Documentales

El protagonista es el artista es el espectador es la obra...

Un fotograma de 'National Gallery'.

En una de las escenas de la película, el comisario explica que el gran milagro de poner en pie una exposición como la que acogió la National Gallery londinense entre finales de 2011 y principios de 2012 en torno a la obra de Leonardo Da Vinci consiste en poder ver todas esas obras acotadas en un mismo espacio. Tras meses de estudio y trabajo, de elaborar un concienzudo catálogo desgranado pieza a pieza, de lidiar con instituciones y demás prestadores, de organizar los traslados y el montaje, de cerrar los seguros, de elegir dónde se coloca cada cuadro y cómo se ilumina, llega por fin el momento de la contemplación. Es entonces, como indica el propio curador, cuando se revela si su esfuerzo ha sido aplicado en la dirección correcta. Para saberlo, solo hay que escuchar a las obras: si estas son capaces de dialogar entre sí y destapar conexiones nunca ante percibidas, significará que ha tenido éxito. Incluso aunque esa conversación no sea fluida, aunque se presente como un mosaico de voces e ideas.

Ese símil, el de un mosaico en el que cada tesela tiene una forma y un color, pero que juntas cristalizan en una deslumbrante imagen, podría aplicarse al conjunto del que se extrae esa escena con el comisario de exposiciones. Este todo es la 39ª película documental del director estadounidense Frederick Wiseman, National Gallery, de estreno en salas este jueves 19, una privilegiada visita guiada por el espléndido museo londinense. En este tour de tres horas, se desentrañan plano a plano algunos de los secretos de las magníficas pinturas de Velázquez y Watteau, de Tiziano y Tintoretto, de Rembrandt y Rubens, de Turner y Constable, y de tantos otros maestros del pasado que habitan en el edificio neoclásico de Trafalgar Square. Moradores que conviven con otros muchos seres de carne y hueso, desde restauradores a gestores, administradores, historiadores, educadores, montadores y, sobre todo, espectadores.

Grupos de niños, de adultos, incluso de invidentes; personas solas o en pareja; turistas desorientados y asiduos resabiados, todos van desfilando ante la cámara fija de Wiseman (Boston, 1935), que evita interferir en sus reacciones. Unos adolescentes escuchan ensimismados las explicaciones de un guía, que les pregunta sobre unos personajes que aparecen de fondo en una pintura, ajenos a la sangrienta acción que se desarrolla en primer término, abstraídos cortando leña en el bosque. Les cuenta que el artista quiso hacerlo así para añadir dramatismo a la escena: mientras San Pedro Mártir es brutalmente asesinado, Giovanni Bellini quiso que esos hombres distraídos se perfilaran en exponentes de que la mayor crueldad la comete aquel que no quiere ver. Más adelante, una experta imparte una charla sobre las pinturas de Tiziano inspiradas en las Metamorfosis de Ovidio, que él mismo llamó en una carta a Felipe II poesías, dotándolas así de una cualidad intelectual que no se les confería en la época. Después, otros expertos se preguntan por Watteau, gran dibujante de instrumentos del que, intuyen, hubo de tener conocimientos musicales.

La delicada y crucial labor de restauración abarca buena parte del metraje de la película. Se ve a los profesionales en sus labores y también se les escucha en entrevistas en las que detallan los cómos y los porqués de su misión. Una pintura ecuestre de Rembrandt, pasada por el filtro de los rayos X, desvela que la escena fue superpuesta a otra previa por el propio artista neerlandés, quien en una cuarta parte de sus retratos reutilizó los lienzos. La gran muestra sobre Leonardo, en la que se exhibieron trabajos tan icónicos como La última cena o La dama del armiño, además de dar lugar a esa inédita visión de conjunto de la obra del genio florentino, desemboca en el mayor estudio de una pieza jamás llevado a cabo por la institución: el de una de las dos versiones existentes de La virgen de las rocas, una composición piramidal con María, un ángel y los niños Jesús y San Juan Bautista en la que las figuras dan fe de lo que expresa el curador de la muestra sobre todos los personajes leonardescos: que estos destacan por su viveza e intensidad emocional a la vez que aparecen ausentes, profundamente enigmáticos.

Todos esos cuadros, esas historias y sus misterios indescifrables; esas personas, empleados e invitados, serán gestionados por el hasta ahora director adjunto del Museo del Prado, Gabriele Finaldi, quien se incorporará en agosto a la National Gallery como su nuevo director tras la jubilación de Nicholas Penny, como precisamente se confirmó ayer miércoles. Wiseman, uno de los grandes del documental estadounidense, le ha pintado ya el mural de sus interioridades; también de sus alrededores, como cuando captura a unos activistas medioambientales colgados de la fachada del edificio desplegando una pancarta contra las perforaciones petrolíferas en el Ártico.

Como ha tenido por bandera en el último medio siglo, el cineasta no busca modelar una verdad con su mirada, sino que quiere crear una representación compleja de un todo concebido desde sus partes, en la que ni siquiera hay un narrador, sino que son las propias escenas y sus protagonistas -en óleo o en carne- los que hablan, despejan y vuelven a tejer nuevas dudas. Eso mismo ha hecho en sus otros filmes, casi siempre centrados en instituciones, desde el Ballet de la Ópera de París a un hospital, un instituto o un centro de internamiento psiquiátrico. Si un extremo de este National Gallery lo marcan las obras y el otro el público que las recibe, entremedias queda un espacio narrativo que llenan los estudiantes de dibujo que acuden a las dependencias del museo a realizar bocetos de modelos desnudos, que se erigen en representantes de la búsqueda práctica de la belleza, la del mundo y la del cuerpo humano. La misma que persiguieron los artistas, y la que encuentran los espectadores.

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