Cine

‘La sal de la Tierra’, una búsqueda de lo sublime

Una fotografía de Sebastiao Salgado en 'La sal de la Tierra'.

DAVID GARCÍA CASADO

Sebastião Salgado es un fotógrafo social en el sentido más estricto de la palabra. Marxista, socialista, cree que las obras de los hombres, desde las grandes acciones a los pequeños gestos, tienen el poder para afectar el mundo y transformarlo, para mejor o para peor. Acciones que, especialmente bajo condiciones extremas, son como un gas inestable, incendiado por la ira y violencia de los hombres, aliviado en ocasiones por gestos de amor y compasión que resultan extremadamente hermosos, precisamente por su rareza.

Salgado ha mirado a los hombres, ha sido testigo de estos actos y sus consecuencias, continuamente observando, siempre buscando en su encuadre un equilibrio, una compensación al horror. Toda su obra apela a lo sublime, ese lugar oscuro del alma humana donde lo mas terrible se cruza con la belleza para, como en un espejo, poder contemplarse.

Otro artista interesado por el encuentro revelador con lo sublime, el cineasta Wim Wenders, coleccionista de la obra de Salgado y decidido a realizar un documental sobre su obra, se encontró con que su hijo, Juliano Ribeiro Salgado, tenía mucho material audiovisual de los recientes viajes de Sebastião en los que había podido acompañarle. Ambos creyeron que un documental que uniera ambas miradas, la de Wenders y la de su hijo Juliano podría dar un enfoque más completo de los objetivos y la visión de su padre. Tras un trabajo de edición complejo, el resultado es La sal de la Tierra, un retrato documental del fotógrafo y de su carrera centrado no tanto en su vida, pese a que las notas biográficas son inevitables, como en su visión como artista, relatada a partir de sus propias fotografías y sus historias.

Después de ver la película (documental o narrativa, qué importa su clasificación, como el propio Wim Wenders dijo en las preguntas del público en el debate posterior a la proyección que tuvo lugar recientemente en el MoMa de Nueva York como parte de un ciclo retrospectivo de su obra), en efecto, somos capaces de observar la trayectoria -espiritual si se quiere- de Sebastião Salgado. Un economista que abandona su carrera por la fotografía debido a la capacidad de demostración social, de prueba, que lo fotográfico aun poseía en los años sesenta, antes de la llegada de lo digital. Sebastião Salgado quiere dar a ver las condiciones de los hombres por una curiosidad innata de exploración de territorios y de conductas. Se podría decir que está probando la capacidad de su alma para comprender los actos, la lógica caótica de nuestra propia especie. Busca sujetos pero, como buen marxista, para él el contexto es clave y el contexto para la fotografía es un buen fondo. Algo que sea a la vez revelador y que sostenga al sujeto fotografiado, que lo soporte y lo ensalce como protagonista de su propia condición.

Como fotoperiodista su labor está apoyada por agencias de prensa, pero él va más allá de su encargo. Está guiado por su propia búsqueda personal que no se centra en cubrir una historia en el sentido tradicional; para Salgado cubrir una historia significa comprender las condiciones de las personas que la viven. Él necesita ser uno más, convivir con los sujetos, solo así las personas le entregarán una mirada honesta, de igual a igual. Por esta razón se queda en los lugares que visita la mayor parte del tiempo posible. Su manera de cubrir los eventos se adapta al tiempo de los lugares, solo así es capaz tal vez de encontrar la verdad, la prueba de lo fotográfico como fragmento genuino de tiempo.

Pero hay un fin para toda búsqueda, tal vez por encontrar aquello que se persigue. En el caso de Salgado, un fotógrafo de hombres entregados a la supervivencia, guiados por un instinto vital, un germen de optimismo, el fin de su búsqueda fue el genocidio de Ruanda. Cientos de miles de seres humanos asesinados en lugares tradicionalmente creados para la protección espiritual y física como escuelas, iglesias, refugios, a tal escala que se hacía necesaria la intervención de buldóceres para recoger y enterrar las montañas de cadáveres. Cuerpos huesudos que algún día fueron personas, cuyos últimos días y meses, quizá sus vidas, fueron un auténtico infierno en la tierra, una experiencia extrema del dolor y la pérdida.

Inevitablemente tocado, Salgado deja la cámara para entregarse junto con su esposa al proyecto de reforestación Instituto Terra. Este comenzó con la transformación de la finca familiar del padre de Salgado, de lo que era un secarral, otrora un vergel víctima de las políticas de deforestación, en un criadero dedicado a la revitalización vegetal del área, extendiéndose por toda la comarca gracias a una simple pero efectiva política de replantación.

Con toda seguridad fue esta experiencia la que llevó al fotógrafo a retomar su trabajo fotográfico, esta vez enfocado en la naturaleza y mundo animal. Sin embargo, su visión se distancia de la representación objetiva de otra fotografía de naturaleza como puede ser la de National Geographic. En la mirada de Salgado persiste una búsqueda siempre personal y subjetiva hacia la comprensión de nuestra relación con el entorno y con los animales como sociedad paralela para la que somos poco más que unos brutales colonos. En este gran proyecto, llamado Génesis, se puede ver una búsqueda de conexiones entre lo animal y lo humano, en sus formas de defensa, en sus gestos de ternura y en la voluntad de encontrar finalmente, en la pureza de sus actos y de sus formas, alguna capacidad de salvación para los hombres.

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