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Ensayo

Acabar con la corrupción pensándola

'La escuela de Atenas', pintura en la que Rafael representó a grandes pensadores, con Aristóteles y Platón en el centro.

“Enunciemos primero este hecho. La vida pública española de hoy es un trasunto fiel de la vida pública española de siempre. Salvo lo superficial y contingente, en nada difieren nuestras costumbres públicas de las de todas las épocas de nuestra historia. Por una necesidad de redención, cuya íntima sensación conozco como el que más, hemos ido acostumbrándonos numerosos españoles a la idea de que esta corrupción, este desorden, esta anarquía, esta falta de solidaridad social y de aptitud para lo colectivo son tan solo transitorias y anormales; algo así como una enfermedad que curar, un problema que resolver. De aquí el mito de la revolución, paralelo al de la lotería, que son los dos Santos Advenimientos en cuya esperanza viven la mayoría de los españoles”.

Ya lo ven. No hay nada nuevo bajo el sol. Porque, al contrario de lo que pudiera pensarse, este que les mostramos no es un texto extraído de un editorial periodístico o un ensayo filosófico contemporáneo. Su autor es, fue, José Ortega y Gasset, quien escribió este artículo, titulado Nueva Fe de Erratas, allá por 1923. La idea fundamental que recoge, la de que la idiosincrasia, las tradiciones y la historia vivida por un país –este, pero también cualquier otro- hacen de él lo que es en el ahora, marca para el experto en corrupción política Manuel Villoria una de las claves de las reflexiones recogidas en Hartos de corrupción, un libro publicado por Herder para el que el catedrático de Ciencia Política y de la Administración en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid ha redactado el prólogo.

Combinando escritos de once autores históricos, desde la Grecia clásica hasta la actualidad, con entrevistas realizadas a diez pensadores actuales, el volumen intenta aliviar la punzada que provoca la indignación con el bálsamo de la ética. De ahí que sean los filósofos Victoria Camps, Manuel Cruz, Antonio Valdecantos, Francesc Torralba y Miguel García Baró, el teólogo Andrés Torres Queiruga, el psiquiatra Jorge L. Tizón y el psicólogo Antoni Talarn, la periodista Margarita Rivière y el catedrático universitario Norbert Bilbeny quienes responden a una serie de preguntas sobre la corrupción, planteadas a modo de entrevista.

Alternadas estas series de cuestionarios con textos de Platón, Aristóteles, Cicerón, Rousseau, Kant, Marx, Weber, Ortega y Gasset, Arendt, Rawls y Bergoglio (el papa Francisco), Hartos de corrupción plantea un diálogo histórico y cultural para intentar traslucir las causas y las posibles soluciones de este mal que asola (aunque no solo) este país. “Las cifras sobre corrupción en España son contundentes: actualmente hay más de 1.700 causas abiertas por corrupción política y alrededor de 500 cargos políticos están imputados”, explican desde la editorial sobre el fundamento del título. “La corrupción es ya el problema que más preocupa a los españoles después del paro, según los datos del Barómetro del CIS del mes de octubre 2014. Sin embargo, no siempre ha sido así”.

Efectivamente, como rubrica Villoria, la coyuntura ha ido transformándose con el tiempo. Solo que, en contra de lo que a bote pronto dictaría la lógica, lo ha hecho a mejor. En primer lugar, por una razón tan simple como que ahora hay menos dinero que en la época anterior del pelotazo urbanístico, lo que implica que, por fuerza, no se puede robar al mismo nivel. “En la pobreza absoluta hay menos posibilidades de corrupción generalizada”, ilustra. “Y ahora, al hablar más de ello surge un aspecto positivo, y es que se combate mejor”. La receta que Villoria propone en su ensayo pasa así por una cuestión tan simple como intrincada: cubrir la zanja de la desigualdad, entendida no solo desde un punto de vista económico, sino también cultural o psicológico.

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Desde esta última perspectiva, abunda el experto, “se acepta que hay gente que tiene derecho a mandar”. “Cuando las personas asumen que son inferiores con respecto a otras”, escribe en su ensayo, “incluso si se les provee de bienes primarios y derechos para defenderse, no los usan y vuelven a aceptar la dominación arbitraria”. Es decir, que las soluciones pasan por todos y cada uno de nosotros. Que no hay que caer en las falacias propias de la corrupción ni tampoco delegar las responsabilidades. De ahí que el autor proponga instaurar estados del bienestar universalistas, del tipo de las socialdemocracias escandinavas.

“Son sociedades con niveles de confianza elevados, transparentes, que se implican cívicamente, que dan garantías de servicios públicos”, detalla, no sin subrayar que las diferencias que nos separan de aquellos países hacen que no resulte sencillo emularlos, aunque sí se puede beber de su inspiración. “Son países bastante homogéneos culturalmente, con poca población, sin fenómenos de nacionalismo interno, sin estados federados… y todo eso son variables que dificultan la igualdad”. Otra traba, advierte, radica en crear normativas y leyes que terminen por no cumplirse por los mismos que las hacen, envueltos en ese aura de impunidad otorgada desde abajo.

“Creo que lo que hoy vemos y llamamos corrupción política es una perversión doble", resume Margarita Rivière en su intervención, "por una parte, una perversión (o alteración malvada) social, que concierne a una comunidad de personas; por otra, la corrupción tambien requiere una alteración perversa de las sensibilidades individuales. No hay, en mi opinión, un resultado de corrupción social (política, en este caso, pero se trata de una gran corrupción moral que afecta a la cultura y las costumbres en general) sin alteración de las sensibilidades, percepciones y modos de vida de los seres humanos”.

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