Documentales

Vivian Maier, exploradora del alma urbana

Autorretrato de Vivian Maier, fechado en 1955.

Entre las historias de éxitos y otras viralidades emergidas de las entrañas de las redes sociales, no está de más destacar la sin duda sorprendente e inesperada irrupción de una artista que nunca lo fue: la muy peculiar Vivian Maier, niñera de día y fotógrafa en la sombra. Corría 2007 cuando John Maloof, un historiador estadounidense, se decidió a comprar en subasta un arcón repleto de viejos negativos, que pretendía utilizar para ilustrar un libro sobre la ciudad de Chicago. Poco se imaginaba entonces que lo que abriría sería una auténtica caja de Pandora de la que salieron todos los males de aquel mundo a partir de los años 50, pero también toda la belleza, todo lo sublime y lo humano que paseó entonces por aquellas calles.

No solo Chicago, sino también Nueva York y Los Ángeles, con sus gentes y sus vivencias cotidianas, fueron los más asiduos protagonistas de las instantáneas de Maier, tomadas con una cámara Rolleiflex, de formato mediano y en blanco y negro, que años después, en torno a los 80, sustituiría por una Leica en color. Literalmente una absoluta desconocida, incluso para los que convivieron con ella, cuando en 2009 Maloof subió algunas de sus instantáneas a Flickr, se desató el entusiasmo. A borbotones, se sucedían los comentarios impresionados ante lo que se reveló todo un descubrimiento, y con ellos -y también gracias al aval de calidad inicial del ahora fallecido crítico Allan Sekula- se situaba a Maier en el mapa de la alta fotografía. 

Siguiendo el rastro de esta mujer excéntrica y huidiza, muy solitaria y por ello profundamente enigmática, el documental Finding Vivian Maier, producido y dirigido por el propio Maloof, intenta encuadrar la esquiva figura de Maier en el tiempo y en el espacio. La cinta, una de las cinco nominadas al Oscar en su categoría, supone un homenaje quizá tardío, al llegar después del fallecimiento en abril del 2009 de la propia protagonista que, dado su carácter privado, quizás habría agradecido el retraso.

Junto con Maier, compiten este domingo por la dorada estatuilla los documentales CitizenFour, que descubre quién es ese ciudadano llamado Edward Snowden; Last days in Vietnam, sobre el final de la guerra de Vietnam; La sal de la Tierra, una bella recreación de los viajes del fotógrafo Sebastiao Salgado; y Virunga, que explica la lucha de un grupo de ciudadanos por preservar el parque natural del mismo nombre, en el corazón de la República Democrática del Congo, inmersa en un conflicto humano con terribles consecuencias también para los animales.

Pero nos quedamos con este relato de vida de Vivian Maier, explicado en boca de su descubridor, que va desgranando la secuencia de hallazgos, desde que da con las fotografías hasta que, tirando del muy fino hilo que dejó, va desentrañando algunos secretos de su compleja personalidad. Le ayudan en el empeño las familias para las que la fotógrafa trabajó como niñera, así como expertos que valoran y ponen en perspectiva la calidad artística de su obra, acometida casi de manera compulsiva. Se trata este, de hecho, de un rasgo de su carácter al que todos los que la conocieron coinciden en apuntar, y que la llevó a acumular, entre otros muchos objetos, hasta 150.000 negativos, así como cintas de vídeo, de los que muchos aún están por estudiar.

Una ingente cantidad de rollos y horas invertidas que, como explica Anne Morin, comisaria de la única muestra sobre Vivian Maier que se ha celebrado en España, en la sala de exposiciones San Benito de Valladolid en 2013, se sitúa al nivel de profesionales como Robert Doisneau. A su muerte, ese fue aproximadamente el número de imágenes que el francés dejó tras 50 años de dedicación a tiempo completo a la empresa de la fotografía. Cosa que no se podría decir de Maier, que “era una nanny que no tenía amigos, ni familia, solo a los niños a los que cuidaba”.nanny

“Su vocabulario fotográfico, cómo capta la luz, cómo encuadra… es de una elegancia, una habilidad, una inteligencia y una espontaneidad excepcionales”, explica Morin, directora de DiChroma Photography, una empresa que organiza exposiciones fotográficas internacionales, y que esta semana se encontraba en Berlín inaugurando una de las muchas muestras que se han ido convocando por doquier en los últimos años en torno a los trabajos de Maier, siempre con gran éxito de público. “Además, plantea una linealidad muy clara en sus series y secuencias. Es muy moderna, precursora de una generación que no pudo ver su obra, la de los fotógrafos de calle de la segunda mitad del siglo XX”.

Sus retratos componen, como temática, lo mejor y más destacable de su producción. Pero también congeló en el tiempo la arquitectura y el urbanismo, sucesos, accidentes, detalles casi imperceptibles o efímeros e incluso cientos de paisajes, los que visitó en los ocho meses que invirtió en dar la vuelta al mundo. Cultivó con igual profusión el autorretrato, enmarcándose a sí misma en numerosas ocasiones como reflejo en espejos y escaparates, y otras tantas como sombra proyectada sobre el suelo o las paredes a modo de firma, una velada al tiempo que presente marca de su identidad.

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Aparentemente obsesionada con esa idea, la de la materialización de su propia personalidad, la canguro fingió toda su vida tener acento francés a pesar de haber nacido en Nueva York, el 1 de febrero de 1926. Su madre sí procedía de aquel país, donde ella pasó temporadas en su infancia. En la edad adulta, sin embargo, no consta que tuviera contacto alguno con sus familiares, igual que tampoco llegó a casarse ni a tener hijos. Cuando firmaba con tinta, y no con su silueta, elegía entre todas la combinaciones con las que se puede deletrear su nombre: Bibian, Vivienne, Mayer, Meier, Maiers… Tanto que cada familia con la que trabajó la recuerda con un apelativo diferente.

Nunca llegó a hacer grandes esfuerzos, por no decir casi ninguno, por dar a conocer su trabajo, aunque sí se conserva una carta solicitando exponer algunas de sus fotos. La gran mayoría de los negativos se quedaron sin revelar, por lo que ni ella misma vio los resultados de sus prolijas exploraciones del alma urbana. Las pocas imágenes que imprimió dan fe de que esta no era la parte del proceso que mejor se le daba, y en ellas se puede observar, como atestigua Morin, “que ampliaba una minúscula parte del negativo, es decir, que extirpaba solo un pequeño detalle”.

Esa ausencia de obra original, en el sentido de haber sido revelada por la propia artista, es la razón que han esgrimido grandes instituciones museísticas como el MoMa de Nueva York para rechazar las fotografías de Vivian Maier. Algo que Morin en el fondo agradece, “porque si no, no estaríamos haciendo todas estas exposiciones”. Tantas, que van a seguir ocupados al menos hasta 2017, “y no dejo de recibir correos todos los días de ciudades, fundaciones… es algo que no me había pasado con ningún otro fotógrafo”. En España, y a pesar de que ella ha insistido, no parece haberse despertado el mismo interés, a excepción de aquella muestra vallisoletana. Aquí, aún está por descubrir esta artista que solo llegó a serlo sin ser.  

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