Literatura

Patricio Pron: “Hay autores cuyo objetivo parece ser convertirse en tertulianos”

El escritor Patricio Pron en una imagen de 2014.

No bastaba con El libro tachado. El ensayo que Patricio Pron (Rosario, 1975) publicó en 2014 y que trataba sobre la falsedad, la falsificación y mutilación en literatura, y la relación del escritor con sus vástagos, se le quedó pequeño. Las preguntas que se hacía entonces el argentino —¿cuál es el lazo entre autor y texto?¿Pueden vivir el uno sin el otro?— empezaron a extenderse poco a poco hacia otro libro. Y entonces, en parte como resultado de la estancia de Pron en Perugia, llegó la idea de un ficticio Congreso de Escritores Fascistas que se habría celebrado en abril de 1945, en los estertores de la República Social Italiana.

Ese es el esqueleto de No derrames tus lágrimas por nadie que viva en estas calles (Literatura Random House). En ella, tres generaciones de hombres de la familia Linden —un partisano, un miembro de las Brigadas Rojas, un joven que participa en las movilizaciones en Milán en 2014— giran en torno a la figura de Luca Borrello, escritor fascista fallecido durante el Congreso. La novela, configurada en forma de investigación que remite sin pudor a Los detectives salvajes de Bolaño, discurre entre la realidad y la ficción. Entre sus personajes están Rafael Sánchez Mazas o Ezra Pound. Pero el autor juega. El epílogo nos advierte de que "el discurso de [el poeta nazi] Hanns Johst está compuesto con pasajes de textos de Juan Ramón Masoliver, Ezra Pound, Octavio Paz y Arturo Serrano Plaja". O de que los títulos del imaginario Atilio Tessore "pertenecen a canciones del grupo español Triángulo de Amor Bizarro".  

Pregunta. ¿Cómo evolucionaron esta serie de cuestiones desde El libro tachado, y qué respuesta encontró en el proceso?El libro tachado

Respuesta. Hace tiempo que tenía gran interés en la vida de los escritores, y en particular en las decisiones que tienen que tomar, no solo en lo particular a su propia disciplina, sino también en relación a los tiempos que les toca vivir y las responsabilidades políticas que tienen. 

Estos escritores, ficticios o verdaderos, respondieron a preguntas que no son muy distintas de las que nos hacemos habitualmente. Qué pensamos de la adhesión a causas o partidos políticos cuya naturaleza hace que cualquier atisbo de autonomía sea reprimido. Se preguntaban acerca de cuán importante es la historia personal en su producción, y cuán importante es lo que se crea o piense de ellos para su obra. Se preguntaron, además, qué iban a salvar de lo que habían sido. Luca Borrello decide que lo único que debe ser salvado de la figura de un escritor son sus textos. 

P. ¿Hasta qué punto se plantea un autor la dimensión política de su trabajo antes de convertirse en una figura pública?

R. Es el hecho de ser escuchado, de poseer una caja de resonancia y las responsabilidades que esta entraña las que le otorgan una dimensión política. La literatura tiene como única enseñanza que la forma en que vivimos es solo una entre muchas, y que si estamos descontentos con ella podemos cambiarla. Ese carácter de transformación de la literatura que da cuenta de su dimensión política se hace presente en todos los textos. Incluso por su ausencia, como en aquellos textos que participan de un determinado género literario, o apuntan a la comercialidad, o que aspiran a ser leídos como libros prácticamente de circunstancias. Esa literatura también es política, pero en otro sentido y de otro signo que la que a mí me interesa y la que trato de escribir.

P. De entre todos los protagonistas posibles, toma a este catálogo de escritores futuristas.

R. La razón por la que decidí escribir sobre este Congreso de Escritores Fascistas no fue, claro está, que sea fascista, sino que respondía a una serie de consignas. En primer lugar, que había autores cuya adhesión política los perjudicó notablemente pero cuyos textos merecían ser rescatados. Idealmente, este texto constituirá una especie de invitación a buscar textos independientemente de las ideas de sus autores. En segundo lugar, escoger autores con los que hubiera simpatizado por su posición social restaría relevancia a la decisión que toman finalmente algunos de ellos de aceptar su derrota militar y cultural para apostar por otra forma de trascendencia. En tercer lugar, me preguntaba si iba a poder escribir una novela sobre personajes que me resultaran antipáticos, y si iba a encontrar en esa antipatía vínculos con mi propia experiencia como escritor.

P. ¿Por qué situar la historia entre estos personajes que, en primer lugar, pertenecen a lo que se considera ampliamente como el enemigo, y que además mantienen un tipo de adhesión que quizás no sea la más frecuente ahora, una adhesión firme a un partido?el enemigo

R. No creo que haya una menor adhesión en estos momentos de la que había en el pasado. Es posible que esa adhesión sea ahora más volátil. Los ejemplos más recientes de adhesiones de escritores a causas políticas han sido catastróficas, al menos en España.

P. ¿En qué piensa?

R. Pienso en los autores de la ceja, por ejemplo. Pero todos los autores en época de elecciones nos vemos confrontados —incluso uno como yo, que tiene muy poco interés en la política práctica— con el pedido a adherir a una causa u otra: firmar un manifiesto, ir a un acto. El reclamo de adhesión, la idea de que un escritor tendría algo que decir en términos morales y que trascendería lo meramente anecdótico está todavía muy presente. Estuve en el Hay Festival, en Colombia, y apenas puse pie allí los periodistas me preguntaban sobre el proceso de paz en ese país. Proceso de paz sobre el que no puedo decir absolutamente nada porque no vivo allí ni estoy al tanto del tema. La demanda de que tomase uno posición y la idea completamente errónea de que el escritor pudiera hablar de todos los temas, de todas las formas posibles, era la demostración de que una generación previa de autores malacostumbró a sus lectores haciéndoles creer en una especie de infalibilidad que solo conozco en las teologías. Yo creo en otro tipo de relación entre literatura y política.

P. ¿Cree que el modelo del intelectual comprometido tipo Sartre, que se pronuncia sobre lo que no le concierne, está agotado?se pronuncia sobre lo que no le concierne

R. Me gustaría creer que está agotado. En primer lugar, porque el compromiso comprendido en términos sartreanos ha generado muchos equívocos en la historia. En segundo lugar, y más importante, porque no me veo en condiciones de hacer ese papel. Tengo muy pocas certezas, y a duras penas me sirven a mí. 

Esa figura quizás no sea tan atractiva como lo fue en el pasado. Veo que estos autores que practican esta prescripción tan pedestre, a través de los suplementos dominicales y de las revistas y periódicos, tan pronto como se jubilan son reemplazados por autores de una generación posterior que hacen exactamente lo mismo. Hay buena parte de los autores que participan de esa especie de compromiso que siguen intereses mucho más lábiles y escurridizos que una mera adhesión sentimental a una causa que, en comparación, parece conmovedora. Hay una nueva generación que solo adhieren empresas.

P. ¿Ha encontrado alguna forma de aceptar esa dimensión política del escritor?¿Tiene algún referente que sustituya a lo que sería el intelectual comprometido?

R. Quizás sí he aprendido, mediante ensayo y error, a estar a la altura de lo que mis libros requieren y de los efectos políticos que esos libros provocan, pero no me atrevo a decir que eso sea infalible. Quizás la diferencia sustancial entre la generación pasada y la actual, o la parte de la actual que más afín me resulta, es que posiblemente los autores posteriores no conciben sus adhesiones sino en relación a sus textos mismos. Y por consiguiente no pretenden prescribir en otros ámbitos como lo harían los de la generación anterior. También hay una convicción de que la relación entre autores y lectores no constituye una relación en el marco de la cual el autor, poseedor de la verdad, la comunicaría a unos lectores pacientes y pasivos, sino que los libros contribuyen a la creación de comunidades y es en la confrontación que se produce en ellas donde se da lo político en literatura.

P. Defiende la separación necesaria entre el juicio a un texto y el juicio a la ideología de un autor, y habla de Céline o Pound. Pero, ¿qué pasa cuando hablamos de escritores en activo?¿Hasta qué punto se puede tomar la obra de un autor hoy más allá de sus opiniones?

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R. En condiciones ideales, ambas instancias deberían separarse. Y en el juego de equilibrio de ambas solo deberíamos prestar atención a los textos. Entiendo que esto es muy dificultoso y se enmarca dentro del terreno de lo ideal. Pero también se produce un desequilibrio interesante, que se da allí donde los autores que concitan interés por sus opiniones tienen a descuidar sus libros. El libro se convierte en un reclamo comercial para que no se devalúe el valor de marca de los autores, que se erigen en primer lugar como opinadores. Autores cuyo objetivo parece ser convertirse en tertulianos. Se produce en ellos un desplazamiento de la atención del libro mismo a las fulguraciones de las imágenes del autor que ese libro permite proyectar en una esfera determinada. Eso hace que, independientemente de que el autor no nos resulte simpático, si leyésemos sus textos se nos haría aún más antipático.

P. ¿Es posible que un autor clasista, machista escriba textos que no sean clasistas, machistas…?

R. Es posible que no. Pero el hecho de que, por consiguiente, también sea posible que sí hace que debamos estar particularmente atentos a esos fenómenos. Pongamos un ejemplo práctico: no tengo ningún interés sobre lo que Michel Houellebecq opina. Más aún, pienso que lo que opina es un producto nefasto de una interpretación completamente errónea de escenas de la vida de Europa en este momento. Así como he encontrado en las novelas de él una provocación pueril, misógina, reaccionaria, xenófoba, también he encontrado, sobre todo en El mapa y el territorio, una conmovedora demostración de que para Houellebecq, al igual que para mí, son los textos los que importan. En ese sentido, mi gesto inicial de descartar al autor por sus ideas políticas, que se repite de forma más frecuente de lo que creemos, se vio reemplazado por una cierta perplejidad y vacilación. Que esos casos se produzcan, y se produzcan con regularidad, hace que valga la pena prestar atención a lo que sus autores hacen. Más catastrófico es el caso de aquellos autores cuyas opiniones políticas uno solo puede aprobar y que producen textos profundamente reaccionarios. En esa ambigüedad y ese desconcierto es donde se juega casi todo en literatura. 

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