resultado se revela evidente. Y devastador. “Alguien me dijo que la obra se podría comparar con el remolino que se crea en el fregadero”, resume De Matteis. “Te chupa y se pasa muy rápido”.

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