Literatura

Jordi Soler: “Somos muy simples: creemos en todo lo que brilla, ya sea la nobleza o el poder”

El escritor Jordi Soler.

En un minúsculo pueblo incrustado entre imponentes montañas, permanece enterrado tras el curso de medio milenio un exótico y opulento tesoro. Aquella fortuna, aún hoy codiciada, llegó al Pirineo catalán procedente del lejano México de manos de la princesa, la hija del gran emperador, a quien acompañó todo un séquito en su periplo ultramarino. Asentada al fin al otro extremo del vasto océano, la mujer contrajo nupcias con el caballero Juan Grau, a quien dio un vástago antes de sucumbir a la muerte, presa de una triste locura.

Podría parecer que, contado así, este relato hubiera sido extraido de un libro de leyendas. Nada más lejos de la realidad, que dice que Xipaguacin, descendiente de Moctezuma II, desembarcó en España en el siglo XVI junto al caballero Grau protegida por su leal cohorte de sirvientes, un nutrido grupo de mexicanos. Aquel noble de Toloriú, un minúsculo pueblo leridano, se convirtió así en el padre del legítimo descendiente del gobernador de los mexicas, cuya estirpe se prolongó –al menos que sepamos- hasta el pasado siglo XX.

Siguiendo ese rastro hasta la Barcelona de los años sesenta, la de una rancia aristocracia que bailaba al son de la melodía de Franco, Ese príncipe que fui (Alfaguara), la última novela del escritor mexicano de origen español Jordi Soler (Veracruz, 1963) fabula con esas certezas sobre la figura del heredero español de Moctezuma. Reinventado como tal tras conocer inesperadamente su pasado, el aristócrata de nuevo cuño se dedicó a montar todo un tinglado para repartir títulos y condecoraciones de su estirpe e ingresar en los más selectos -y festivos- círculos del poder y la riqueza de la época.

Rápidamente aupado por contar con el beneplácito del dictador, el príncipe no tardó en caer en desgracia llegados los primeros estertores del franquismo. Como él, los sucesores del séquito permanecieron en la historia de Soler en España, reubicados en las cuevas del Sacromonte granadino. Trufado de humor e ironía, el libro, contado en primera persona a través de la voz de un banquero jubilado que descubre esta historia y decide buscar el suculento tesoro, encierra también audaces críticas a la relación de ida y vuelta entre ambos extremos del Atlántico. 

Pregunta. Este es un libro a caballo entre la realidad y la ficción. ¿Hasta dónde llega cada una? Porque no sé si el personaje principal, Kiko Grau, el descendiente de Moctezuma verdaderamente existió.

Respuesta. Sí que existió, lo que pasa es que se llamaba Guillem, y yo le cambié el nombre porque me sentía más cómodo, es una de las formas de hacer el personaje mío. Cambié el nombre pero se apellidaba Grau Moctezuma igual, y era heredero legítimo del emperador mexicano, esto es verdad. Es un personaje que irrumpió en la Barcelona de los años sesenta tal como lo cuento en el libro, y hacía ese tipo de chapuzas con las condecoraciones, y tuvo relación con Franco, todo eso es verdad. También es verdad, desde luego, la llegada de la princesa Xipaguacin al Pirineo, casada con un noble catalán, esta pobre mujer con aquel séquito en un pueblo de cuatro casas y una parroquia, que tiene nieve tres veces al año. Después viene el trabajo del novelista, que es construir una ficción a partir de dos piezas sólidas de realidad como son estas que acabo de mencionar.

P. La verdad es que yo jamás había oído hablar de un heredero español de Moctezuma. ¿Cómo entra usted en contacto con esta historia?

R. Exactamente lo mismo me pasó a mí hace cuatro o cinco años. Estaba comiendo en un pueblo del Pirineo, y la comida fue tan potente que tuvimos que levantarnos a andar por ahí, y andando llegamos a este pueblo que se llama Toloriú, y ahí en la parroquia encontré una placa que pone Aquí murió la princesa Xipaguacin, hija del emperador Moctezuma II, y me pareció que a esa pieza no solo de realidad, sino de fierro, lo que correspondía era una pieza de ficción, que es esta novela.

P. En el fondo, la novela encierra una crítica que aunque no está planteada de manera grave, sino con cierta sorna, no deja de ser crítica, tanto de la idea de aristocracia, como de la España de aquella época.

R. Sí, absolutamente. Hay una crítica para empezar de las relaciones entre España y Latinoamérica, que es un tema que a mí me preocupa, puesto que nací en México pero mi familia viene de aquí, y toda la vida he estado de un lado a otro. Creo que hace falta mucha pedagogía, muchas ganas de relacionarse de verdad. Por otro lado está la crítica que mencionas, a la aristocracia: el narrador sugiere, y yo estoy de acuerdo con él, que el primer rey fue un tipo muy listo que dijo: 'yo soy el rey de todos ustedes, y consecuentemente mis hijos serán reyes de todos ustedes', y el pueblo dijo sí. Esa es la clave: por qué decimos que sí. También hay una crítica, en un segundo plano, sobre la identidad. Yo soy una persona que tiene identidades múltiples, y por tanto no creo mucho en la identidad. No entiendo ese orgullo que alguien siente por haber nacido en un metro cuadrado específico por puro azar. Hay también una crítica cuando la novela habla sobre ese séquito de mexicanos puros que no querían mezclarse, y sin embargo llegan hasta el Sacromonte, donde ven que se parecen bastante a los gitanos, y entonces deciden que su identidad a lo mejor es intercambiable, y desde luego es acomodaticia. Como bien detectas, el libro está lleno de críticas.

P. Otra que yo he percibido es la crítica al periodismo. El narrador, un banquero jubilado, ejerce en esta historia de cronista, y él mismo critica cómo otros periodistas pasaron por Toloriú sin apenas hablar con gente o hacer esfuerzo por conocer los recovecos de la historia del descendiente de Moctezuma.

R. La crítica es doble, porque el autor de ese artículo (que aparece en la novela) soy yo mismo, el narrador critica mi artículo. Dice con qué frivolidad fui a ese pueblo y me atreví a escribir una pieza sin haber entrevistado ni a un solo vecino. Es verdad, también hay una crítica por ahí.

P. Y la historia de los mexicanos puros que emigraron a Granada, al Sacromonte, ¿qué hay de verdad en ella?

R. Eso es inventado, pero yo creo que el séquito de la princesa, una vez que hubo emigrado de Toloriú, al buscarse un destino, me parece que el destino lógico, y más cómodo para ellos, tendría que haber sido las cuevas del Sacromonte. En las novelas que parten de hechos históricos, los novelistas creemos que inventamos cosas, pero es probable que hayan sucedido así. Esta es la manera lógica en que fueron discurriendo todos estos eventos, así que puede ser que sí hayan llegado a las cuevas del Sacromonte, ¿por qué no?

P. ¿Y usted llegó a conocer a Guillem Grau, el descendiente de Moctezuma?

R. No, porque desapareció a principio de la década de los años setenta. Es un personaje que desapareció del mapa: se fue a otro sitio, cambió de identidad, no lo sé. A lo mejor a partir de esta novela nos enteramos de dónde está.

P. Otro comentario que lanza la novela tiene que ver con la cultura. Habla de cómo Franco ofreció sus favores a este heredero de Moctezuma y cómo hizo lo mismo –de manera recíproca- con artistas como Cela o Dalí. ¿Por qué escogió a estos personajes para trufar la historia?

R. Está también la vena monárquica de Dalí, que era bastante manifiesta. La idea es que una vez que estás en la aristocracia tienes que ser un aristócrata. Si no, de otra manera, no funciona el tema. El rey rojo es casi una utopía, porque son personas que tienen la mayoría un gran capital, tienen poder, un poder que se refleja. Por ejemplo, mi príncipe tiene una época dorada en Barcelona, cuando tiene relación con el dictador, porque refleja su poder. Pero cuando el dictador deja de hacerle caso o de tenerlo como su noble consentido, cae en desgracia, porque deja de reflectar ese poder. Esto al final lo que viene a decir es que somos tremendamente simples, tremendamente ingenuos, creemos en todo lo que brilla, ya sea la nobleza y sus oropeles o el poder.

P. Pero también el narrador -que es usted mismo- al final le coge cariño al príncipe, y de hecho llega a creer que es verdaderamente un príncipe.

El pensamiento salvaje de Jordi Soler

El pensamiento salvaje de Jordi Soler

R. Sí, pero porque el narrador es un banquero, un banquero jubilado, no es un profesional ni de la pesquisa ni de la investigación, y todo el tiempo es víctima de la seducción de este personaje. Yo creo que también habría caído bajo el hechizo de este hombre, como en efecto he caído, puesto que he escrito esta novela. Esta es una de las partes que más me gusta de esta historia, lo que pasa con un ser que tiene muchos talentos para ser horrible y que, escarbando un poquito, como suele pasar con todo, encuentras un personaje que te puede gustar, que te puede dar pena que se muera, te puede dar pena su desgracia. Creo que a lo largo de la novela mi príncipe desarrolla una empatía muy poderosa. Lo digo así porque luego los personajes van tirando por su cuenta, una vez que los has llegado a construir.

P. Con respecto a la relación entre América Latina y España, lo que he percibido que quiere comentar es que desde España hemos visto a América Latina como un lugar del que nos podemos aprovechar, mientras que, a la inversa, desde América Latina han visto a los españoles como si fueran importantes, esto representado a través de la figura del príncipe.

R. Es una situación que sigue existiendo. En México, que es el país que conozco perfectamente, hay una admiración por todo lo español, pero también un rechazo en la misma proporción de todo lo español. Es un factor, el del rechazo, que no tienen en cuanta los políticos españoles, que llegan allí como han llegado durante los últimos 500 años, es decir, con gran bombo imperial. Y la realidad no es esa. Uno de mis temas, no solo en esta novela, sino también en los artículos de opinión que escribo, es la gran ignorancia que hay hacia el continente en España y viceversa, la gran ignorancia que hay de España en Latinoamérica. Porque a los españoles se les admira o se les rechaza, pero esa no es una visión objetiva de un país ni de un pueblo. Yo creo que hace falta mucha pedagogía. Por ejemplo, no entiendo cómo España, que es lo que es por su lengua, no toma en cuenta a los 450 millones de personas que hablan su lengua. Sin esos 450 millones, que están en Latinoamérica, España tendría el peso político y cultural de Polonia. A partir de aquí, creo que tendría que haber mucha pedagogía, un proyecto de encuentro de verdad. Como se pregunta el narrador: ¿qué hace el rey español en las cumbres iberoamericanas, en un continente que se independizó de un rey como él hace más de doscientos años? Yo no digo que no vaya el rey, lo que reclamo es que se explique por qué está ahí.

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