Libros

Las librerías sellan su futuro

Panorámica de una librería en Oporto, Portugal.

El próximo día 7, LIBER, la Feria Internacional del Libro, abrirá sus puertas (esta vez en Madrid, que alterna sede con Barcelona) y un año más, los profesionales de sector podrán reencontrarse y compartir cuitas y alegrías.

Entre las novedades que se anuncian está la presentación del Sello de Calidad de la Librería, una iniciativa impulsada desde la Subdirección General de Promoción del Libro, la Lectura y las Letras españolas del Ministerio de Cultura, y Librired, plataforma comercial al servicio del sector creada desde CEGAL (que es la Confederación Española de Gremios y Asociaciones de Libreros) y la Cambra del Llibre de Catalunya.

Una iniciativa que se concreta tras meses, años de anuncios…

Que viene, que viene...

"En la primavera de 2013, nuestra Fundación tuvo la iniciativa de convocar a una serie de sesiones de trabajo a varias personas que considerábamos capaces de ayudarnos a definir los ejes para potenciar el tejido de librerías en España", recuerda Luis González, director general adjunto de la Fundación Germán Sánchez Ruipérez. "En primer lugar, se trataría de consolidar a las librerías que existen, que no cierren por falta de viabilidad. En segundo, se intentaría definir un panorama de éxito para las que están abriéndose. En términos generales yo consideré que la situación a la que se van a enfrentar las librerías en los próximos diez años va a ser extremadamente complicada".

Unos meses más tarde, precisamente en LIBER, el Secretario de Estado de Cultura, José María Lassalle, participó en una mesa redonda durante la cual anunció la creación de un sello de calidad de las librerías, idea de la que la Subdirectora General de Promoción del Libro, Mónica Fernández, presentó de nuevo el pasado 4 marzo (se trata, dijo, de "hacer visibles aquellas librerías de calidad, que llevan a cabo un esfuerzo para ofrecer una atención especial al cliente") al tiempo que anunciaba que el ministerio iba a destinar 150.000 euros en ayudas para la modernización física y virtual de las librerías.

España parecía seguir así los pasos dados en Estados Unidos, Reino Unido o Alemania, donde las librerías empezaban a ser objeto de un cuidado especial como los animales culturales en peligro de extinción que son. Sólo que aquí llegábamos más tarde…

"Se ha tenido que poner de acuerdo a mucha gente, desde editores, distribuidores y libreros, cámaras del libro y ministerio, y eso ha tomado su tiempo, pero al final se ha logrado, que era el objetivo", explica Juancho Pons, presidente de CEGAL.

Menos diplomático, el analista José María Barandiarán enumera los motivos del retraso: "Por parte de las librerías, un cierto miedo escénico, ya que de alguna manera supone verse retratado y entender que 'no todo el monte es orégano'; por parte de la administración, la falta de presupuesto y la necesidad de cierta coordinación entre las distintas autonomías al haber competencias traspasadas y también entre distintos departamentos".

Añádase el hecho de que, en su opinión, no ha existido una apuesta política de calado para llevarlo adelante y podremos entender mejor la tardanza.

¿Quién sella la calidad?

Uno de los problemas apuntados es la necesidad de evaluar a las librerías, tarea peliaguda.

"Son muchos los requisitos que hay que cumplir", subraya Pons, e intenta una enumeración: "La utilización de las herramientas tecnológicas del sector, unos fondos y metros cuadrados mínimos y máximos, actividades culturales y muchas más cosas que no caben aquí. Lo que más nos alegra es que los libreros hemos sido consultados en todo momento. Se ha contratado a una empresa externa que se encargará de evaluar estos requisitos y las librerías tendrán la posibilidad de autoevaluarse previamente a través de una aplicación online, para que sepan antes de comenzar el proceso qué tienen que subsanar y en qué han de mejorar, o si no están todavía preparadas para hacerlo".

El esquema no se corresponde con el que inicialmente propuso Luis González, que aunque se retiró del proceso a finales de 2014, lo ha seguido de cerca y ha participado en los comités de evaluación. "Yo pensaba más bien en incentivar una percepción social de la importancia de la librería en el lugar en el que vivimos”, admite. Buscaba un mensaje que podría haberse resumido en algo así como "Amo a mi librería" o "Quiero que haya una librería en mi barrio", en la línea de lemas elegidos por quienes hicieron campañas parecidas en otros países ("Buy local" o "Books are my bag"), pero "finalmente se optó por algo más formal y desde ese prisma, supongo que no es de extrañar que sea extremadamente complicado y lento un proceso burocrático en el que hay que aunar tantas voluntades".

La diferencia de criterios se advierte también en otro punto: la convivencia de los sellos de calidad nacional y autonómicos. "Desde el Ministerio y desde CEGAL queremos que convivan cada uno en su ámbito, pero sin ningún problema", asegura Juancho Pons.

González no puede estar más en desacuerdo. "No tiene ningún sentido que cada comunidad tenga su sello", afirma: si los impulsores de estos sellos regionales de verdad quieren que sirvan para algo "deberían evitar gastos de dinero, tiempo y esfuerzos inútiles y tendrían que buscar una masa crítica para se gane en notoriedad y en impacto".

Un sector que son varios sectores

Se me ocurre que el intríngulis de la cuestión es si el plan ideado es el que el sector necesita, pero José María Barandiarán empieza negando la mayor: la existencia de un solo y único sector librero, "al igual que no existe un único sector editorial. De hecho, el modelo del sello de calidad está en el fondo pensado sólo para aquellas librerías generalistas o literarias-ensayo, pero no para las que pueden estar especializadas en otro tipo de materias. Con casi total seguridad las librerías en poblaciones menores de 25.000 habitantes quedarán todas fuera".

Es Barandiarán de la opinión de que el propio sector tiene que reconocer que "para el volumen de negocio que hay en torno a la comercialización del libro, está sobredimensionado", y que se ha dotado de pocos mecanismos internos para racionalizar su tamaño. Que hay que proceder a una reestructuraciones para la que, como en todas las reestructuraciones sectoriales, "toca poner pasta a todos: a la administración, pero también al propio sector". Y que no existe un planteamiento empresarial sobre cómo abordar este proceso.

Coincide con él Luis González, la tarea es compleja. E implica a más gente de la que parece afectada. "Sería muy útil que los departamentos de Hacienda y de Industria o Comercio aplicaran medidas de fomento, medidas que están en entre sus competencias (más que las de cultura)", asegura. "También me parece necesario pararse a analizar si no es mejorable la relación entre instituciones públicas (como escuelas, bibliotecas y museos) y las librerías". 

Se confiesa muy preocupado "con la pasividad con la que el sector cultural espera una solución a corto plazo desde el ámbito gubernamental", y algo ha publicado al respecto, desde el convencimiento de que la respuesta ha de llegar desde las propias librerías, que deben tener iniciativa para innovar y ser más competitivas, y de que todo lo que se haga será inútil si no hay lectores: "Es obvio. Lo que quiero decir es que las políticas públicas deben centrarse en fomentar la lectura. Esto no equivales, al menos para mí, en realizar campañas de fomento de la lectura" como estrategias de comunicación puntuales, sino empezar por convertir de una vez a la lectura en el centro del proceso educativo".

Lo que de verdad importa 

Incluso con sus diferencias de criterio, los implicados y afectados con los que hemos podido hablar parecen coincidir en que el sello, siendo importante, no es lo esencial.

¿Te apetece un libro de fresa?

¿Te apetece un libro de fresa?

"Lo que es crucial es que decidamos si nos podemos permitir que España o Europa dejen de ser lugares en los que hay un mínimo entramado librero —defiende Luis González—. Desde mi punto de vista habría una gran pérdida para la cultura de una ciudad si acabamos en una situación como la de los países iberoamericanos en los cuales el ecosistema librero o bien no ha llegado a tener fuerza jamás o bien está disolviéndose como un río en el desierto (como llevo viendo desde hace quince años)". 

También Juancho Pons, librero en Zaragoza y presidente de los libreros del país, sabe que hay tarea. "Estamos dispuestos a escuchar y a cambiar lo que no hacemos bien, porque queremos que los lectores de España se sientan tan orgullosos de sus librerías como se sienten en el Reino Unido, Francia, Alemania, Italia, Estados Unidos o Argentina", nos dice. "Este sello le va a decir a la administración, al sector y, sobre todo, a los ciudadanos que las librerías somos referentes culturales y que estamos haciendo esfuerzos notables para que los lectores se sientan a gusto en nuestras empresas y que tengan ganas de volver".

Que en definitiva es de lo que se trata.

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