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El ‘ministro’ de Exteriores franquista que renegó de Franco

El historiador Ángel Viñas.

La historia no deja de ser un relato. Un cuento de cuentos que entreteje el ayer y el hoy para arropar el mañana y que, muchas veces, se marca objetivos que trascienden sus propias fronteras, ya sean políticos, sociales o de otra índole. Si nos concentramos en un lugar y un tiempo concretos, pongamos la España del siglo XX, las omisiones, desviaciones y puras tergiversaciones –cada vez lo sabemos más y mejor– siguen estando presentes en nuestros días (léase, por ejemplo, la entrada que dedica a Franco el actual Diccionario Biográfico, con su descripción de “autoritario, no totalitario”), casi tanto como lo estuvieron en su momento.

De ahí que las memorias de Francisco Serrat Bonastre (Barcelona, 1871 – Madrid, 1952), diplomático que llegaría a ser “protoministro” de Asuntos Exteriores español, rescatadas del olvido por el historiador y economista Ángel Viñas, resulten un soplo de aire fresco ante la estancada visión cuasihagiográfica del dictador que quedó plasmada en los recuentos contemporáneos de su carácter y sus empresas. Publicado con una introducción y notas de Viñas, especialista en la Guerra Civil y el posterior franquismo, bajo el nombre de Salamanca, 1936(Crítica), el diario personal de Serrat es ante todo relevante por esa cualidad: por ser un diario personal, destinado a ser un balance de vida para sus hijos y nietos.

¿Quién fue Francisco Serrat?

“Él era un diplomático profesional, embajador, número uno del escalafón, que se adhiere a los sublevados. Estaba en Varsovia cuando lo llaman de Salamanca para que se presente, y allí lo nombran secretario de relaciones exteriores dependiendo directamente de Franco. Es un hombre que había pasado casi toda su carrera en el extranjero, como muchos diplomáticos, y no tenía una idea clara de lo que pasaba en España, aunque tenía sus ideas”, detalla el historiador. “Estas memorias no están destinadas a la publicación, y esto es muy importante, porque en las destinadas a la publicación el autor puede mentir, inventarse cosas. En las que se hacen para la familia también, pero digamos que cuando tú te inventas una historia es para conseguir un efecto político, para pasar a la historia…”.

Convencido de que la dictadura militar era la única solución ante una inminente revolución de tipo soviético que, en realidad, solo existía en el imaginario de los conspiradores, idea propagada también a través de la prensa, Serrat no dudó en traspasar sus servicios de la República al régimen de Franco, decisión en la que coincidió con “el 95%” del cuerpo diplomático de la época. “Es un hombre de derechas, claramente”, apunta Viñas, que matiza, no fascista, “y llegado este régimen militar abraza la dictadura”. El problema llega cuando se pone manos a la obra en el Cuartel General de Salamanca, donde se encuentra con un jefe indolente, incapaz de tomar decisiones y completamente embarullado. Poco menos que un inútil. Una imagen que no coincide ni lejanamente con la descripción heroica del dictador que se había proyectado.

Aunque comparado con su hermano Nicolás, Francisco sale bien parado, tratado con respeto: según cuenta Viñas, Serrat pintó al mayor de los Franco Bahamonde como un "corrupto, errático, un administrador lamentable". Es no obstante la atmósfera que impregnaba el ambiente en Salamanca y en Burgos, donde también residió Serrat, lo más relevante y novedoso de su relato. “Este hombre, desesperado porque ve que las cosas no van bien, está horrorizado ante la represión, la arbitrariedad, las intrigas. Y todo esto en un clima de exaltación patriótica y de regeneración de España, que es lo que la propaganda producía”. De ahí que, sin atreverse a llegar al extremo de dimitir, decida maniobrar para intentar que lo cesen, cosa que acaba por conseguir y que lo lleva a exiliarse en Suiza, donde permanece hasta poco antes de su muerte en Madrid.

La trampa

“Lo que pasa", abunda el historiador, "es que le tienden una trampa”. Si bien no está claro de quién salieron las órdenes, lo cierto es que un periódico inglés y otro francés publicaron unas supuestas declaraciones de Serrat con respecto a Franco en las que criticaba duramente su figura. “Pero él no las hace, porque lo dice en su diario: las hace un compañero suyo”. ¿Por qué? “Él no entra en el tema, y yo tampoco, porque no tengo datos, pero me parece que es la trampa que le tienden. Se le empieza a instruir una causa, y de la causa desaparecen por misterio los recortes de prensa, que se mandan a Salamanca. Se mandan a un señor, que es el enemigo de Serrat, llamado Sangróniz, que ha pasado por la historia como un tipo turbio. Y, como era un pelele de Nicolás Franco, me imagino la incitación de Nicolás Franco. Me parece lo más verosímil, pero eso yo no lo digo en el libro, porque no lo sé”.

La causa, sea como fuere, quedó paralizada hasta que finalmente terminaron por expulsar de la carrera a Serrat Bonastre, no sin antes intentar darle un buen puntapié de despedida. “Franco le niega el pasaporte diplomático, cosa que ya es de una mezquindad supina, y cuando se tiene que jubilar, porque ha pasado incluso de la edad, Franco dice a ver si se le puede quitar la pensión. Y eso es muy sintomático, porque revela un rasgo de carácter de Franco que no se alumbra”, ilustra el autor, que explica que aunque sí existen otros testimonios directos del aire que se respiraba en Salamanca y en Burgos, estos aportan otro nivel de crítica con respecto a la figura del dictador. “No estamos hablando de macrohistoria, estamos hablando del comportamiento de Franco con uno de sus subordinados inmediatos”.

La no política exterior de Franco

No solo retrata Serrat lo que se cocía por Burgos y Salamanca en aquellos primeros años de la era franquista, sino también las gestiones que España realizaba de puertas afuera, su política exterior. O más bien, la falta de ella. “En contra de lo que se ha solido afirmar, y yo he afirmado, ojo, porque también tengo mi culpa, es que era una política más o menos bien orientada, con una estrategia. Pero no: era una política de concesión, de otorgamiento de concesiones a alemanes y a italianos por la ayuda que prestaban, y nada más. Franco se fijaba en quien le ayudaba: alemanes, italianos y portugueses”, detalla el autor. De Francia y Reino Unido, las mayores democracias europeas, Serrat comprende que estas no se posicionaron contra el régimen de Franco, sino contra el comunismo. Cosa que el propio dictador no pudo o no quiso ver, desplegando un sentimiento de antipatía por estos países muy en línea con la fascistización que estaba emprendiendo.

La actual política en torno a Franco

Si un documento como este –que obraba en poder de la familia de Francisco Serrat, y que Viñas les solicitó estudiar y posteriormente publicar–, puede arrojar nueva luz sobre aquel aún oscurísimo periodo, ¿qué no podrían hacer los más de 10.000 papeles que permanecen secretos en los archivos militares? "Hoy conocemos más de la República y de la guerra de la República que de la época de Franco", corrobora Viñas. Aunque muchos archivos se han abierto, muchos otros continúan sellados, y eso a pesar que ya desde el paso de Carme Chacón por el ministerio de Defensa (PSOE, 2008-2011), los documentos se analizaron y se consideraron desclasificables. 

Las razones aducidas por el Gobierno popular para mantener este insólito hermetismo son, como dice Viñas, cuando menos "espurias". Porque van desde la absurda afirmación de que "las Fuerzas Armadas tienen otras cosas que hacer" a que la apertura pública de esos documentos "nos puede crear problemas con otros países". "Con otros países como la Francia de Vichy o con el III Reich", ironiza el historiador, que tiene su propia teoría al respecto de esta falta de transparencia: "Hay miedo a la historia, miedo al pasado". "Lo que pasa que los historiadores ya no nos chupamos el dedo: somos más incisivos". Así que con el mismo fin, el de aclarar el camino de un presente en el que retumban claros los ecos del pasado, él continuará con su labor, que en su próximo libro le llevará por los terrenos de la corrupción. También en época franquista cuando, como hoy, más que una práctica resultó ser "un modo de vida". 

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