Teatro

Cara a cara con Freud

Eleazar Ortiz y Helio Pedregal protagonizan 'La sesión final de Freud'.

El cáncer que se alojaba en su boca, esa que le había servido para interpelar a cientos de personas a lo largo de su carrera para, así, adentrarse en el recóndito terreno de sus mentes, le resultaba tan doloroso que le imploró a su amigo que le inyectara más morfina. Era el 23 de septiembre de 1939, el que sería el último día de la vida de Sigmund Freud, cuyo cuerpo envejecido no pudo sino claudicar ante la droga. Apenas tres semanas antes, el 3 del mismo mes, el padre del psicoanálisis aún se preservaba en sus plenas facultades, tan mordaz como siempre acostumbró.

En su agenda, una nota en la página correspondiente a aquella jornada informaba –él se autoinformaba- de una cita con un académico de Oxford. No ponía nada más, ni falta que hizo: a partir de ahí, lo único que quedaba por hacer era dejar volar la imaginación. El reto lo asumió Armand Nicholi, quien escribió el libro La cuestión de Dios, que llevó a la oficina londinense del padre del psicoanálisis al profesor y autor C. S. Lewis, un texto que posteriormente versionó para las tablas el dramaturgo Mark St. Germain. En La sesión final de Freud, que llega al Teatro Español de Madrid (del 13 de enero al 22 de febrero) procedente del off de Broadway, ambos miden sus fuerzas intelectuales para especular sobre lo inefable: la existencia de dios en medio del caos.

“He querido imaginar qué es lo que ocurre cuando alguien sabe que su tiempo ya se ha acabado, un hombre que fue tan contestado, tan contrariado y tan maltratado, que se mira a las manos y no tiene conciencia de qué se lleva de todo aquello por lo que dio su vida”, explica Helio Pedregal, protagonista de la función a quien da réplica Eleazar Ortiz como C. S. Lewis, quien fuera autor de Las crónicas de Narnia, ambos bajo la batuta de la directora Tamzin Townsend. Emigrado a la capital británica por su condición de judío austriaco, Freud creó un fiel trasunto de su despacho vienés que se convierte en la obra en el decorado de una conversación dramática cuya banda sonora la marcan el sonido de las alarmas: mientras ambos hablan, Inglaterra declara la guerra al Tercer Reich.

“Es una obra de contenidos y personajes muy intensos”, señala Townsend, forjadora de éxitos como El método Grönholm, que ha trabajado con la traducción al español llevada a cabo por Ignacio García May. “Uno está a punto de morir, y el otro está a punto de triunfar”. A sus 83 años a Freud tiene, literalmente, los días contados. Justo cuando Lewis atraviesa su etapa de plenitud: él acaba de cumplir los 40 y cada vez le queda menos para publicar su gran obra. “Durante la Primera Guerra Mundial, Lewis cree que no hay un dios, pero luego cambia de opinión”, añade Townsend, que ilustra que es esa transformación interior la que despierta el interés del obstinadamente ateo Freud, que es quien convoca al escritor, quien además había osado criticarle públicamente. “¿Por qué un hombre tan inteligente cambia así de opinión? Esa es la pregunta en la que Freud indaga durante toda la obra”.

“Freud no cumple con la imagen que se puede tener de él de hombre a contracorriente, que se mete en todos los jaleos posibles, sino que es un anciano en una situación física terrible pero con total lucidez, con la misma capacidad de escalar hacia el conocimiento”, agrega Pedregal, para subrayar que “aunque ambos insisten en buscar un sentido a la vida”, no lo hacen siguiendo los preceptos del psicoanálisis. No solo hay, por otro lado, un componente divino en la obra: también fluye la conversación por los vericuetos de lo humano: del amor, del arte o del sexo. Siempre, de manera no excesivamente erudita y con un afilado sentido del humor.

La obra, si se quiere, recuerda a las maneras de Mi cena con André, aquella exquisita película de Louis Malle escrita y protagonizada por Andre Gregory y Wallace Shawn, dos personajes que convergen en una noche de conversación a la que llegan desde extremos vitales y mentales completamente divergentes. “Seamos quienes seamos, vayamos al teatro con los ojos que vayamos, hay algo que es siempre respetable”, concluye Pedregal, aludiendo no tan veladamente a la actual situación social, “y eso es el rigor y la honestidad a la hora de plantear las diferencias, que es la única manera de tener esperanza en el futuro”.

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