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El ‘no a la guerra’ de Saramago

El escritor José Saramago, en una imagen de 2009.

No hay conclusión al libro, pero sí a su contenido: todos y cada uno de nosotros tenemos una responsabilidad personal con respecto a la violencia. La idea, que rondó al premio Nobel portugués José Saramago (Azinhaga, 1922 - Tías, Lanzarote, 2010) a lo largo de su vida, quedó patente en un viaje transversal por toda su obra que concluyó con su novela póstuma, la recién publicada Alabardas (Alfaguara).

Aunque solo tuvo tiempo para dejar escritos tres capítulos, los personajes y la trama quedaron perfectamente definidos: un trabajador excelente que, irónicamente, tiene por oficio fabricar armas que matan a las personas; su exmujer, separada de él por sus convicciones pacifistas; y un enigma: una bomba que cayó en Extremadura durante la Guerra Civil sin llegar jamás a explotar.

Dentro del artefacto se encuentra tiempo después un mensaje escrito en portugués: “Esta bomba no estallará”. Una frase que Saramago escuchó que provenía de L'espoir, de André Malraux, “y que le emocionó, y la contó muchas veces”, como recuerda Pilar del Río, su viuda, traductora y presidenta de la fundación a su nombre. “Antes de morirse, con un último esfuerzo, quiso contar esta historia sobre la violencia y la complicidad que tenemos, lo verdugos que somos”.

El misterio del papel salido del explosivo enlaza con la fábrica de armamento donde trabaja el mal llamado Artur Paz Semedo, Braço de prata, donde el diligente funcionario comienza una exhaustiva investigación sobre los antiguos trabajadores que sabotearon el proyectil. Allí, en aquella empresa que es ficción y también realidad, presentaron ante la prensa lusa la obra Pilar del Río, el exjuez Baltasar Garzón, el rector de la Universidad de Lisboa, António Sampaio y el escritor italiano Roberto Saviano.

Junto a un texto de este último, acompaña la cuidada edición de Alabardas otro escrito del periodista Fernando Gómez Aguilera. También se incluyen ilustraciones de otro Nobel, el alemán Günter Grass, “que era amigo de José Saramago y que siempre ha mantenido una posición inequívoca con respecto a la guerra”. Lo mismo que Garzón, “que ha juzgado a verdugos y ha atendido a víctimas”, mientras que Saviano es, por su parte, un gran afectado por la alargada sombra de la violencia.

José Saramago regresa al año del Nobel

Escrito en su casa de Tías, en Lanzarote, este último texto del siempre implicado Saramago despliega las habituales concesiones literarias del escritor: nombres propios en minúscula, diálogos antecedidos de comas… Pero a diferencia de otras obras, donde las ciudades y geografías aparecen desdibujadas, sin nombres ni referencias (aunque no sea así en todas sus novelas), en este caso las localizaciones quedan claras: Portugal y España.

“El libro es un hecho literario en sí”, agrega Del río que, lamenta que, aunque no pudo cumplirla al completo, la intención del literato era la que él mismo solía reflejar en una frase repetida: “Si uno ha callado tanto, no puede morirse sin decirlo todo”. Y ese todo habla de un compromiso con la vida y, por tanto, el frontal rechazo a la violencia. O, como señaló el rector Sampaio en el acto celebrado en Portugal, “con cultura y educación, podríamos librarnos de esta lacra”.

Alabardas, que toma su título de un verso del dramaturgo luso Gil Vicente (Alabardas, alabardas, espingardas, espingardas), se presenta este viernes a las 20.00 en el Teatro Quintero de Sevilla, donde intervendrá el actor Antonio de la Torre, protagonista de una de esas historias de guerra en la película Invasor. Allí estará también Del Río, que lanza una última reclamación, en línea con el alegato de Saramago: que los presupuestos de defensa se destinen a educación y cultura. “Y si los políticos prescinden de los ciudadanos, los ciudadanos tendrán que prescindir de ellos”.

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