Literatura

Julio Llamazares: “Vivimos en una sociedad donde todo el mundo está dando puñetazos en la mesa”

El escritor Julio Llamazares.

¿A quién no le marcaría que su ciudad o pueblo natal acabara engullido por las aguas para nunca más volver? ¿Dónde quedarían los recuerdos y las vivencias? ¿Qué sentimientos aflorarían con la certeza de saber que jamás volverían las calles y las plazas en las que un día se construyó la vida? Al Vegamián de Julio Llamazares le ocurrió exactamente eso, sumergido bajo uno de los muchos pantanos que se empezaron a construir bajo la dictadura de Franco. Su nacimiento en aquellas tierras hoy líquidas fue circunstancial: su padre era un maestro rural que fue destinado allí, y él solo llegó a habitar en él sus dos primeros años. Con todo, algo debió de quedar de aquella experiencia, que ha rondado su cabeza a lo largo del tiempo.

Como emergida de esas profundidades, físicas y mentales, ha nacido su última novela, Distintas formas de mirar el agua (Alfaguara), la historia de su vida en la que, en realidad, no se describe ningún aspecto de su vida. Los protagonistas son otros: una familia que forzosamente tuvo que dejar su pueblo en esas circunstancias y que regresa solo para arrojar las cenizas del recién fallecido abuelo. Abuelo que es en realidad también padre, esposo y otros tantos parentescos, los que se corresponden con las voces corales que trazan la narración. En solo unos instantes, los que transcurren entre la llegada al embalse y el lanzamiento de los restos, todos recuerdan y reflexionan para sus adentros sobre lo que significó aquel enclave, y aquel hombre, para ellos.

Situado no en Vegamián sino en Ferreras, otro pueblo leonés igualmente anegado por el embalse del Porma, la novela entrelaza así cuestiones como las relaciones de familia, el arraigo a una tierra o las muchas visiones que sobre una misma cuestión pueden tener y tienen las personas. También habla de una época y unas circunstancias, del peso de las decisiones tomadas, del discurrir de la existencia y de lo que cada cual espera de este tránsito por el mundo, sea de donde quiera que sea. Habla también de Llamazares, claro, y habla también Llamazares (1955), que se reúne con infoLibre para aportar algunas de las claves de la novela y de su labor como escritor. 

El origen 

Seguramente el libro surge de la necesidad de contarme a mí mismo lo que puede significar una vivencia así. Pero extrapolo de mi propia vivencia una vivencia más intensa, porque al fin y al cabo yo nací por casualidad en Vegamián, porque mi padres estaba destinado de maestro. No es la historia de la gente que nació allí y también sus abuelos, sus padres… para los que el arraigo es mucho más profundo. Mi familia estaba de paso, y yo apenas viví allí, solo dos años.

Luego volví cuando era niño, hasta los doce años, cuando sepultaron el pueblo, pero no tengo muchos recuerdos: solo los de ir con mi familia, a ver amigos que dejaron allí. La primera visión consciente del pueblo en que nací fue con 28 años, ya en 1983, cuando vaciaron el embalse por alguna cuestión técnica que no conozco, y de repente vi las ruinas. Fue como si conoces a un familiar tuyo viendo cómo lo desentierran, no cuando está en vida.

Esa sensación es muy particular, muy extraña. Estuve en el pueblo lleno de lodo, en ruinas, sin color, sin sonido, porque al no haber árboles no hay pájaros, no hay nada. Es como los paisajes del día después del fin del mundo, el paisaje de un tsunami definitivo. Estuve en mi casa, en la escuela de mi padre, donde todavía quedaba el encerado en la pared… Es una experiencia muy difícil de transmitir, y esta novela seguramente me ha servido para pensar mucho sobre ella. Al final, las novelas para lo que tienen que servir, y no solo para el lector, sino también para el escritor, es para pensar. Y a mí me ha servido para pensar y para sentir, que son dos formas de conocimiento propio y ajeno.

Los temas 

El primer tema fundamental de la novela, que determina la arquitectura de la novela y el propio título, Distintas formas de mirar el agua, es el destierro, el desarraigo. En este caso es definitivo, porque no hay posibilidad ya de vuelta, lo que lo hace distinto del destierro de un exiliado político o de un emigrante económico, al que siempre le queda la posibilidad de volver, aunque yo dudo mucho de eso, porque cuando vuelves ya no eres el mismo, y lo que encuentras ya no es igual que lo que dejaste, aunque lo parezca.

El otro tema es la relatividad de la mirada humana. Por eso seguramente he hecho una novela coral, en la que 16 personajes diferentes protagonizan cada uno un capítulo y piensan sobre una misma historia, porque es el flujo de su conciencia lo que se puede leer en cada capítulo. Cada uno cuenta su versión de la misma historia y cada uno se refleja en ese espejo del pantano de una manera distinta. Con el paso del tiempo, una de las cosas que me han empezado a inquietar o a desazonar es que algo que yo veo de una manera evidente, de repente hay alguien al lado que lo ve de una manera totalmente distinta. Y esos son los dos temas: no solo el desarraigo que produce el destierro, sino también que la verdad no existe. 

LA FORMA

En esta novela yo he tenido la sensación –y lo digo sin ningún afán de sacralizar el ejercicio de la literatura- de que la he escrito al dictado. De que era una novela que seguramente estaba condenado a escribir tarde o temprano, porque en cierto modo es la novela es mi vida, aunque no cuente mi vida. Es una respuesta a esa pregunta que siempre me hacían no solo los periodistas, sino también los lectores, sobre mi lugar de nacimiento, porque a la gente le llama la atención cómo influye el haber nacido en un pueblo sumergido, como a otros les pasará el haber sobrevivido a un campo de concentración o haber nacido en el Polo Norte.

Al final, no sabía muy bien cuál era la forma de responder a eso. Esta es la novela que he escrito en menos tiempo, en un año. Yo soy muy lento escribiendo, es más, soy el escritor más lento de España, seguramente, y si no que pregunten a mi editora. Y sin embargo esta novela la he escrito en un año y sin tenerla prevista. Un día me puse y fue como cuando destapas el cráter de un volcán: empezó a salir toda la lava, y cuando me di cuenta había terminado la novela.

La estructura de una novela para mí es fundamental, porque una novela se puede contar de muchas formas. Esta la podía haber contado como narrador omnisciente, que dicen los libros de literatura, o la podría haber contado uno solo de los personajes, o alguien ajeno a la historia. Pero he querido que la misma historia la contara una familia para alejarme,como ocurre en las tragedias griegas, en las que todos los personajes llevaban una máscara, que eran las máscaras del autor. Así, las diferentes voces de mi novela cuentan la misma historia, y seguramente la suma de todas esas voces sería la mía.

Hay una voz que es la de un automovilista que pasa al lado, y esa sería la mirada, quiero creer, de la sociedad española, que ignora las cosas voluntaria o involuntariamente. Y dices, claro: es que su mirada se para en la superficie del agua, no va más abajo. Lo que también es normal, porque la gente no tiene por qué saber muchas cosas, y más en este país donde hay una desmemoria general. Entonces, he querido que todas esas voces sonaran en el escenario de la novela, en un tiempo mínimo, porque la acción son diez minutos, desde que llegan con el coche hasta que bajan y tiran las cenizas. Quería que cada mirada aportara, como en un caleidoscopio que va girando, una perspectiva distinta del mismo tema.

El trasfondo histórico

Los pantanos empezaron a contruirse en la época de Franco, pero han seguido en la democracia. El pantano de Riaño, cuyos vecinos están en el pueblo de La Laguna, al que yo me refiero en el libro, situado en la Tierra de campos de Palencia, lo hizo Felipe González. Lo empezó Franco y lo acabó Felipe González, cuyo gobierno lo hizo con la misma insensibilidad con que lo hacía la dictadura de Franco, no nos engañemos: echando a la gente como hacen los israelíes en Gaza, entrando la Guardia Civil a caballo, con palas, derribando las casa y con helicópteros. Esto pasó hace 27 años, o sea que es algo que sigue vivo.

Es verdad que este país no ha querido mirar de frente su historia, ha ignorado su propia memoria, ha vivido sumido en la desmemoria, a veces por obligación, a veces por comodidad. Y la memoria histórica no es solo la referida a la guerra, es la referida a todos los acontecimientos que pasan. Y esta novela forma parte de la memoria histórica de este país, porque habla de un pasaje que ha afectado a miles de personas pero que la sociedad ha ignorado por completo. La gente, cuando abre el grifo del agua, no sabe lo que cuesta el agua: sabe lo que cuesta la factura, pero no el precio que ha tenido en dolor, en fracturas sentimentales, etc. para muchos compatriotas. La gente no sabe lo que cuesta el agua como no sabemos muchas cosas, porque no nos paramos a pensarlas.

El agua COMO CONSTANTE LITERARIA

Yo escribo muy instintivamente. Empiezo a pensar o reflexionar sobre lo que escribo cuando ya he publicado, y sobre todo cuando me hacéis preguntas (los periodistas) y yo tengo que responder algo coherente. Hay muchas cosas sobre las que no he pensado, y esas son las preguntas más interesantes, porque son las que me hacen pensar. Es verdad que el agua está muy presente en mi obra, en libros como El río del olvido, o Cuaderno del Duero. El río del olvidoCuaderno del Duero

Seguramente hay una lectura psicoanalítica de esta presencia, pero que yo no voy a hacer, menos yo de mí mismo. La literatura tiene también para el autor una función terapéutica, lo mismo que para el lector. A veces he dicho en broma que los escritores cobramos por lo que los lectores pagan: tú vas al psiquiatra y le cuentas tu vida, y te cobra. Yo te cuento mi vida en una novela y encima te cobro yo. Digamos que la literatura sirve de consuelo. La literatura, el arte, la música, una de sus funciones es servir de consuelo y de purga del corazón, como lo llamaba Cela.

Los antecedentes de la novela

Cuando digo que esta es la novela de mi vida no hablo de su importancia, sino de que esta es la novela que llevaba dentro toda mi vida y tenía que escribir. Ya había hecho varios amagos a lo largo de mi carrera literaria. En el año 83 escribí un pequeño guion para una historia que rodamos coincidiendo con el vaciado del pantano, que se llamaba Retrato de un bañista, que es una pequeña historia que está incluida en la película de José María Martín Sarmiento El filandón, con otras historias de otros escritores leoneses. También he escrito bastantes reportajes: por ejemplo, hace siete años escribí un reportaje en El País Semanal sobre qué había sido de la gente del embalse de Riaño 25 años después, dónde habían ido a parar.

A mí siempre me gusta saber qué fue de la gente. La vida sigue y muchas historias que fueron muy dramáticas o muy relevantes informativamente luego se quedan en el olvido absoluto. Ha habido varios embriones de esta novela, también una conferencia que di en San Sebastián sobre mis relaciones con el escritor  Juan Benet, que fue también el ingeniero de la presa del Porma, y cuyo mundo literario, que él llama Región, es el mismo de esta novela. Yo elegí un pueblecito que no fuera Vegamián para que la gente no me identificara textualmente, porque además yo escribo siempre mis novelas en primera persona. Yo sería en todo caso, y también lo dudo, la suma de todas las voces de todos los personajes.

La melancolía QUE IMPREGNA SU OBRA

Seguramente tiene que ver con mi visión del mundo. Hay una frase de Ortega y Gasset que repito mucho, que me repito mucho a mí mismo como escritor y como persona, que dice que el esfuerzo inútil conduce a la melancolía. Escribir es un esfuerzo inútil, vivir es un esfuerzo inútil, pero que hay que hacer. Nací en un pueblo que ahora está sumergido bajo las aguas. Crecí en un pueblo minero que prácticamente ha quedado convertido en arqueología industrial. La aldea donde voy en verano eran cuatro personas.

Es decir, que vengo de un mundo que está en desaparición si no está ya desaparecido, y eso es algo que seguramente ha alimentado mi mirada melancólica del mundo. Pero te puedo asegurar que en la vida real y cotidiana no es que no sea melancólico, pero soy una persona muy sociable y hasta con mucho sentido del humor.

Más allá de 'Distintas formas de mirar el agua'

Yo no soy un escritor profesional, aunque viva de escribir. Nunca me planteo la literatura como una profesión, para mí es una pasión. Es la pasión que ha llenado mi vida, junto con otras pasiones menores o parecidas. Yo no escribo las novelas por inercia, sino por necesidad, y creo que es como hay que plantearse la literatura. Lo que pasa es que ha habido un vuelco en la imagen del escritor, que en los últimos 30 años ha pasado de ser un personaje marginal que casi movía a la lástima social a ser un personaje que tiene prestigio y popularidad.

Hay mucha gente, muchos periodistas, que ahora se dedican a escribir profesionalmente novelas, pero esos no son escritores: escritor es aquel que escribiría aunque no publicara. Y escritor es aquel para el que escribir no es una profesión sino una necesidad. Entonces, yo seguiré escribiendo aunque pase una temporada sin escribir una sola línea. Y tampoco es que me haya descargado tanto en esta novela como para no tener nada más que contar.

Además, los escritores escribimos siempre el mismo libro, desde el primero. Lo que hacemos es como los músicos de jazz, que hacen variaciones a partir de una frase. En un prólogo de mi primer libro de poesía, cuando lo reedité muchos años después, decía que seguramente todo lo que escribo está en ese libro de poesía, es más, está en el primer verso del primer poema de ese libro: Nuestra quietud es dulce y azul en esta hora, todo es tan lento como el pasar de un buey sobre la nieve.

LA FUNCIÓN PÚBLICA DEL ESCRITOR COMO OPINADOR

Todas las personas, seamos o no escritores, tenemos una voz pública. Depende de la consideración que te merezca una persona en concreto, das más importancia a su opinión que a otras. Pero eso pasa hasta para ir a ver una película o leer un libro: depende de la consideración que tengas por esa persona, irás o no a ver la película. De todos modos, yo desconfío mucho de la gente que se cree intelectual. Yo trabajo con las manos, porque escribo con las manos. No distingo el mundo entre trabajadores ntelectuales o trabajadores manuales, como hacía el viejo marxismo. La opinión de todo el mundo es muy importante.

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Por ejemplo, a mí muchas veces me importa mucho más que lo que piensan los críticos sobre una novela lo que piensa la gente que ha vivido esa historia. Yo escribo para todo el mundo, no solo para los intelectuales o para la gente más culta. En ese sentido, depende de cada uno si quiere participar en el pandemónum de la opinión pública o no quiere participar. Pero hay grandes escritores a los que admiro cuya opinión sobre temas de política o de economía me importa tres pepinos. O porque uno sea un gran actor, ¿por qué te tiene que importar su opinión sobre la guerra de Ucrania?

Algo que a mí me produce muchísimo rechazo es la gente que tiene ideas sobre todo. Yo cada vez tengo más dudas y menos ideas. Lo que pasa es que vivimos en una sociedad donde todo el mundo está dando puñetazos en la mesa, todo el mundo lo tiene todo muy claro y ninguna duda. Yo creo que el tertuliano es una figura de este tiempo que habría que desterrar de las televisiones. Desde que te levantas por la mañana ya hay uno o varios personajes que luego verás por sucesivos medios opininando de todo, lo que los italianos llaman los tuttology: expertos en todo.

Pero, ¿yo qué voy a opinar de Ucrania, si nunca he estado en Ucrania? Pues ves a uno que salta de eso a las negociaciones de Syriza y de ahí al pequeño Nicolás o al partido de fútbol del Atlético y el Real Madrid. Creo que en España, seguramente en el mundo, pero yo vivo aquí, hay un exceso de opinión, y hay tanto griterío que, siendo profundamente antimonárquico, cada vez estoy más de acuerdo con el rey Juan Carlos en eso de que por qué no se callan todos. Porque, entre otras cosas, el griterío impide a la gente pensar. 

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