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Cuando llamé al timbre de Walt Whitman

El poeta estadounidense Walt Whitman, en torno a la cincuentena.

Quien más y quien menos, todos tenemos algún referente vital. Una obra, un acontecimiento, un personaje que, de algún modo, ha conseguido doblar la vara de medir de nuestro sentir, redirigiéndolo a algún camino hasta entonces impensado. Para el escritor británico Edward Carpenter (1844-1929) fue, por encima de cualquier otro, el poemario Hojas de Hierba, del estadounidense Walt Whitman (1819-1892).

Tras leerlo en su juventud, aquel burgués victoriano comprendió que sus intuiciones sobre los agravios a la mujer, cuya libertad le negaba la sociedad, su pulsión homosexual, obligatoriamente reprimida, y sus ideas sobre la igualdad filtrada por el tamiz del socialismo merecían la pena ser luchadas, para hacerlas acaso reales algún día.

En aquel tiempo en que hombre era sinónimo de macho, de ser impasible a todo sentimiento o emoción, mucho menos si estos dejaban entrever un mínimo signo de flaqueza, Carpenter pudo hallar en la poesía de Whitman, también gay o bisexual, una descripción del amor como él mismo lo comprendía, también del sexo: libre e inclasificable, perfecto en sí mismo, divino y humano a un tiempo.

Somos seres llenos de pasión, escribió el poeta. La vida es desierto y oasis / Nos derriba, nos lastima / nos enseña, / nos convierte en protagonistas / de nuestra propia historia. / Aunque el viento sople en contra, / la poderosa obra continúa: / tú puedes aportar una estrofa. Hechizado por palabras como aquellas, Carpenter fue imbuyéndose en el ideal de inspiración whitmanianawhitmaniana de camaradería democrática, que apelaba a su noción de la sexualidad, que él creía motor del mundo, y también a su concepción de la organización social.

A partir de aquella revelación sobre el sentido de la existencia, que él entendió a su particular manera, dado que Whitman nunca tuvo nada que ver con el socialismo (en aquel tiempo, en la década de los setenta del XIX, aún incipiente como movimiento político), la vida de Carpenter fue jalonándose de hitos: primero se estableció en una comunidad con hombres y mujeres que defendían como él la necesidad del cambio, luego se mudó al campo siguiendo los preceptos de fusión con la naturaleza del Walden de ThoreauWalden , luego plasmó sus reflexiones políticas y vitales sobre el papel…

Pero por encima de todo, dos tandas de encuentros marcaron su destino, ambos con su gran maestro en la distancia y fuente de inspiración junto con las filosofías orientales, el mismo Whitman, que a lo largo de su vida fue también funcionario o periodista, y a quien visitó una vez en 1877 y varias otras en 1884. De aquellos encuentros nació Días con Walt Whitman, con notas sobre su vida y su obra, recién publicado por Señor Lobo.

El libro coincide en el tiempo con el lanzamiento de una cuidada reedición bilingüe de Hojas de hierba llevada a cabo por Galaxia Gutenberg, en la que la traducción se ha actualizado y en la que se recogen todos los prólogos escritos por el propio poeta en las diferentes tiradas del libro durante su vida, además de otros textos en prosa y su diario de enfermero voluntario durante la Guerra Civil de su país.

A la narración de las reuniones, en las que Carpenter pudo ser testigo de la cotidianeidad del literato, se superponen en Días con Walt Whitman reflexiones sobre el significado y la influencia de Hojas de hierba, gran épica del sueño americano que percibió como un texto “profético”, en el sentido de iluminador. “Si bien el poeta no clama por entregar un nuevo evangelio”, escribe, “sí parece demandar la posibilidad de asumir su lugar en la línea de aquellos que han transmitido un antiquísimo tesoro de redención para la humanidad”.

También dejó reflejado Carpenter su análisis de la forma poética utilizada por Whitman, extremadamente compleja e intrincada, lo que demuestran los largos años que invirtió en el libro, que comenzó a principio de la década de los cincuenta y que continuó revisando hasta su muerte.  Para cerrar, incluye el británico una comparativa entre su ídolo y el también poeta Ralph Waldo Emerson, maestro declarado de Whitman. 

"La nobleza de ambos", dice, "la grandeza, la sinceridad y la simplicidad de su amistad, el cálido acuerdo, el afecto y la admiración, bajo diferencias graves y admitidas de hábitos y opinión, todo conforma una imagen de profunda y duradera importancia, una imagen que las edades futuras no podrán dejar de apreciar". 

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