Literatura

Amor, gloria y autoridad: la memoria de Roberto Bolaño

El escritor chileno Roberto Bolaño.

Lise Wajeman (Mediapart)

2666, la obra póstuma de Roberto Bolaño, se abre con una investigación en torno a un misterioso escritor alemán, Benno von Archimboldi. Su apellido anuncia el programa. Como los retratos de Arcimboldo, es el producto de un ensamblaje de referencias, de historias, de acontecimientos que dibujan un rostro por turnos serio, emotivo, terrorífico, grotesco: el rostro de un hombre, el personaje de un autor, necesariamente múltiple e inaprensible. Numerosos relatos de Bolaño ponen en escena a escritores reales o inventados; él mismo aparece regularmente bajo la forma de distintos avatares en sus propios textos, e incluso en una novela ajena: es uno de los protagonistas de Soldados de Salamina, de Javier Cercas. Con ocasión de una entrevista concedida a Philippe Lançon, Bolaño advertía: “No debería convertirme en un personaje”. Debía de saber que esa era la suerte habitual de un escritor.

Bolaño se ha convertido en asunto de una disputa en estas últimas semanas. El escritor chileno vivía en Barcelona, donde murió prematuramente en 2003, dejando tras de sí algunos textos en forma de manuscritos y una reputación que no ha dejado de crecer. Las hostilidades se abrieron este otoño, con el anuncio de la publicación de un nuevo texto póstumo, El espíritu de la ciencia-ficción, que ha aparecido el 3 de noviembre en Alfaguara. La viuda de Bolaño, Carolina López, ha decidido abandonar el sello histórico de los textos de su marido, Anagrama, para publicar este inédito.

Ha sido vigorosamente cuestionada por algunas personas cercanas al difunto escritor, que le han reprochado traicionar su memoria; sospechan que Carolina López ha querido, de hecho, alejar a los testigos y borrar todas las huellas de la relación que mantuvo Bolaño con otra mujer en sus últimos años. A esos ataques, la viuda respondió con una rueda de prensa en la que acusaba a su vez a los editores históricos de Bolaño de haber mostrado negligencia con las obras póstumas de su marido, y de haber modificado contratos sin advertírselo.

Estos reproches han suscitado, ellos mismos, respuestas, de forma que se asiste en estos días a la exposición de lo íntimo que tanto gusta a nuestra sociedad del espectáculo: la hermana del escritor vuelve sobre las malas relaciones de la viuda con su nuera, etc. Estos asuntillos no tienen gran interés: que ocupen a la prensa española y chilena da testimonio, simplemente, del hecho de que Bolaño es ya una estrella del firmamento literario. De ahí la intensidad de los desgarros entre unos y otros, estando cada uno ocupado de testimoniar su fidelidad con respecto a un fenómeno que ha tomado magnitud mundial.

Los asuntos literarios parecen, entonces, menores. Algunos ponen en cuestión la calidad de las obras que se preparan para ser publicadas.

El espíritu de la ciencia-ficción

cuenta la historia de dos jóvenes poetas que vagan por el México de los años setenta, obsesionados por la poesía y la ciencia-ficción. El texto podría ser un fragmento de Los detectives salvajes (Anagrama, 2006), pero no tendría el ritmo, el estilo de esa obra de arte; más habría valido respetar la voluntad del autor, que claramente no había juzgado bueno hacerlo publicar en vida. Sobre estas cuestiones, parece sin embargo difícil decidirse. Max Brod se ganó la gratitud eterna de los lectores de Kafka al traicionarlo: albacea del escritor, no respetó sus últimas voluntades, salvando así de las destrucción El proceso, El castillo y América. La fidelidad póstuma conoce a veces extraños rodeos. En cuanto a la cuestión de la calidad de un texto, no puede sino suscitar debates infinitos, y es necesariamente irresoluble. Pero la polémica no es solo el síntoma de la gloria póstuma del escritor. Es también un efecto de la recomposición económica que se obra en el mundo editorial. Y alimenta, a su vez, una reflexión sobre el estatus del autor.

Elementos de la nueva economía editorial

Para comprenderlo, hay que resituar la transferencia de derechos de la obra de Bolaño en el marco del mercado mundial del libro. La nueva editorial, Alfaguara, ha sido elegida porque estaría mejor implantada en Sudamérica, según explica Carolina López. Alfaguara pertenece desde 2013 al grupo Penguin Random House, él mismo objeto de una fusión culminada este año entre el inglés Penguin Group y el estadounidense Random House. El grupo ocupa una posición decisiva sobre el mercado norteamericano y sudamericano, y, más ampliamente, en el mundo anglófono e hispanófono. Este coloso, cuya creación tenía como objetivo rivalizar con el imperio Amazon, controlaría hoy un cuarto de la edición mundial. El sello español que editaba a Bolaño en vida, Anagrama, fue vendido al grupo italiano Feltrinelli en 2010, pero su potencia de fuego no es comparable.

Este cambio, denunciado como una traición por algunas de las personas cercanas al escritor, es el efecto de una estrategia agresiva que lleva un nombre mundialmente conocido en el medio editorial: el de Andrew Wylie. La Wylie Agency representa a más de 700 autores, entre ellos Philip Roth, Salman Rushdie o Nicolas Sarkozy (!). Su fundador es apodado el Chacalel Chacal desde que convenció a Martin Amis de abandonar a su agente, una amiga de la familia, para irse con él, obteniendo el escritor un adelanto sustancial de su editor. Por entonces, Wylie había hecho ya estragos en la edición francesa: es el hombre detrás de la herencia Calvino, cuya historia presenta cierto parentesco con el caso Bolaño.

En 1990, Wylie renegocia los contratos del sello francés Le Seuil con los herederos de Italo Calvino: estimando la viuda del escritor que el editor no había respetado los deseos de su difunto marido, la familia reclama una revisión de las traducciones y obtiene del editor un mínimo anual garantizado muy alto. Ella promete, a cambio, varios inéditos, que resultaron siendo mucho menos numerosos de lo anunciado. Le Seuil denuncia entonces el contrato, y los derechohabientes aprovechan para pasarse a la editorial Gallimard, imponiendo en 2010 la retirada de la totalidad de los libros aún disponibles en Seuil: El barón rampante desaparece durante tres años de las librerías, el tiempo de que aparezca una nueva traducción [En el caso Bolaño, las librerías que tengan los títulos de Anagrama en depósito deberán devolverlos antes de enero.]. Es a ese mismo Andrew Wylie al que la viuda de Bolaño ha confiado la gestión de los derechos: aquí, una vez más, cuestiones editoriales legítimas se mezclan con apetitos financieros y ajustes de cuentas sentimentales.

Cuando pensaba poder hincar el diente a los derechos de Gabriel García Márquez, Wylie declaró que estaba “particularmente interesado en los derechos de autores fallecidos, en tanto que representan una verdadera autoridad”. La declaración tiene un claro aroma de cinismo, pero es de autoridad, justamente, de lo que se trata aquí: no la que el autor podría tener sobre sus libros, ya que está muerto; el reto es el lugar que le confiere esta muerte dentro del mercado editorial, y el poder que esta da a los que detentan sus derechos.

La literatura, un legado misterioso

Desde este punto de vista, la actitud de Carolina López puede evocar la de otras viudas célebres: María Kodama, viuda de Borges, construye la memoria de su difunto marido como ella la entiende, haciendo reeditar libros de los que el autor había renegado, intentando borrar las huellas de una antigua amante en sus poemas, o bloqueando durante largo tiempo la reedición de sus obras en la prestigiosa colección francesa La Pléiade. Carolina López, por su parte, se habría quejado ante distintos periódicos, exigiendo que hicieran desaparecer toda mención a la última compañera de Bolaño; habría igualmente intentado bloquear la reedición de una selección de entrevistas compuesta por el propio Bolaño.

Carolina López ilustra involuntariamente la tesis que Ricoeur había formulado en el título “La vida: un relato en busca de narrador” (Escritos y conferencias 1. En torno al psicoanálisis, Trotta, 2013). Una vida no toma forma más que en el relato que se hace de ella. Carolina López intenta asegurar ella sola este relato, convertirse en la autora exclusiva de la vida de su marido. Procediendo de esta forma, piensa sin duda en protegerle, pero traiciona al escritor. Porque lo que hace al autor son sus libros, el escritor no es otra cosa que el producto de sus textos. Toda tentativa de tomar el control de su historia, de hacerse el autor del autor, está condenada al fracaso. Esta es la razón por la que la actitud de Carolina López provoca consternación, igual que el caso Elena Ferrante suscitó el escándalo: pretender imponer la verdad de una vida de escritor no puede ser más que violento y absurdo, sobre todo cuando está vivo o apenas muerto.

“Vaya legado más misterioso, ¿no cree usted?”. Es una de las últimas líneas de 2666. Según Bolaño, el hombre puede elegir entre dos vías: la del asesino nihilista (“Dios ha muerto, puedo hacerlo todo”) y la del detective, “camino humilde”, que “consiste en buscar huellas, indicios”. El autor y sus textos pertenecen a la humilde comunidad de lectores, que sabe que el misterio de su herencia es irreductible, pero que es una buena razón para seguir buscando indicios.  

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Traducción: Clara Morales

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