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Mostra de Venecia

La Mostra se ralentiza con dos films de época de Ozon y Koolhoven

El director Martin Koolhoven, este viernes en Venecia.

Noticine | infoLibre

El sábado, un día que otros festivales guardan para la artillería pesada y el fulgor estelar, Venecia lo ha usado para bajar el pistón y ofrecer dos películas entre discretas y prescindibles, cuyo denominador común es hablarnos de tiempos pasados, que hubieran hecho un buen relleno cualquier otro día. El hiperactivo y ecléctico francés François Ozon esta vez le da al melodrama que pudo ser más pacifista y menos ambiguo con Frantz, mientras que el menos conocido holandés Martin Koolhoven se va al Oeste para contar un provocadora cinta donde fanatismo religioso, sadomasoquismo e incesto conforman un cocktail dificilmente digerible.

Ha dicho Ozon que el origen de Frantz no está en una película de Lubitsch, aunque una parte de la crítica haya dicho que se trata de un remake del film del maestro berlinés Remordimiento, sino en la obra teatral de su compatriota (del director francés) Maurice Rostand, que inspiró a aquel.

El caso es que todo remite a la historia de una joven alemana que tras la I Guerra Mundial acude a diario a visitar la tumba del que fuera su novio, un joven que murió en las trincheras durante el conflicto. Un día, sorpresivamente, aparece un hombre a honrar el mismo sepulcro, un francés que paradojicamente dice haber sido amigo del difunto en París. El recién llegado se irá metiendo en la vida y el corazón de la chica y de los padres del soldado germano.

Sin conocer ni revisar Remordimiento, en el que como en Ser o no ser Lubitsch exhibe anticipadamente sus ideas antibelicistas, Frantz puede parecer un melodrama de época –filmado en un blanco y negro demasiado obvio y rutinario– al que Ozon aporta la nota ambigua de una posible relación gay que no llega a sustanciarse, pero correcto. Sin embargo, y a pesar del brillo que aporta la actriz alemana Paula Beer, en la comparación podemos apreciar diferencias que no benefician precisamente a la cinta francesa.

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Es evidente que Lubitsch busca un mensaje conciliador, antinacionalista y antibelicista, que en la versión de Ozon queda muy mitigado, lamentablemente, mientras se decanta más por la reconstrucción del alma dañada de la chica alemana que paulatinamente sustituye al difunto por el recién llegado (Pierre Niney, reciente intérprete de una de las biopics de Yves Saint-Laurent), y añade un apéndice a la historia primigenia en la que ella viaja a París para reencontrarse con quien ya es su nuevo amor, por cierto, esta parte sí en color.

Y mientras la de Ozon al menos cubría el expediente, la pretenciosa propuesta del holandés Martin Koolhoven, cuya carrera no tan difundida fuera alcanzó sus mejores marcas con Oorlogswinter (2008) y Nordil, tú qué haces para que no te duela (2005), generó algunas propuestas desde Hollywood. Sin embargo, el europeo prefirió buscar su propio debut en inglés, con capitales de su continente, y con estrellas anglosajonas como Guy Pierce y Dakota Fanning, usando temáticas que harían torcer el gesto a la mayor parte de los ejecutivos de Hollywood.

Y es que Brimstone, en sus casi dos horas y media de metraje, sigue la malévola trayectoria en Estados Unidos durante el siglo XIX de un reverendo de origen holandés (Pearce), verdadero paradigma del mal, y más asimilable a un jefe en los avernos que en los cielos. Este elemento se va a cruzar con la aparentemente inocente joven Liz, una muda que le hace frente a pesar de sus empeños por casarse con ella. Sin embargo esto es sólo el punto de partida de dos y media casi de sadismo, en el que Koolhoven parece empeñado en atravesar todas las barreras que un estudio le pondría para llevar a cabo su provocativa imagenería. Casi gore, filtreando con el incesto, el afán provocador del cineasta holandés acaba hastiando al más pintado.

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