Cine

La ruina también es un estado mental

El protagonista de Blue Ruin, Macon Blair, en una imagen de la película.

El destartalado Pontiac en el que vive Dwight es azul y es una ruina. Pero se intuye que el título de la película que protagoniza este hombre con una salud mental venida a menos, Blue Ruin, quiere ir más allá de lo puramente tangible. Adentrarse en los terrenos de ese estado mental depresivo y, en cierta manera, infantiloide, que llevan al personaje a emprender una tortuosa venganza con consecuencias inesperadas. Dirigida por Jeremy Saulnier, amigo de toda la vida del protagonista, Macon Blair, la película ha rubricado uno de los más recientes éxitos del cine independiente de EEUU.

Apartado de la sociedad, Dwight duerme en su viejo automóvil de noche. De día, sobrevive a base de rebuscar en las basuras. Está completamente solo, abandonado. Hasta que recibe una noticia inesperada: el asesino de sus padres ha salido de la cárcel. La venganza que entonces decide emprender acarreará terribles consecuencias no solo para él, sino también para su hermana, madre de dos niños. Y más aun, para toda la familia del objeto de su ira. Creando una atmósfera opresiva, inquietante, la película trata no solo la cuestión del ajuste de cuentas y lo imprevisible de emprender tales acciones, sino, y sobre todo, la descomposición física y mental a la que inducen el odio y el rencor.

El crowdfunding ha sido, como viene siendo tendencia, el medio para producir esta película que, dice su protagonista, Macon Blair, merece la pena ser vista aunque solo sea por esa cualidad, que les ha permitido mantener un absoluto control creativo. “Debido a cómo se financió, Jeremy pudo hacer exactamente la película que quiso”, explica el actor vía email. “No hubo ninguna nota por parte de los inversores o los estudios, ni cambios en la historia o el elenco o el enfoque. Para bien o para mal, eso hace de la película una expresión muy pura. Y quieras que no, el resultado es exactamente la película que él quería hacer. Además, hay una ballesta en la historia, que siempre es algo gracioso”, ironiza.

No es de extrañar que Blair subraye la importancia del micromecenazgo en “estos tiempos, cuando es tan complicado levantar proyectos pequeños que no cuentan con el apoyo de una gran marca”. “Me gusta que la gente tenga la posibilidad de elegir qué tipo de cosas quiere apoyar, y pedir pequeñas cantidades de dinero a mucha gente para más práctico que pedírselo a una única fuente. En este caso, Jeremy y su mujer invirtieron todo su patrimonio y acumularon una deuda considerable antes de lanzar la campaña de crowdfunding para rellenar los huecos. El aportó todo el capital primero y después pidió ayuda, lo que creó que sirvió para que la gente se inclinara por apoyarle”.

De la casi absoluta nada, la película saltó a la Quincena de los realizadores del Festival de Cannes de 2013, donde se hizo con el premio FIPRESCI. Pero a pesar del éxito, Blair –cuyo trabajo ha sido muy alabado por la crítica- asegura que sus perspectivas laborales no han cambiado demasiado. “Igualmente me siento muy agradecido por la cálida acogida que ha recibido el filme, y en general, quizá ahora me responden a los emails más rápido”, dice en tono de risa. “Pero sigo peleando por conseguir trabajos tanto como antes, que es como debe ser”.

Haber trabajado codo con codo con su mejor amigo, lejos de ser un inconveniente, ha resultado para Blair toda una ventaja. “Nos entendemos enseguida, y tenemos una sensibilidad común y un nivel de confianza que viene del hecho de conocernos desde hace tanto tiempo”, explica. “Con un gesto nos comunicamos lo que queremos decir, es como una especie de lenguaje de signos torpe. No es que tengamos un método común más allá de llegar al set con una idea común sobre lo que mola y lo que apesta en pantalla. Ahora estoy trabajando con él en su siguiente película, Green Room, y espero que sigamos colaborando en el futuro. Tenemos ideas para películas que estamos intentando desarrollar”.

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