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Festival de Cannes

Cara y cruz de un cine de sentimientos con Nanni Moretti y Gus van Sant

Matthew McConaughey, en la presentación de 'The Sea of Trees'.

Noticine | infoLibre

Emparejando a las dos películas que este sábado han entrado en la carrera por la Palma de Oro, el jefe de todo esto, Thierry Frémaux, se ha pasado de listo o ha buscado un cruel choque de emociones, del que el estadounidense Gus van Sant queda lisiado posiblemente de por vida. Su película The Sea of Trees, como la de Nanni Moretti Mia madre, habla de sentimientos profundos, pero confrontarlas ha resultado un sacrilegio: en unas horas hemos saltado de lo pésimo a lo excelente. La conclusión es: ¿Puede considerarse racional que un cinéfilo como se supone es el delegado general (y programador) del festival aprecie un film tan soberanamente malo como para darle una opción a Palma?

La única explicación, escuchando las unánimes protestas y silbidos en el pase de prensa de Sea of Trees (Mar de árboles), es que Frémaux se ha dejado llevar por el papanatismo ante los grandes nombres. De acuerdo que Van Sant ha hecho importantes películas, pero es un cineasta irregular, y el primer festival del mundo debe serlo por la calidad de sus propuestas, no por la fama de sus cineastas presentes. Y resulta que The Sea of Trees es probablemente la peor hasta ahora en la trayectoria personal del estadounidense.

¿Que de qué va? Se trata de la historia de un tipo, Arthur Brennan (Matthew McConaughey) que –remedando al bolero– presa de un hondo penar decide quitarse de enmedio, y como si lo hiciera en su casa quedaría bastante poco cinematográfico, decide irse al mejor escenario posible, el bosque de Aokigahara, bajo la sombra del emblemático Monte Fuji, en Japón, también conocido como El bosque de los suicidas. En la tesitura, acompañados por oportunos flash-backs, el hombre recuerda su ruptura matrimonial (Naomi Watts es su exesposa), mientras se dispone a empastillarse. Un tercer personaje aparece entonces, un japonés, herido (Ken Watanabe), y nuestro suicida decide que no puede dejar este valle de lágrimas sin ayudarle.

Pocas cintas hemos visto en este y en casi todos los festivales con semejante capacidad casi unánime de provocar la ira de los espectadores (en su mayoría críticos y periodistas, era un pase de prensa). El film de Van Sant es burdo, torpe, pretencioso y a la vez impersonal, falso, demasiado evidente y primerizo a la hora de rebuscar una emoción que debería surgir de otra forma, quizás con otra historia. La evidente calidad de su trío de intérpretes se estrella contra el guión de Chris Sparling (sí, el mismo de la película española Buried, sorprendentemente), que Van Sant filma con absoluta desgana.

Si les costó tragar algunos de los monólogos existencialistas de McConaughey en True detective, ahora sí van a saber lo que es un auténtico ladrillo...

Menos mal que el italiano Nanni Moretti, otro veterano del circuito festivalero, hizo cambiar de cara al personal con una película que sí es capaz de emocionar, Mia madre (Mi madre).

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Quien haya seguido la trayectoria del autor de Caro diario o Abril sabe de su tendencia a mirarse periodicamente el ombligo, y de retratarse a sí mismo, con estilo caricaturesco pero condescendiente, incluso interpretándose a sí mismo o a un reflejo bastante aproximado de sí mismo, al estilo Woody Allen, con quien se le ha comparado sobre todo en el pasado. Bien es cierto que en sus últimos trabajos se ha distanciado de ese egocentrismo con historias cargadas de intencionalidad política (su otra deriva habitual) como las de Habemus Papam o Il caimano.

Ahora, en la muy aplaudida (algunos tras guardarse el pañuelo que habían humedecido con lagrimitas mal reprimidas) Mia madre, el cineasta italiano vuelve a hablar de él, pero con la edad ha aprendido a distanciarse de sí mismo y se ha disfrazado –o travestido– de una cineasta (interpretada por una brillante Margherita Buy), que tiene que lidiar a la vez con la lenta agonía de su madre y una producción de cine con estrella a bordo que le provoca todo tipo de quebraderos de cabeza. No obstante, a Moretti le gusta salir, así que pese a que "su" papel lo hace una señora, él se reserva el del hermano de la susodicha realizadora.

Otra de las características del cine del cineasta transalpino es su muy equilibrada combinación de humor (muchas veces negro o absurdo) con drama, y aquí teje de nuevo ese delicado encaje de sonrisas y lágrimas que endulza la tristeza sin ser empalagoso. Mia madre puede volver definitivamente a colocar a Moretti, un veterano de Cannes, en el podio de ganadores.

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