Cine

El doctor Ernesto ‘Che’ Guevara

Identificación del joven Ernesto Guevara.

Aparece con el pelo corto y perfectamente afeitado. Viste, a menudo, camisa blanca. No hay rastro, todavía, de la barba, la melena, el ceño fruncido, el uniforme verde aceituna. No hay ningún signo que indique que el recién licenciado Ernesto Guevara vaya a convertirse en guerrillero, en nombre propio de la historia de Latinoamérica, en símbolo de la revolución. El documental La huella del doctor Ernesto Guevara, del argentino Jorge Denti, estrenado el 19 de junio en España,se adelanta al Granma y a Sierra Maestra para ofrecer una imagen del Che antes del Che construida por sus amigos y familiares. 

La película se inicia en 1950, con el primer viaje de Ernesto Guevara en bicicleta y por el norte de Argentina, recoge sus dos viajes por el continente (1953 y 1953), y acaba en 1956, con su embarco en el Granma, ya entrenado como guerrillero y convencido de la necesidad de la revolución, de camino hacia Cuba. "Su padre me dijo que por qué no hacía una película no sobre el Che, sobre Ernesto. 'El vago Ernesto', como él le llamaba, el trotamundos", explica Denti (Buenos Aires, Argentina, 1943). El estudiante de medicina renegado de la ingeniería, asmático, oveja negra de la clase alta de la ciudad de Córdoba, donde pasó la infancia, ya antimperialista a su llegada a Buenos Aires. El futuro alergólogo. En teoría. 

La exploración es posible gracias al caleidoscopio construido por las voces de amigos y familiares. Sus compañeros Alberto Granado y Carlos Calica Ferrer, su hermano Juan Martín, sus encuentros en sus viajes latinoamericanos. "Estoy satisfecho de haber hecho esta película porque están vivos los fundamentales personajes que estuvieron con él", cuenta Denti. En el caso de Granado, fallecido en 2011, haber registrado su voz ya cascada es, en sí mismo, un triunfo. Localizar al resto, dispersados en distintos países de Latinoamérica, fue una labor de investigador, tirando de los hilos que le ofrecían los familiares. 

La imagen se completa con las cartas enviadas a su madre (comienzan, invariablemente, con un "Vieja"), a su amiga Berta Gilda Tita Infante. Y con los diarios, editados como Diarios de motocicleta Diarios de motocicletay adaptados al cine por Walter Salles bajo el mismo título en 2005. Pese al éxito del filme (se hizo con una veintena de premios internacionales), Denti eligió continuar con su proyecto, que comenzó imaginado como un largometraje de ficción y que para su estreno en 2013 se había convertido en un documental de testimonios. "La película de Salles es muy meritoria, pero Ernesto está constipado, limitado. Perdió chispa", opina.

El futuro médico 

El Che, un icono complejo

La primera aventura fue en bicicleta, en 1950, antes de terminar la carrera. Para preocupación de su madre (con tendencia a sobreproteger a su hijo enfermo), viajaba sin apenas dinero en los bolsillos, rechazando su condición burguesa. "Era su forma de acceder al mundo que estaba más allá, el del campo, de los trabajadores, de los cañeros [cortadores de caña de azúcar], de los mineros. Para eso él no podía hacer otra cosa que viajar con los medios más precarios”, explica en el filme Julia Constenla, biógrafa del Che. “Cuando viajas sin dinero, duermes donde duerme la gente, comes lo que come la gente", reitera Denti, "No era pose, era la forma de vincularse a ellos”.

La medicina, que Guevara elige después de rechazar ingeniería, es para Denti una señal de su carácter solidario: "Es la profesión más humanista, o debería serlo. Él el primer viaje ya dice: 'Yo quiero unir mi destino a los pobres del mundo'. Su vocación es la de un médico que busca curar y paliar los problemas del hombre. Y lo hizo". Primero, en el leprosario del doctor Hugo Pesce, en Lima, a donde llega en el primer viaje, con Granado, en 1952. “No tenía miedo [a los enfermos]. Les contaba chistes, les hacía reír, jugaba al fútbol con ellos”, se asegura en La huella. Su estancia allí revela también otro trazo de su personalidad, a medio camino entre la desenvoltura, la guasa y la torpeza. Pesce le pidió opinión sobre un libro que había escrito durante largo tiempo. Recuerda Granado: "Le dijo: 'Usted es muy buen investigador y médico. Pero este libro es muy malo. Es tan malo que para lo único que sirve es para demostrar que es usted muy bueno".  

El retrato comunitario, desigual, a veces contradictorio, se va completando pieza a pieza. Interesado en la fotografía, la investigación, la filosofía, asmático, viajero entusiasta y entusiasmado, fascinado por los incas y los mayas, por el folclore, osado, tozudo, libre. Y un lector voraz. Su hermano describe cómo, para protestar por ser apremiado para que saliera del baño, el Ernesto adolescente contestaba con recitales de poesía desde la ducha. “En lo de Guevara siempre había muchos más libros que adornos”, recuerda un amigo de infancia. Otros le dibujan encaramado a un árbol, alejándose del mundo para leer. Lo haría también en Bolivia, antes de su muerte durante su lucha contra la dictadura del militar René Barrientos. En su mochila encontraron un cuaderno con poemas de César Vallejo, Pablo Neruda, León Felipe. Los de Machado, entre sus favoritos, no necesitaba anotarlos: los conocía de memoria. 

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