El país del ladrillo, nueve almas, un trabajo: 'Peligro de derrumbe'

El periodista Pedro Simón es un contador de historias. De relatos humanos, no de datos y estadísticas. La crisis le ha curtido en la miseria, material y personal, que ha ido acumulándose como polvo terco en los hogares de los españoles. Nueve de ellos, mitad fruto de su invención, mitad inspirados en la cruda realidad, se reúnen en una oficina a la caza de un puesto de trabajo en su primera novela, Peligro de derrumbe (La esfera de los libros), un relato que surge de la necesidad de superar los dos folios de una crónica para trazar la cartografía íntima de una época aciaga.

Está la Mujer del Bolso Marrón.Está la Universitaria de las Gafas Verdes.Está el Chico que Tiene un Tic en el Ojo.Está la Madre de las Manos Pequeñitas.Está el Señor de los Anillos.Está el Cuarentón de las Patillas Pobladas.Está el Chaval de los Ojos Hundidos.Está el Profesor de la Barba Blanca.Está la Señora que Frunce el Ceño.

Ninguno de ellos se conoce, o eso piensan. Todos se miran con los ojos grandes, ponderan las taras de los otros frente a sus virtudes, y viceversa. Han llegado a esa sala de esa empresa donde les espera ese voraz director de recursos humanos atraídos por el canto de un anuncio en el periódico que ofrece un empleo sin necesidad de experiencia. Por capítulos, se van desgranando los detalles de sus respectivas biografías, sus intrahistorias, a cada cual más dura, más intensa, más desgarradora, más desesperada. Con el libro, dice Simón, “quería sacar una foto y enseñársela a la gente. Si hablamos de un mensaje, este sería un Hola. Esto está aquí".

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Acostumbrado a transformar en imágenes literarias esos números que hablan asépticamente de tragedias cotidianas, de mujeres que se ven obligadas a prostituirse para dar de comer a sus hijos, de antiguos señores del castillo caídos en el foso, de inmigrantes perdidos en Babilonia, el periodista es consciente de que para actuar, antes tiene que haber alguien que lo cuente. De ahí su llamada de atención, la construcción de un andamiaje de letras ante un país así, en peligro de derrumbe, metáfora de ese ladrillo que cuanto más alto se levantaba más profundo iba hundiendo el país; también del quebradizo estado de los personajes, “a los que una mala noticia o una negativa más puede hacer que se desplomen definitivamente”.

La barrera entre “una historia sensacional y otra sensacionalista” es, Simón lo sabe, del grosor del hilo. Por eso, en sus trabajos periodísticos, procura mantener siempre un horizonte en mente: “Que la persona sienta que es verdad, que el texto desprenda esa aureola inconfundible de lo auténtico”. Para ello, ilustra, resulta fundamental preguntarse: “¿Cómo le gustaría a esa persona verse reflejada? Porque es verdad que entre lo ridículo y lo sublime hay un paso”. Como hace para el diario El Mundo, idéntica premisa ha seguido con sus nueve elegidos, hombres y mujeres únicos que viven vidas compartidas por muchos, tantos que ya todos, o casi, “sabemos lo que está pasando”. No hace falta explicarlo, salta a la vista. Pero sí ponerlo de frente para poder “reflexionar, empatizar”.

Rafael Chirbes, nombrado oficiosamente narrador de esta crisis, fue uno de los primeros lectores de Peligro de derrumbe, sobre la que aconsejó a su autor. Otros  posteriores la han comparado por su mirada certera con En la orilla del valenciano, a lo que Simón dice que, a su lado, él no es “nada, ni lo pretendo”. Sí que reconoce que ha dado forma a las páginas en un estilo trepidante, con un verbo que engancha de la solapa, una cualidad que en realidad “es una obsesión cuando escribo: que el texto galope”. “Es el libro que me apetecía hacer”, resume Simón, quien reconoce que, en definitiva, él es “básicamente un periodista, no un escritor. Pero tenía una pulsión de zancada larga, que tiene que ver con contar las historias a campo abierto”.