Libros

La que se avecina…

Una mujer hojea un libro en la 38 Feria del Libro Antiguo y de Ocasión, en Madrid.

Alberto Olmos decretó que el que ha terminado ha sido el peor año de la narrativa española del siglo XXI. Y no es el único que lo piensa: la cosecha del 2015, salvo honrosas excepciones (Marta Sanz, Martínez de Pisón...) ha sido mediocre.

Eso, en lo literario. En lo editorial, a falta de datos oficiales que resuman lo sucedido, nos tenemos que conformar con los ya publicados (el informe del Mercado Interior del Libro en España 2014, presentado por la Federación de Gremios de Editores de España, espejo de la debacle vivida desde 2010) y con las percepciones de quienes el sector habitan ("Para salir del pozo hay que dejar de cavar y eso es lo que parece que hemos hecho en 2014", dijo en la presentación Daniel Fernández, presidente de la FGEE).

Insisto, los datos de 2015 nos darán cuando se publiquen la medida de ese cambio de tendencia. Pero de momento hay un pálpito: que 2016 va a ser mejor. Y la razón de ese optimismo (moderado: años de crisis han escaldado a más de uno) es la nómina de autores (grandes y superventas, o grandes superventas) que tienen novela a punto: estamos a la espera de lo último de Vargas Llosa, John Banville, Andrea Camilleri, Jonas Jonasson, Claudio Magris, Amélie Nothomb, Colm Tóibín, Patricia Cornwell, Mary Higgins Clark, Donna Leon, Jo Nesbo, Anne Holt, Javier Cercas o Julia Navarro. Un dream-team: las librerías tendrían que estar contentas.

Los puntos de venta

Los próximos días 14 y 15 de enero se celebrará en Valencia el II Simposi sobre la lectura, el libro, las bibliotecas y la escuela. Uno de los participantes será Txetxu Barandiarán, consultor del libro y las industrias culturales, quien recientemente comentó en su blog que ha sido invitado a plantear 10 acciones concretas sobre las librerías como agentes culturales. Obviamente no reveló el detalle de sus propuestas, pero sí lanzó una serie de preguntas para las que buscará respuesta y cuya mera formulación nos permite atisbar los retos a los que las librerías se enfrentan:

¿Son las librerías imprescindibles en un Plan de lectura? ¿De qué hablamos cuando hablamos de lectura y de qué hablamos cuando hablamos de librería? ¿Son todas las librerías agentes culturales? ¿Ser agente cultural es ser agente lector? ¿Cuáles son las variables intervinientes para poder desempeñar ese papel de agente cultural y/o lector? ¿Cuáles son los criterios de sostenibilidad que permitirán desarrollar ese papel? Si el propio concepto de lectura, sus mediaciones y los soportes están en un aparente movimiento permanente ¿cuál debe ser la posición de la librería para situarse ante una realidad líquida? ¿En dónde deben fijar las librerías su atención y su interlocución?

Las librerías, no lo olvidemos, han sufrido como pocas tiendas a pie de calle los efectos de la crisis (que en su caso ha sido doble: económica y de paradigma), si bien es cierto que en medio de la tormenta hay quien ha sabido encontrar una oportunidad (como en su día contamos aquí y aquí).

Las editoriales

En los últimos años, y a pesar de las dificultades, las editoriales españolas han dado muestras de una extraordinaria vitalidad. De la eclosión y consolidación de las llamadas “independientes” (literarias, de ensayo, comprometidas…) hemos dado fe en estas páginas.

En otra liga juega el único gran grupo español, Planeta, que en el último ranking mundial de Publisher’s Weekly, publicado en junio, ocupó el puesto 11 por volumen de ingresos, un retroceso de 3 plazas respecto al año anterior. “Las previsiones son que el grupo empiece 2016 con otro descenso”, predijo Bernat Ruiz Domènech, que se define como observador activo de la industria editorial. “No es que Planeta crezca más lentamente que el resto, es que experimenta un descenso neto y sostenido en su cifra de ventas.”

Y eso no es lo más preocupante. Lo más preocupante es que Planeta “no aparece (casi) nunca en las noticias de tecnología de Publisher’s Weekly ni de otras publicaciones relevantes, como Publishing Perspectives, Digital Book World, entre muchas otras, a diferencia de las habituales Big Five, muy asiduas, o de Scholastic, HarperCollins o Simon&Schuster, más pequeñas pero mucho más innovadoras. La gran edición española, salvo honrosas excepciones, lleva la boina calada hasta las orejas”.

La pregunta es si y cuándo piensa quitársela...

En todas partes cuecen habas

A principios de diciembre, Michael Pietsch, máximo responsable de Hachette, publicó un artículo en el que, para hablar del futuro de la edición, empieza echando la vista atrás: “He estado oyendo hablar de la desaparición de la edición de libros desde el día que entré en una editorial, en 1978”, escribe, y recupera la versión más reciente de esa profecía: “una revolución digital hará que los libros electrónicos sustituyan a los impresos, los autores elegirán abrumadoramente la auto-publicación y editores seguirán a los carreteros hacia el olvido”.

Señala después Pietsch que, tras varios años de rápido crecimiento, las ventas de ebooks han llegado a suponer alrededor de una cuarta parte de los ingresos de los editores, pero que su progresión se ha detenido. Y que mientras tanto, los viejos libros de papel, cuyo elogio fúnebre tantos se apresuraron a pronunciar, se han defendido mucho mejor de lo esperado, han resistido, “ya que, como formato, son simplemente difíciles de mejorar”.

¿Y la autopublicación?, se preguntaba. “Ha crecido enormemente como opción para los escritores que quieren llegar directamente a los lectores. Pero a los escritores les gusta ser pagados por su trabajo por adelantado.”

Hay quien pone pegas a su análisis, por ejemplo, en lo relativo a lo que los ingresos de libros electrónicos suponen para los principales editores (afirmación basada en un dato que induce a error) y en lo referente a la relación entre autopublicación y cobro (las grandes editoriales tampoco han sido especialmente generosas con los escritores, hasta el punto de que en Estados Unidos el Authors Guild ha puesto en marcha una iniciativa que busca condiciones contractuales más equitativas).

Pero su reflexión nos obliga a pensar en el futuro de dos tendencias que, en los últimos tiempos, parecían imparables: la publicación electrónica y la publicación Juan Palomo.

Primer "a propósito del e-book"

En agosto, el Wall Street Journal publicó un artículo titulado “The Rise of Phone Reading”, en el que a partir de un estudio de Nielsen según la cual un número creciente de personas lee en sus teléfonos móviles, se hablaba del futuro de este formato y se daban pistas sobre cómo los editores se replantean sus libros pensando en las pantallas pequeñas, más pequeñas que las de las tabletas o los libros electrónicos. Y una se pregunta si el ebook no será a la industria editorial lo que el CD fue a la de la música: una etapa pronto superada.

Segundo "a propósito del e-book"

A mediados de 2014, la plataforma Tom Kabinet hizo su presentación en sociedad en Holanda con una propuesta incómoda: revender libros electrónicos. Ni que decir tiene que para la industria editorial no fue una buena noticia.

Les ahorro el relato pormenorizado de esta peripecia, que pueden encontrar aquí, pero sí les digo que la batalla llegó a los tribunales ordinarios y que fue luego derivada hasta el de La Haya, sobre el que finalmente recae la responsabilidad de determinar la legalidad de la acción. Su fallo será dado a conocer el 27 de abril, y quizá cambie la manera en la que todos utilizamos los ebooks.

Lectores que escuchan

Hay mercados en los que los audiolibros digitales protagonizan la historia de un éxito, el mayor crecimiento de la industria editorial: en Estados unidos, según la Asociación de Editores, en 2014, un 27% más, tantos que en algunos casos (no como norma general) la versión audio se vende mejor que la impresa, sobre todo cuando el narrador es un famoso (Jake Gyllenhaal leyendo The Great Gatsby o Tim Robbins haciendo lo propio con Fahrenheit 451, como explica este artículo de MarketWatch).

No ocurre igual en España donde, como ya explicamos aquí, los audiolibros cosechan unos mediocres resultados debido a la dificultad para adquirir los derechos, la nula rentabilidad del formato y el hecho de que no estamos acostumbrados a escuchar literatura. Pero quizá las cosas cambien… quizá.

Editor. Como tú

Editor. Como tú

¿Y entonces?

Michael Pietsch terminaba el artículo al que hice mención más arriba con estas palabras: “Y dentro de 50 años, una joven que estará empezando a trabajar en una empresa editorial, inspirada por Ana Karenina (tanto la versión en cómic que leyó en su reloj como la edición de bolsillo que leyó en la universidad), leerá un artículo prediciendo que al negocio no le queda mucho tiempo…”.

Manera de decir que este enfermo tiene una mala salud de hierro. Y que el formato importa menos que la literatura, sea cual sea el soporte en el que la leamos.

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