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"Los emigrantes sufren por no poder decir a sus padres que van a volver"

Cabeza de manifestación de Jóvenes sin Futuro. Madrid

"Cuando vaya a escribir la carta a Rajoy, como posdata le voy a poner: 'Igual que en algunas playas hay algo así como una estatua de una señora esperando a su amor que se ha ido, yo le pido por favor que pongan otra estatua en el aeropuerto de Barajas de una madre con los brazos abiertos". Habla Pili Romero, madre de Soraya Gonzalo. La hija vive en Toronto, Canadá, desde 2013. Se fue por muchas razones: porque los recortes la dejaron sin la beca que tenía asignada, porque estaba viviendo con su pareja, Ernesto, en casa de sus padres, porque sus gemelas venían de camino y ninguno de los dos encontraba trabajo. Es una de los 225.000 españoles que, según el Gobierno, se marcharon de España entre 2008 y 2012. Una de los 700.000 jóvenes que han dejado el país según los expertos. Una de los 11 emigrados a los que han entrevistado las periodistas Noemí López Trujillo y Estefanía S. Vasconcellos para su libro Volveremos (Libros del K.O.), un relato colectivo de lo que unos han llamado exilio y otros, oportunidad.

El encargo de la editorial les llegó cuando ellas mismas habían decidido instalarse en Manchester por unos meses. Aunque saben que su caso no era tan extremo como el de los protagonistas de su trabajo —algunos de ellos, al final de un callejón sin salida tanto laboral como emocional—, reconocen que ambas habían encadenado trabajos precarios antes de dar el paso. "Ella me hizo una pregunta muy interesante un día", dice López Trujillo señalando a Vasconcellos, "Estábamos debatiendo si nos habíamos ido por la crisis o no, si nos sentíamos emigrantes. Y me preguntó: 'Si hubieras tenido un buen trabajo en España, con un buen sueldo, ¿te habrías ido?'. Y la respuesta fue 'no". Las motivaciones de sus entrevistados son dispares, y unos y otros les atribuyen distinto grado de conexión con la crisis. Ernesto Filardi, marido de Soraya, buscó trabajo en España durante meses, con el apellido de "de lo que sea", sin éxito. Pero Laura Puértolas se marchó a París para hacer una tesis doctoral, y Peter Caycho se ha ido a Londres en busca de un cambio de aires. 

Las periodistas aclaran que Volveremos no busca dar una visión completista de la emigración de los últimos años. A lo largo del título se borran como autoras y se limitan a presentar las palabras de sus entrevistados —y las de sus familiares, que sirven de contrapunto a sus relatos—, recogidas durante tres o cuatro horas de entrevistas con cada uno a lo largo de ocho meses. Se ven sus huellas en la organización de los capítulos y en las citas que los encabezan, que incluyen ácidas menciones al papel del Gobierno. Marina del Corral, secretaria de Estado de Inmigración, es convocada, por ejemplo, para repetir aquello de: "Hay un impulso aventurero, propio de la juventud, que contribuye también de forma poderosa a acrecentar la movilidad juvenil". Pero la visión de las periodistas está también en el casting. "Como lector, te haces una idea", dice Vasconcellos, "se ha ido el que podía, el que tenía una licenciatura o un máster… Solo hemos dicho que no son mártires ni héroes, que vieron rotas sus expectativas y que buscaron una salida posible".

Han evitado voluntariamente hablar de "fuga de cerebros". La socióloga Amparo González-Ferrer, investigadora del CSIC —y quien proporciona la cifra de los 700.000 emigrados—, les advirtió de que esta expresión se correspondía solo con una situación muy particular: la de profesionales de primer nivel cazados por una organización internacional con un buen salario y, normalmente, un puesto de responsabilidad. No era la realidad que más interesaba a las periodistas. "Quería huir del discurso victimista de 'es que tengo un máster y estoy limpiando váteres", apunta López Trujillo recordando el caso de Benjamín Serra, un emigrado a Londres que ganó cierta notoriedad en 2013 con esa denuncia. "Es que hay mucha gente haciendo eso en España", insiste, "y alguien que lo esté haciendo se puede sentir muy mal leyendo eso. Además, el problema es que eso implica que es la clase baja la que tiene que hacer esa tarea". Ninguno de sus protagonistas es un cerebro a la fuga, y ninguno de ellos considera que haya una injusticia en que un titulado desempeñe trabajos no cualificados. 

Algunas de las experiencias que relatan los 11 emigrados son duras. En Canadá, Ernesto Filardi paraba, en el camino de regreso de la fábrica de salchichas en la que le contrataron, para echar currículos en los centros comerciales. En el trabajo no tenían duchas y él notaba el rechazo que generaba su propio olor a carne cruda. Soraya, sin permiso de trabajo, ni siquiera podía permitirse buscar empleo. Leonor Otero tiene que ir sola a las ecografías —el bebé nació en julio— porque Enrique Gómez, su pareja, sigue viviendo en Luxemburgo, a la espera de ese trabajo soñado en Madrid. María Pérez descubrió que un puesto como ingeniera en Colonia podría estar bien pagado para los estándares españoles, pero no para los alemanes.

Sin embargo, Soraya pone un punto de distancia: "Creo que la gente allí también lo está pasando mal. Gente que pensará: 'Jolín, se van, ganan un pastón y los llaman pobres emigrantes. ¿Y los pobres que nos hemos quedado aquí?'. Y tienen razón. (...) Si lo miras desde su punto de vista, cambia: a lo mejor ellos se habrían querido ir y no han podido". Y ahí está Cintia Díez. Es, junto con Peter, la única de esta nueva generación de migrantes que no tiene una carrera universitaria. Ella no se pudo marchar. Le daba miedo fracasar en Brighton, el destino que habría elegido, y perder el empleo de 400 euros que luego le permitiría evitar que desahuciaran a su madre por impago. "Piénsalo: no me voy al extranjero por miedo a perder mi trabajo en un McDonald's." "La incluimos para no caer en el dramatismo", dice López Trujillo. Amparo González-Ferrer, la socióloga cuya investigación citan en el prólogo, les confesó que "acabó aborreciendo el estudio porque en los medios se sobredimensionó": "No por la cifra, sino por poner la lupa sobre ese tema obviando todo lo demás". 

Eso no significa que los emigrados —que rara vez se identifican como "inmigrantes", aunque también lo sean— no sufran. Y lo hacen, explican, por "el sufrimiento ajeno": "En vez de sufrir por estar pasándolo mal en el país, que no es así, sufren por cómo lo estarán pasando los que se han quedado". Sufren, no la carencia económica, sino la carencia emocional, la nostalgia, la falta de pertenencia. Y la incertidumbre: "Sufren por no poder decirles a sus padres que van a volver". Las autoras discuten sobre si esto supone una herida en la propia trayectoria vital. López Trujillo defiende que "depende de cómo vaya la migración". Vasconcellos apunta que "los que no podían irse también tienen heridas". Y es la historia de la familia de esta última la que zanja el tema: sus abuelos maternos se fueron a Francia en los sesenta y allí nació su madre, que regresó a España a los 16. Cuando le contó a su abuela que se iba a Manchester, ella le respondió: "Hija, ¿por qué te vas otra vez? Como en casa, en ningún sitio". La herida estaba ahí. 

Está también en los familiares de los que parten. López Trujilo habla, conmovida, de la entrevista con Pili Romero, la madre que hablaba de enviarle una carta a Rajoy. En un bar de Alcalá de Henares, al lado de la estación, la mujer se echó a llorar relatando la inquietud que sentía por su hija y cuánto la echaba de menos. "Además, se sentía culpable por darle tanta importancia a que su hija esté fuera, por compadecerse…", recuerda la periodista. El libro recoge sus palabras en aquella cafetería: "Siento que la clase política le ha fallado a mi hija y a toda esta generación, pero yo como madre siento que también. A lo mejor he sido pesada, les decía: 'Que sí que tienes que estudiar...'. O a la hora de independizarse: 'Lo mejor es que te compres una vivienda porque tener un techo propio es lo mejor, un alquiler es tirar el dinero...'. Hoy en día no insistiría. Hoy ya no. Siento como que les he contado una mentira". 

¿Podrá vivir Pili esa vuelta que promete el título del libro? Las periodistas no tienen una respuesta. Las trayectorias de algunos les alejan de España, las de otros parecen terminar en un billete de regreso. "Dentro de diez años haremos un Volvimos", lanza Vasconcellos, "¿Cuántos de ellos lo hicieron? ¿Cuántos no? ¿Y en qué condiciones?". 

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Volveremos se presenta en Madrid el próximo sábado, 3 de diciembre, a las doce y media de la mañana, en la librería Tipos Infames (San Joaquín, 3), con la presencia de las autoras y del poeta y periodista Antonio Lucas. Tipos Infames

 

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