Traductores

¡Benditos traidores!

Madres de libro

Las redes sociales las han convertido en virales, y para los traductores son una enfermedad.

“Las mayores pifias las he visto en carteles y menús –dice Scheherezade Surià López–. Por ejemplo, esa mítica carta de restaurante en el que tradujeron 'vino en botella' al inglés por 'he came in bottle', literalmente: él vino en botella”. Sí, coincide Alba Cruz, “las de los menús de restaurantes son las más desternillantes. Ver como el 'traductor de google' ha hecho estragos con el pulpo a feira, 'octopus to the party', es habitual en España”.

En otro ámbito, Amelia Pérez de Villar recuerda 'el disco corrió fuera de la habitación', ¿traducción? de 'Disk run out of room'. Pero, aunque no sea un ejemplo tan vistoso, denuncia “esa forma de traducir, que es esencialmente cambiar las palabras inglesas por otras castellanas sin tener en cuenta que cada idioma tiene sus estructuras sintácticas peculiares, su ritmo, y un determinado empleo de los tiempos verbales... con lo cual es difícil ENTENDER lo que se intenta decir. Y la traducción es, sobre todo, un acto de comunicación, por encima de cualquier romanticismo”. 

El intermediario imprescindible

“¿Cómo sería un mundo sin puentes, solo con fronteras y barreras?”, se pregunta Marta Sánchez-Nieves Fernández. Inhabitable, sin duda. Necesitamos traductores porque “el ser humano es el animal más sociable y curioso que existe (al menos en este planeta). Es imposible imaginar –asegura Blanca Rodríguez– que distintos grupos humanos con diferentes lenguas pudieran coexistir sin intentar comunicarse entre sí”.

¿Y si nos circunscribimos a la creación literaria? Sin traductores, sabe Itziar Hernández Rodilla, el nuestro sería “un mundo sin literatura universal, limitado a una sola cosmovisión y, por lo tanto, más pobre”. Siempre teniendo en cuenta, y cito aquí a José Carlos Vales, que el traductor literario “no es un escritor ni un creador: es el profesional que vierte en una lengua conocida para el lector lo que no podría leer ni entender. La mayor virtud del traductor es que no se note su mano. Hay traductores y editores que se ponen estupendos con las traducciones, pero el objetivo del traductor no es demostrarle al mundo que es mejor escritor que Tostói o Victor Hugo. Todo es más sencillo: es intentar que el lector olvide que los personajes de Dickens o a Austen o a Gibbons están hablando en castellano”.

San Jerónimo y sus seguidores

El 30 de septiembre es San Jerónimo, traductor de la Biblia. Por eso se celebra el Día Internacional de la traducción, que es la ocasión que todos elegimos para volver sobre esta labor que sus practicantes consideran, por lo general, poco reconocida.

“Está reconocida a nivel oficial, hay dos premios nacionales que honran nuestra profesión, hay un reconocimiento de las autoridades. Pero sigue faltando mucho trecho para que nuestros empleadores, y también nuestro público, los lectores, tengan clara conciencia de lo importantes que somos para ellos”. Es Carlos Fortea, Presidente de ACE Traductores, para quien los lectores “muchas veces siguen sin ser conscientes de que detrás del libro que están leyendo hay un autor secundario al que no ven, y que es el que les está proporcionando una buena parte del placer que sienten en la lectura”.

También matiza Darío Giménez Imirizaldu. “No creo que se pueda hablar ya de 'los traductores' como colectivo profesional homogéneo. En mi opinión, a los traductores editoriales, sobre todo a los literarios, sí se les reconoce, si bien de manera algo vaga y genérica, su aportación a la difusión del conocimiento y la literatura procedentes de otras culturas. Prueba de ello es que en la prensa suelen aparecer periódicamente entrevistas y artículos sobre traducción y traductores, prácticamente siempre referidas al mundo editorial. Luego está el tema del aire bohemio e intelectual que se le suele atribuir al traductor literario, pero eso es todo postureo puro y no da de comer”. Súmese, la traducción especializada (técnica, jurídica, financiera y comercial…), una absoluta desconocida para el público general, “salvo en los casos en que alguien detecta una pifia en una etiqueta y lo convierte en meme para el escarnio público en Internet. Pero esas traducciones especializadas se pagan muchísimo mejor, así que casi se trata de lo comido por lo servido.”

Hablemos pues de dinero…

“Suelo decir –es de nuevo Fortea quien habla– que el salario se mide por una parte básica, que es la dignidad del mismo, es decir, que permita vivir de él, más otra componente relacionada con la capacitación necesaria para ejercerlo y una más que tiene que ver con el número de horas que se necesita para crear un producto”. Y concluye: “En ninguna de las tres se nos paga lo que sería justo”.

Es una opinión generalizada. “En España, en comparación con sus vecinos europeos, se pagan unas tarifas lamentables, lo cual no tiene ningún sentido en un mercado totalmente globalizado”, afirma Rodríguez. Desde luego, las comparaciones son odiosas. “En algunos ámbitos de especialización y si le cobras directamente el cliente o si trabajas para alguna que otra agencia de traducción extranjeras, sí, te pagan bien –admite y Giménez Imirizaldu–. En otros campos, como el editorial, las tarifas son una puritita vergüenza nacional”. Además, toma la palabra Pérez del Villar, “como somos autónomos no tenemos paro. Y si una editorial paga a 60 días y pasas la factura con un día de retraso, son tres meses sin cobrar…”

Otro factor relevante: todo depende del tipo de traducciones, “las literarias –explica Núria Molines– siempre tienen unas tarifas más bajas y te obligan a optar por aceptar encargos de otro tipo o a traducir a toda prisa, aunque si no aspiras a ser millonario y tienes suerte con 'tus' editoriales puedes vivir bien. Hay editoriales y editoriales, y también depende de cómo quiera vivir uno”.

Y en general, no les importaría vivir bien. Pero cuando les pides que se quejen, las reclamaciones salariales vienen de la mano de otras que nada tienen que ver con el pecunio.

Plazos juiciosos que permitan cuidar la calidad al máximo, tarifas dignas que no te obliguen a trabajar a destajo para sobrevivir, reconocimiento y visibilidad de nuestra labor (hay algunas editoriales que han empezado incluso a incluir breves biografías de sus traductores en la solapilla, lo cual es de agradecer), contratos que cumplan la legislación vigente...” La lista de Blanca Rodríguez es interminable. “Por increíble que parezca, no pocas editoriales envían contratos abusivos que ni siquiera se ajustan a la ley ni en cuanto a la cesión de derechos, ni en cuanto a plazos de pago, ni en cuanto a tus derechos como autor a revisar y aprobar cambios...”

Pero si en algo coinciden todos es en reclamar mayor visibilidad. “Siempre se esconde nuestro nombre entre las páginas de un libro o incluso se omite en la mayor parte de los trabajos”, lamenta Alba Cruz, y a Scheherezade Surià le gustaría “que hablemos del trabajo de todos los profesionales que nos dedicamos a esto. Dentro de la poca visibilidad de la traducción, los traductores literarios somos más visibles, pero hay muchos profesionales detrás de los productos que consumimos diariamente que también merecen reconocimiento y no solo entendiendo como tal que conste su nombre, sino que se reconozca su labor en cuanto a retribución”.

Admiten que las cosas están cambiando gracias, señala Pérez de Villar, a “avances históricos como la equiparación del traductor al autor según la Ley española de Propiedad Intelectual y a la recuperación, por parte de las pequeñas editoriales que han ido surgiendo en los últimos años, de la figura del traductor para verter al castellano sobre todo obras fuera de derechos. La asignatura pendiente, por paradójico que parezca, ha sido y sigue siendo la mención del traductor en reseñas y reportajes de prensa”.

Les duele también, me lo hace saber Sánchez-Nieves, la idea muy extendida de que traducir lo puede hacer cualquiera que sepa hablar una lengua extranjera, idea que olvida la importancia de conocer la lengua materna y del bagaje cultural. O, y esta observación se la debo a Hernández Rodilla, que incluso si se reconoce su valía, su aportación cultural, no se reconoce su trabajo. “Creo que pasa con muchas profesiones creativas (y aquí me refiero a todo tipo de traducción, no solo la literaria, que en esencia no veo distinta de otros tipos). El resultado es que pareces dedicarte a una afición, más que a una profesión”.

No obstante, en general asumen que el destinatario no sepa de nosotros. O eso afirma Suriá. Al fin y al cabo, “si han consumido un producto como si se hubiera creado en su lengua materna y no le ha llamado nada la atención es que hemos hecho un buen trabajo”. Cosa distinta es la falta de reconocimiento dentro del mismo sector.

Varios de los consultados aluden en este sentido a una campaña en redes sociales, @creditAME, que con la etiqueta #citaaltraductor aspira a paliar ese olvido. Ésa es, me dice Fortea, una manera entre otras de visibilizar la profesión. “Como toda entidad que vertebra a un colectivo que, de lo contrario, estaría disperso, solo puedo decir que, si ACE no existiera, habría que inventarla”, por ejemplo, porque los traductores asociados “consiguen mejores condiciones laborales que los que no, simplemente porque saben cuáles son sus derechos y conocen mejor, gracias al intercambio de información, las condiciones reales del mercado. Y porque cuentan con el asesoramiento jurídico que la asociación proporciona”.

Mundo Babel

Al cabo, habrá que agradecerles muchas cosas: sin ellos, y como dice Suriá, a la cultura solo podrían acceder los que hablaran otros idiomas.

El planeta de los premios

El planeta de los premios

Por eso, y aunque para empezar este texto pedí a los entrevistados que compartieran con nosotros alguna pifia notable, me gustaría terminar, como me sugiere Blanca Rodríguez, pensando no en meteduras de pata sino en grandes aciertos. Para ella, por ejemplo, la palabra 'mortífago', que aparece en los libros de Harry Potter, “es muy superior al 'Deatheater' original, y rara vez se mencionan ese tipo de cosas”. Mencionado queda.

Posdata personal

Los traductores que aparecen en este reportaje dieron un paso al frente cuando pedí ayuda en Twitter. Hubo otros que respondieron al llamamiento, aunque luego no participaron en el reportaje. Sé que quedan cosas en el tintero, ya me perdonaréis. A todos, muchas gracias, merci beaucoup, thank you very much, grazie mille, muito obrigado, bolshoye spasibo, dōmo arigatōgozaimasu

Más sobre este tema
stats