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Pérez Gellida: “Nuestra sociedad está fuera del alcance de lo que podemos controlar”

El escritor vallisoletano César Pérez Gellida.

De absoluto desconocido en el terreno público a fenómeno editorial median unos cuantos crímenes. Los cometidos, no se asusten, sobre el papel. Ese ha sido el camino andado por el vallisoletano César Pérez Gellida, que de trabajar en una empresa relacionada con el mundo del videojuego que le aportaba “un buen sueldo y una vida muy cómoda” pasó a figurar en los mejores espacios de las estanterías de las librerías gracias al éxito de su trilogía negra Versos, canciones y trocitos de carne, compuesta por los títulos Memento Mori, Dies irae y Consummatum est. Tan fulgurante fue el relumbrón que la campaña de márketing de su nueva incursión literaria, Khimera, catapultó el título hace unos días a los los trending topic mundiales de Twitter, un hito no precisamente común tratándose de una novela. 

Habiendo despachado en total más de 175.000 ejemplares de su trilogía (90.000 del primer libro, 50.000 del segundo y 35.000 del tercero), cabría calificar de osadía el cambio de registro que ha llevado a cabo en Khimera, una distopía situada entre los años 2037 y 2054. La cuestión es que ese éxito del que ahora disfruta aún estaba “en ciernes” cuando comenzó a redactarla en 2013, con lo que no tuvo que debatirse entre extraerle mayores réditos o pasar a algo diferente. De todos modos, como asegura, “el escritor no piensa en los riesgos que se asumen cuando está tecleando”. “Además, pasé 30 meses con la trilogía, y me desgastó mucho la interpretación de los mismos personajes”, abunda, "así que me apetecía cambiar de aires”.

El transhumanismo, la íntima comunión de tecnología y biología que desemboca para este escritor de cabeza rasurada, perilla de chivo y mirada perfilada en negro en “no poner límites a nada”, es uno de los colores que pintan el gris futuro que atisba, fundamentado en realidad en una intensa documentación, “desde lo más cotidiano, a la política, al sociedad, la estrategia geopolítica y otros muchos aspectos, aunque luego está usado muy poco”. La idea consistía en “crear una atmósfera creíble y tangible para desarrollar una trama que es principalmente un thriller,thriller pero sin perder mi esencia, la de un tono muy audiovisual que enganche desde el principio, que sea adictivo”.

Ingredientes, los hay para dar forma a una acción trepidante: en ese mundo definido por la tecnofagia, término acuñado por él mismo que significa que los humanos “son alimentos del dispositivo y no al revés”, el grafeno ha transformado la cotidianidad y las ciudades se organizan a la manera del infierno de Dante, en cinturones en los que habitan diferentes castas cuyos “privilegios” se resumen en la inane misión de “vivir y trabajar”. “Es un paralelismo con cómo está organizado hoy el mundo: en el núcleo viven los más pudientes, y fuera de la urbe hay colmenas donde se desarrolla una vida muy triste”, con habitantes como los “moradores” o los “duendes”, una categoría subhumana y estéril, generada a raíz de una “intoxicación biogenética”, que sirven a la vez de recordatorio “de lo que la genética es capaz de hacer”.

“La literatura la concibo principalmente como entretenimiento”, señala el novelista, que también colabora como columnista con El Norte de Castilla, “pero en este libro sí he querido hacer una llamada de atención sobre los riesgos que estamos asumiendo hoy, porque nuestra sociedad está fuera del alcance de lo que podemos controlar”. Como el panorama descrito en 1984, los pueblos de Khimera se han agrupado en grandes facciones: la musulmana, en la que los chíies, hoy minoritarios, “se van a acabar imponiendo”; el “Bloque asiático”, con China, Rusia y Corea del Norte, y la “Unión de estados libres”, los países occidentales.

Desde diferentes puntos del planeta, surgen expediciones para encontrar al último bogatyr, caballero de la orden de ese nombre que supuestamente habría sobrevivido a la Guerra de Devastación Global de 2036-2039, ocurrida justo un siglo después de la española. La contienda, causante del nuevo orden establecido, sesgó las vidas de cientos de millones de seres humanos, arrasó con una octava parte de la superficie del globo y asoló más de 2.500 ciudades. Aunque se trata de una figura “incierta”, cada caravana tiene sus razones para intentar encontrarlo, entre ellas, claro, salvar el mundo, lo que da lugar a un “viaje del héroe” que el vallisoletano reconoce inspirado en el universo de Tolkien.

Si la trilogía negra del autor se definía por la inclusión de una banda sonora –los títulos de los capítulos se asociaban a letras de canciones, todas incluidas en una lista de Spotify- en el caso de Khimera también hay una referencia musical, al estar escrita como una sinfonía en cuatro actos en la que asocia a los diversos personajes con un instrumento y de la que, por supuesto, él es el director. A la posibilidad de que salga a la venta un disco recopilatorio pero con “unos ingredientes más que van a interesar a más gente”, según cuenta sin desvelar más, se junta la oportunidad de vender los derechos para hacer una o varias películas o una serie, extremo que está aún por confirmar.

En su reciente papel de personaje público y solicitado, dice el escritor que no ha asumido el rol de “líder de opinión”, tan en boga en estos tiempos. No quiere guiar ni convencer, simplemente habla en boca de César Pérez Gellida. “No por dedicarte a un oficio tu opinión es más válida, aunque soy consciente de que ahora tengo un altavoz”, cree el autor, que dice de sí mismo no ser “ni un lector voraz” ni tener la novela negra “como género favorito”, aunque ya haya perfilado su próximo título policiaco: Sarna con gusto. En un alarde de sinceridad, asegura que el que ha escogido no es “un oficio demasiado recomendable: requiere muchísimo trabajo”, explica, “aunque yo escribo para divertirme. Por eso voy descubriendo la trama al mismo tiempo que mis personajes, no la tengo pensada de antemano. Así, aunque las riendas las llevo yo, dejo que mis personajes tengan ciertas patentes de corso”.

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