Música

Kiasmos y Arca, dos caras de la pujanza electrónica

Rasmussen y Arnalds, integrantes del dúo Kiasmos.

Francisco Chacón

El mesianismo apocalíptico toma cuerpo al ritmo de la electrónica, con Ólafur Arnalds y el venezolano Arca en la punta de lanza de una nueva ola abstracta pero a veces incluso bailable, como ha puesto de relieve el festival Sónar, que celebró hasta el 20 de junio su edición de 2015 en Barcelona.

El músico islandés se ha convertido en uno de los grandes nombres de la música con sintetizadores en su doble vertiente: como paisajista individual y como líder del dúo Kiasmos, una de las muestras más palpitantes del buen gusto que caracteriza al sello británico Erased Tapes, el mismo donde nos sobrecoge la melancolía del cantante y compositor Douglas Dare.

Janus Rasmussen acompaña al intelectual Arnalds en esta fascinante aventura. Así lo recuerda el también factótum del conjunto Bloodgroup: “Este proyecto lleva en pie desde 2009. El resultado nos sorprende un poco, pues es más profundo y emocional de lo que sospechábamos nosotros mismos”.

El caso es que Kiasmos nos subyuga con su minimalismo algo romántico en el fondo y las texturas más dance en primer plano. Su parada en Sónar sólo es el primer eslabón de una cadena de festivales europeos este verano, es decir, la prueba definitiva de que la modernidad electrónica se rinde a sus pies.

Mientras tanto, nuesto colega Javier Blánquez, crítico musical, certifica el éxito incontestable de Arca (o, lo que es lo mismo, Alejandro Ghersi, nacido en Venezuela pero afincado en Londres) en el imprescindible festival barcelonés, meca mundial del techno en sus miles de facetas.

Como sucede con el álbum homónimo de Kiasmos, su disco Xen nos marcó como una de las apuesta destacadas de 2014. Y ahora se ha desatado definitivamente en esta serie de actuaciones que ofrece en la actualidad: plataformas drag e ingenio audiovisualdrag para arropar un sonido deudor de la mismísima Wendy Carlos, pionera de la música electrónica.

Emerge Arca de la oscuridad para evidenciar que los retazos fragmentados pueden desembocar perfectamente en un entramado que nos conduce al olimpo de las connotaciones.

Si uno se deja llevar por su música simbólica, los riffs de teclado nos pueden trasladar a un limbo donde nuestras articulaciones se despliegan como en un imaginario tai chi.

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