Entrevista

Sánchez-Cuenca: “Los autores de la Transición han tenido protagonismo durante demasiado tiempo”

El politólogo Ignacio Sánchez-Cuenca.

"Casi nadie señala con nombres y apellidos a los responsables de propalar en la esfera pública malos argumentos y emplear un estilo de intervención más estético que analítico", denuncia el politólogo Ignacio Sánchez-Cuenca en su nuevo libro, La desfachatez intelectual (Catarata). Casi nadie lo hace porque esos nombres y apellidos a los que el profesor de Ciencia Política de la Universidad Carlos III se está refiriendo son los de Mario Vargas Llosa, Javier Cercas, Javier Marías, Fernando Savater o Félix de Azúa.

En su ensayo, el colaborador de infoLibre se plantea, en primer lugar, el porqué de la abundancia de escritores entre las firmas de algunos medios; señala las ideas que juzga pobres o fundamentadas en datos incorrectos; y se pregunta cómo influyen estos "excesos lamentables" en el debate público. La conclusión parece ser que la presencia de estos "figurones" —que, critica, nunca son reprendidos— en lugar de enriquecer el debate acaba empobreciéndolo. "Mi intención no es —advierte— destruir la reputación de nadie en los campos en los que destacan, sino tan solo llamar la atención sobre la pobreza de su argumentación cuando intervienen en la esfera pública a propósito de temas que no conocen en profundiad".

El libro ya ha recibido alguna crítica airada. Sánchez-Cuenca se dio cuenta hace mucho de que el ejercicio de señalar la osadía de los grandes intelectuales —o, más bien, de hacerlo en público— es "solitario". 

Pregunta. Relaciona la presencia de los figurones por la existencia de una “cultura holística” existente en España que premia un conocimiento total por encima del conocimiento especializado de la llamada “cultura analítica”, que identifica con los países anglosajones. ¿Por qué este país está dentro de esa cultura holística?

Respuesta. Pertenecemos a un marco geográfico en el que están también Francia e Italia, que comparten estas características. Desde España se extiende hasta Latinoamérica, por supuesto. Pero si me preguntas por los motivos históricos de esto… ¿Tiene que ver con que en estos países no hubiera reforma protestante y entonces haya demasiado respeto a la autoridad, antiguamente la eclesiástica y ahora la intelectual…? No me atrevo a decirlo.

P. Parte del oficio de escritor consiste también en dar conferencias, escribir artículos… ¿La omnipresencia de estos autores en prensa tiene que ver también con esta característica de la industria?

R. Tal y como lo veo, en las culturas holísticas el intelectual necesita tener una obra escrita, y a la vez rodear esa obra de opiniones que configuren una personalidad única. Esa opinión la tienes que lanzar por distintas vías, y poco a poco se va configurando una marca; no diré una marca comercial, pero sí una marca intelectual reconocible. Esto en el mundo anglosajón es distinto. El intelectual no trata de rodearse de opiniones sobre todos los asuntos posibles, sino que se centra en ciertos temas. 

P. ¿Hay alguna manera de que el intelectual mantenga un compromiso con alguna causa que esté más allá de lo que le afecta directamente —como defendía Sartre—, y lo haga sin meter la pata?

R. Con un mínimo grado de prudencia, sí. Sartre fue muy imprudente. En los años setenta abrazó todas las causas de la izquierda radical, se volvió maoísta, justificó la lucha armada en lugares donde no tenía justificación alguna, y metió la pata hasta el fondo. Ese legado de Sartre ha sido muy negativo. Igual que sus ideas literarias y filosóficas han sobrevivido mejor, sus intervenciones políticas creo que son hoy motivo de sonrojo, sobre todo las del final de su vida. ¿Qué lección podemos sacar de ahí? No sé muy bien. En el libro no apuesto por coartar la libertad de nadie o impedir que se meta en batallas, las que sea, lo único que pido es que, cuando se haga, se haga con unas condiciones mínimas.

Pregunta. Defiende que un escritor puede hacer bien de guía moral, pero, ¿hay alguna manera de que pueda llevar a cabo esa labor sin caer en un cierto elitismo?

R. Que hagan una tarea de agitación, de apelar a la conciencia de los ciudadanos… De denuncia: el escritor es capaz de hacerla con mucha más eficacia que cualquier estudioso. No digo, en todo caso, que se tenga que dedicar solo a sus asuntos, pero si quiere ir más allá, si quiere participar en un debate sobre las causas de los fenómenos, ahí es donde tiene que adquirir una preparación adicional, porque no es una cuestión de valores, sino de conocimiento.

El ejemplo que más examino es el del terrorismo. Cómo un grupo de intelectuales ya consolidados adopta una posición valerosa y arriesgada en la denuncia de ETA, y cómo sin darse cuenta, o quizá porque se ven arrastrados por una ola de apoyos políticos y culturales, empiezan a dictar cómo tiene que ser la política antiterrorista y cuáles son las causas del terrorismo. Y cuando hacen ese tránsito, pasan de ser un referente moral a disparatar sobre la cuestión. 

P. El libro narra cómo el relato que construyen estos escritores sobre el terrorismo acaba configurando el relato social. ¿Ve algún ejemplo actualmente de algo similar?

R. Tendría que pensarlo más despacio, razonarlo mejor y documentarme un poco, pero creo que, aunque no tiene unos contornos tan definidos como el terrorismo, durante la crisis ha habido una cierta transición de la denuncia de los males que causa la crisis hacia teorías o explicaciones sobre el origen de la crisis. Así como en el libro critico sobre todo a intelectuales que se han derechizado mucho, esto tiene más que ver con intelectuales que están más en la izquierda, y que comienzan con una indignación justificada acerca del destrozo social de la crisis, pero de ahí saltan a hacer grandes afirmaciones sobre la naturaleza del capitalismo y las causas de que hayamos llegado hasta aquí. Y ahí veo el mismo tipo de errores.

P. Patricio Pron defendía en este periódico que los autores que practican esta “prescripción” política “tan pronto como se jubilan son reemplazados por autores de una generación posterior que hacen exactamente lo mismo”. Pero usted defiende que cree que este papel de figurones es una cuestión generacional…

R. Creo que no va a haber continuidad. La de la Transición es una generación muy mal acostumbrada: tuvieron protagonismo desde demasiado jóvenes y la han tenido durante demasiado tiempo. Eso genera la impunidad de la que hablo, esta idea de que nadie les puede criticar y que, si alguien les critica, es un miserable, un trepa y un envidioso. Llevábamos, y no exagero, 40 años soportando las intervenciones de los mismos intelectuales, que han ido bajando en calidad, pero ahí siguen. Eso no tiene por qué suceder en el futuro. Seguirá habiendo figurones y aspirantes a figurones, pero será más plural y habrá más instancias de crítica y contracrítica.

P. En La desfachatez intelectual apunta un mecanismo: el de las connivencias entre medios, editoriales y premios, de manera que criticar a un autor puede suponer accionar en contra del que lo hace todo un mecanismo industrial. ¿No se va a mantener esto en el tiempo?La desfachatez intelectual

R. Sí, pero los periódicos en papel, que han sido los más sólidos y que han hecho la inversión más consciente en tener a sus escritores para presentarlos frente a los escritores del grupo contrario, son ahora mucho más débiles. No creo que se puedan formar esos lazos tan sólidos que había antes.

P. Hay otro vicio en los medios, que es preguntar obsesivamente a los intelectuales o a los artistas su opinión sobre ciertos temas.

R. A mí me saca de mis casillas. Preguntar a escultores, directores de orquesta, bailarines, pintores por sus opiniones sobre el futuro de Cataluña me parece una práctica ridícula. ¿Por qué no preguntan a panaderos, fontaneros, mecánicos, abogados…? Es gente muy conocida, pero no quiere decir que tengan opiniones mejor formadas que las de otros. En Estados Unidos también pasa con los actores de Hollywood, por ejemplo. Pero a mí me produce un sonrojo tremendo, porque al margen de si estoy de acuerdo o no con ellos, se ve que no lo han pensado lo suficiente.

P. La pasada semana, en la presentación de la nueva novela de Vargas Llosa, un periodista le pedía que hiciera una valoración de la situación política en Latinoamérica. Él no dudó en responder. ¿La importancia que se le dan a sus opiniones viene motivada por su autoridad literaria, por el Nobel…?en la presentación de la nueva novela de Vargas Llosa

R. El Nobel magnifica su persona, pero él ya escribía estas cosas mucho antes. El caso de Vargas Llosa provoca tales contradicciones… Le admiro tanto como escritor y me parece tan lamentable como opinador, que no sé qué conclusión sacar. Yo creo que es una cuestión de pereza intelectual, que toda la energía que dedica a escribir sus novelas no la utiliza para esbozar sus opiniones. Se basa en la anécdota, en lo que le han contado, y ofrece conclusiones totalmente simplistas.

P. En el libro critica que los intelectuales se pronuncien sobre ciertos temas esgrimiendo argumentos endebles o falsos. Pero, ¿qué ocurre cuando se centran en asuntos puramente éticos o morales y dan lugar a artículos igualmente dudosos? Pongamos como ejemplo el artículo de Savater sobre la paternidad de parejas homosexuales (El País). sobre la paternidad de parejas homosexualesEl País

R. Esto es otra cuestión. Es filosofía de periódico. La cuestión es si el que lo escribe es un buen o mal filósofo, y yo creo que la calidad de los argumentos filosóficos que Savater proporciona ha ido también cayendo de forma pronunciada en los últimos años. En el terreno del debate de valores hay que refinar también los argumentos, aunque en otro sentido. Este ejemplo que trae me parece uno claro de falta de refinamiento. Pero no he querido meterme en ese registro, el de argumentar por qué Savater, además de tener malas opiniones en el debate político, encima como filósofo tampoco es gran cosa.

P. ¿Qué responsabilidad tiene el medio con respecto a la publicación de textos homófobos, racistas…?

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R. En el caso de un debate de ideas y valores, si el medio decide encargarle un artículo a un pensador, debe darle libertad absoluta. Y no puede decir: "Este sí lo publico, porque coincide con mis ideas, y este no". El único criterio que veo para no publicarlo es que la calidad sea deficiente. Pero si el autor quiere decir una barbaridad, allá él. Lo ideal, claro, es que haya una réplica en el debate público, cosa que ahora no se da.

P. Hay otro tipo de artículos que sale de la anécdota personal, no de la toma de partido en un debate público, y sin embargo también están creando ideología. Pongamos como ejemplo un artículo de Pérez-Reverte muy criticado llamado Ya no hay mujeres como las de antes(El Semanal). Ya no hay mujeres como las de antesEl Semanal

R. Pero esto entra dentro del género basura. Pérez-Reverte es un provocador y le gusta jugar a ello. No hay que prestarle demasiada atención. Es una persona que intoxica la esfera pública, siempre con el insulto en la boca, con una actitud muy agresiva… Lo que llamo el machismo discursivo. Es un género al que pertenecen Antonio Burgos, Alfonso Ussía, Hermann Tertsch… Es de las cosas que más vergüenza dan en la prensa.

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