Literatura

Claudio Magris: “Tenemos el deber de buscar la utopía”

El escritor italiano Claudio Magris.

CARLOS RUBIO ROSELL

Claudio Magris es un hombre serio, sabio y feliz. Ríe tímidamente, con humildad. Conoce la naturaleza humana y sabe de sus recovecos, pues ha vivido el dolor de perder a un ser amado. Ha viajado mucho, por todo el mundo. Ha leído infinidad de libros y ha conocido a toda clase de personas. Tiene muchos amigos y disfruta de una vida entregada a la literatura. Esa vida, que ha mezclado en su propia literatura con dosis perfectas de asombro, paciencia, inteligencia y concreción, es la que ha sido distinguida con el Premio Feria Internacional del Libro de Guadalajara en Lenguas Romances 2014, galardón que a Magris le parece un gesto “lleno de generosidad y con un amplio y profundo significado” porque llega, dice, “en un momento en el cual se hace tan poco por la cultura”.

El premio le fue concedido en agosto pasado por el conjunto de su obra narrativa, ensayística y crítica, la cual, destacó el jurado, ha sido unánimemente reconocida como una de las más importantes de la literatura europea contemporánea.

“Su escritura, erudita y poética, imbrica la reflexión rigurosa sobre la literatura, la historia, las artes y las culturas con la narrativa autobiográfica y de ficción”, asienta el acta de premiación, en la que se agrega que “Magris encarna la mejor tradición humanista en la que se concilian su propia experiencia con la memoria colectiva de la historia y de las culturas que conforman el espacio de la Europa central como lugar de diálogo entre las culturas del Mediterráneo y las culturas del Danubio”.

Autor de obras capitales para entender lo que él ha denominado la Mitteleuropa, con libros traducidos a más de veinte lenguas como Danubio, Ítaca y más allá, Microcosmos, Utopía y desencanto, El infinito viajar, Alfabetos o A ciegas, Magris (Trieste, 1939) ha tratado de escudriñar en ellos “la vida con minúsculas, la misma vida que, al ser contada y leída, se convierte en vida con mayúsculas”.

En ese sentido, su pretensión, reflexiona, ha sido “buscar a esas personas que resultan ser como flores olvidadas, porque en cualquier caso, uno escribe solamente apuntes contra el olvido, tentativas de construir pequeñas arcas de Noé para salvar en lo posible algo que se va a perder irremediablemente. Y este esfuerzo es un empeño de amor, porque toda narración nace de un sentimiento de fascinación y dolor por tantas cosas insostenibles en la vida, pero sobre todo nace de un sentimiento de amor”.

Y aunque como decía Kipling un escritor puede contar una historia pero no decir qué cosa significa porque ya se ha complicado mucho en tratar de decirlo mediante una obra, Magris expresa que en sus narraciones se ha interesado sobre todo "por la pequeña historia, el pequeño personaje que no es el protagonista de la gran Historia, pero en el que se encarnan los grandes motivos de la historia colectiva en general, donde se aprecia de forma clara el peso del destino, la manera en que busca el amor y la vida”. 

Su escritura, en todo caso, no establece diferencias entre un relato y un ensayo, porque lo suyo no son las monografías académicas, y si escribe un ensayo crítico, apela a su ser de escritor e incluso de periodista. “Cuando yo he escrito ensayos sobre la cultura, sobre oriente o sobre otras preocupaciones, no sé al comenzar qué cosa voy a escribir y qué cosa voy a encontrar, porque ensayar en italiano es intentar, así que se trata de hacer tentativas, de dar pasos hacia adelante”.

Por esa razón, señala, sus textos no han tenido nunca la misma forma desde que escribió su primer libro, Il mito asburgico nella letteratura austriaca moderna (1963), que comenzó a escribir como un ensayo sin saber exactamente cuál era el substrato de su tema, que desde luego no era sólo la corte de los Austria, sino todo aquel mundo de la vieja Europa que era el fin de un totalidad, de una imagen armoniosa del mundo. “Y es que esto sucede cuando en la tentativa de escribir se mezcla el relato. Cuando comencé a escribir A ciegas (2005) no sabía a dónde iba a terminar. Igual ocurrió cuando iba a comenzar Danubio (1986), tenía algunas intuiciones, pero no sabía si iba a escribir un reportaje o puramente una novela con un personaje que era Claudio Magris, o si iba a ser un personaje inventado. En este sentido, cuando uno comienza a andar, la historia se configura de un modo en el que está cerca de la historia y cerca de la narración puramente literaria”.

De sus personajes, Magris ha dicho que intentan plantear problemas filosóficos. Uno de esos problemas ha sido “encontrar la manera de narrar en las novelas la posibilidad o la dificultad de vivir verdaderamente nuestra vida, de vivir nuestro presente, simple y sencillamente de salvar nuestro presente, sin esperar, como hacemos, que el tiempo pase porque no vemos la hora en que llegue la próxima semana, cuando sabremos que ciertos resultados clínicos son favorables, cuando sabremos que nuestro partido político ha ganado las elecciones, cuando sabremos cosas que esperamos. Esta es una condición terrible de la vida, pero sobre todo de la vida moderna, de vivir siempre fijándonos en el futuro, que es muy probable que no sea, y olvidamos que la única certeza es la muerte. Este es un tema que siento mucho”.

Otro de los problemas que interesan especialmente a Magris “es la utopía y la necesidad y el deber de buscarla y construir un mundo mejor, diverso, y el encanto que continuamente se pone en ello y que por extravío se traduce en desencanto, un desencanto que acaba por ser una mediación de la utopía, o mejor dicho, una buena corrección de esa utopía, como ocurre en el Quijote”.

Debido a esa preocupación el escritor italiano se pregunta con frecuencia la relación que hay entre escritura y ética, literatura y compromiso, literatura y moral, y entiende que “para aquel que cuida el empeño del deber moral, como escritor no dice nada nuevo, porque los imperativos morales solo son importantes para el hombre, al margen de que sea un escritor o que haga otra cosa cualquiera. Por otro lado, cualquier escritor, aun los grandes, son seres morales como cualquier otra persona. Por ejemplo, los grandes escritores del siglo XX han podido ser fascistas, nazistas, estalinistas, han podido enviar telegramas de solidaridad con Mussolini, pero hoy hemos comprendido que a pesar de estas aberraciones han podido escribir obras de grandeza literaria. Yo no creo que los escritores sean gente que tengan un ánimo siempre más noble que el resto. Un gran poeta, el polaco Czeslaw Milosz, dice que los poetas tienen frecuentemente un corazón frío, porque a pesar de que son capaces de escribir un poema a un niño que muere, son capaces de conmoverse más por las propias palabras que por lo que le ha ocurrido al niño. De todo esto, yo creo que la literatura, respecto a la ética, por una parte debe ser completamente libre, porque la literatura no es un maestro de escuela, no es un maestro de moral. La propia actividad de relatar, sin predicar, se hace poesía, inspiración y libertad imaginativa. Cuando escribo no quiero invitar a todos a inscribirse en una sociedad determinada, sino mostrar y hacer sentir valores para comprender concretamente. ¿Por qué los grandes fundadores de religiones, como Buda o Jesús, han contado parábolas, han utilizado la literatura? Porque solo así, contando una historia concreta, han podido conseguir que los hombres entiendan qué cosa es la compasión, el amor del prójimo, etc.”

Para Magris es imposible concretar hacia dónde puede avanzar en el futuro la novela porque la situación “es muy diversa, distinta de una lengua a otra, de un país a otro, de una cultura a otra; México no es Francia ni China; Italia no es Estados Unidos ni España. Hay escritores muy diferentes. Pero yo creo que en general la narrativa, con algunas bellísimas excepciones, está viviendo una regresión. Está regresando a la escritura de novelas de actualidad, de consumo, y ya no se ve el ánimo de las grandes novelas de lo que he llamado el mitteleuropeo del siglo pasado que rebasaba todas las fronteras. Pensemos en Kafka, en Faulkner, en los grandes latinoamericanos más tarde, que han demostrado cómo, a pesar de que era muy difícil y casi imposible contar, narrar el mundo según la tradición, han conseguido hacerlo. Así que me parece que hoy la literatura, y en especial la narrativa, está en peligro de no seguir ese reto y conformarse con lo que funciona en el mercado. Creo por tanto que en ese sentido, la narrativa tiene una auténtica necesidad de naufragio, de confrontarse con la imposibilidad de narrar el mundo”.

Precisamente uno de los narradores del siglo pasado que rebasaron fronteras y que Magris ha declarado que representó para él un puñetazo que le cambió la vida fue Juan Rulfo, autor nacido en Jalisco, la misma provincia mexicana que ha visitado para recoger el Premio de la FIL de Guadalajara, que permanecerá abierta hasta este domingo, 7 de diciembre. Y es que Magris considera, al igual que Kafka, que “un libro debe golpear como un puñetazo, sacudir con violencia al lector en su habitual visión de las cosas”, pues “la auténtica literatura”, sostiene, “debe contener, además del juego, el placer, el gusto por el mundo y por su reinvención, algo que desconcierte y produzca malestar”.

“Para mí la obra de Rulfo me reveló un universo fuera del tiempo, del tiempo del narrar, del pensar, del tiempo de la vida. Estos vivos y muertos que son contemporáneamente vecinos lejanos, que pueblan nuestro mundo, nos ofrecen un sentido diferente de la posibilidad de narrar el tiempo de la vida o el no tiempo de la vida. Y esto está perfectamente contado en Pedro Páramo”.

Respecto al mundo actual, Magris expone que la era digital nos ofrece la oportunidad de una nueva épica, y aunque es una persona que sabe muy poco del mundo digital y sigue escribiendo a mano, cree que ese universo "entraña un gran peligro: el peligro de tener una gran cantidad de información que no sirve para pensar. Sin embargo, quizá con esta idea del hipertexto se podría construir una gran novela épica a la manera del novecientos, donde diversas historias confluirían en un mismo tronco narrativo. Pero como digo, este mundo me es absolutamente extraño”.

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Extraño y un tanto absurdo, porque a su juicio “es evidente que hoy en día hay muchas cosas en crisis, aunque no debemos idealizar el pasado. El siglo XX fue horrible para millones de hombres y todavía eso continúa. Me parece que esta defensa del humanismo como el sentido de la sacralidad del ser humano es más bien una cualidad del progreso. Yo creo más bien que lo que está en crisis es el propio concepto del individuo, que no sabe cuáles son sus límites entre tantas fronteras, el individuo del que se habla en un mundo tecnológico que mañana tendrá entero dentro de su cabeza. Somos una especie que vive las transformaciones del mundo y, en efecto, tal como lo conocemos hoy, el individuo tradicional cambiará. No soy pesimista, pero veo que hay una enorme velocidad en el mundo, que el mundo cambia no lentamente como en el pasado, sino a una velocidad superior a nuestra capacidad de analizarlo”.

Pero ese análisis, esa forma de apreciar el mundo y que todos sus lectores esperamos en cada nueva obra suya, es lo que podremos disfrutar en el libro de cuentos que se publicará en español este mes de noviembre y que lleva por titulo El conde y otros relatos (Sexto Piso).

Y más tarde, después de los elogios y la fiesta del premio FIL de Guadalajara, Magris volverá a su escritorio para continuar la escritura de la novela que tiene ahora mismo entre manos y que publicará en Italia el año próximo. “No tengo aún el título, pero se trata de un libro épico, incluso duro, con mucha desesperación”, resume para concluir.

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