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Extrema derecha

Everything is 'alt-right'

Donald Trump durante su toma de posesión como nuevo presidente de EEUU.

Está hecho, Donald Trump ya es presidente de los Estados Unidos y el mundo no sabe si reír o llorar…

Mientras, en el microcosmos libresco estadounidense, la relevancia editorial sobrevenida de los textos y las figuras de la llamada alt-right (conocida, de manera menos pop, como "corriente supremacista"),  relacionadas de alguna manera con la consagración política del empresario, ha desencadenado una enorme polémica.

"La victoria de Trump está, sin duda, relacionada con una tolerancia creciente frente a un comportamiento antes castigado", me dice Dennis Johnson, cofundador y editor de Melville House & Melville House UK.

Asegura Johnson que desde al menos los años 90 ha habido un bloque de editoriales "significativo de derechas", aunque su relevancia ha tenido más que ver con otro fenómeno: el crecimiento de the Big Five, las cinco grandes, a saber, Simon & Schuster, Penguin Random House, HarperCollins, Hachette y Macmillan. "Conforme han crecido más y más, han tratado de apoderarse de ese negocio de las pequeñas editoriales y ampliarlo. No creo —añade— que esos libros estén escritos mejor que otros libros, en realidad, en su mayor parte son apenas legibles, sólo están consiguiendo una distribución más amplia, y por lo tanto mayores ventas, lo cual implica que se les presta mayor atención".

Es la lógica del mercado, confirma Valerie Miles, editora, escritora, y cofundadora de la revista Granta, estadounidense residente en España. "En su mayoría, los libros lo escriben otros, no la persona que lo firma. Luego los compran los consumidores –no hay confundirles con lectores– en masa para apoyar al mensaje del libro, como quien compra un imán para la puerta del refrigerador, o un ladrillo para mantener una puerta abierta cuando hay viento. Y así estos libros llegan a listas de los más vendidos", asegura.

Es decir: se benefician del apoyo de una base militante: un libro es un voto, y legitima un discurso. "Es como cooking the books, como decimos en inglés... amañar, maquillar la verdad. O también como circling the wagons. Es efectivo en el lenguaje del mercado y éste es su lenguaje principal. Los de las izquierdas aún tenemos que aprender a usar el mercado en nuestro favor. Porque es la realidad y es efectivo".

La alt-rightalt-right

A estas alturas, el sintagma alt-right, acuñado por Richard B. Spencer (al que Glenn Beckm, Presidente de The National Policy, define como "El Karl Marx de la Alt Right") se ha convertido en un lugar común, recurrente en muchos de los análisis que leemos sobre lo ocurrido en Estados Unidos.

Por decirlo de manera contundente, y en palabras de Ross Devlin, con esa fórmula "irónicamente PC" (políticamente correcta) se define a los "fetichistas nazis que quieren un espacio seguro para los supremacistas blancos cristianos".

En su libro La Fachosphère (2016), los periodistas David Doucet y Dominique Albertini aseguran que esta doctrina se basa en la idea de que "las culturas deben preservar su esencia étnica y cultural, entendida como un valor en sí misma". Entre sus referentes, personajes como el ruso Alexander Dugin, el italiano Julius Evola o el fundador de la Nouvelle Droite francesa Alain de Benoist… pero también la novela El club de la lucha, de Chuck Palahniuk. Fue Sam Jordison quien señaló que en el capítulo 17 de esa obra su protagonista, Tyler Durden, utiliza la expresión beautiful and unique snowflake (bonito y único copo de nieve), que reciclado (precious snowflake) se ha convertido en el desdeñoso insulto que los derechistas lanzan contra los flojos de izquierdas.

Toda esta fachosfera tenía una presencia notable en las librerías estadounidenses, y nadie parecía excesivamente molesto. Lo cual no significa que sus detractores lo aceptaran con resignación: simplemente, se aceptaba como algo inevitable.

Además, vendían mucho. Como escribió Colin Robinson, su éxito tenía que ver con el hecho de que mientras los lectores de izquierdas buscan inspiración en un grupo amplio y variopinto de autores, "los conservadores tienden a centrarse en algunos grandes nombres. Los ejecutivos de negocios de libros no pueden decir no a las vacas de efectivo que crían estas razas, sin importarles si ofenden las sensibilidades mas delicadas".

Hablamos de panfletos y ensayos, pero no sólo, porque las voces conservadoras no se circunscriben a los libros de ensayo o no ficción. Como dice el escritor Val McDermid, los thrillers son terreno de juego amigo para los conservadores: Stephen Coonts, el fallecido Vince Flynn o Brad Thor, grandes vendedores, son una muestra de ello.

En definitiva, que nadie parecía muy escandalizado, business is business y la libertad de expresión es sagrada, hasta que Treshold, un sello del gigante Simon&Shuster (S&S), firmó un contrato millonario para publicar Dangerous, la autobiografía del británico de nacimiento, neonazi de convicción y troll de profesión Milo Yiannopoulos.

Es Yiannopoulos un treintañero que dice que "detrás de cada chiste racista hay un hecho científico"; que llama Daddy a Trump, a quien apoyó con una performance en el curso de la cual se bañó en sangre de cerdo para conmemorar a las víctimas del terrorismo islámico y condenar los crímenes cometidos por inmigrantes; que fue expulsado de Twitter por emprenderla contra la actriz de Los Cazafantasmas Leslie Jones simplemente por el color de su piel; que compara el feminismo con un cáncer… Y que se ha convertido en la gota que colma el vaso. Tras el anuncio del trato, la Chicago Review of Books juró no reseñar ningún libro de la editorial; y The Booksmith, librería indie perteneciente a S&S, decidió no vender su libro. Y de nada ha servido que la casa madre emitiera un comunicado distanciándose se los libros que publica: "Las opiniones expresadas en ellos pertenecen a nuestros autores y no reflejan ni un punto de vista corporativo ni las opiniones de nuestros empleados".

Pero algo ha cambiado, quizá porque ya nada es lo mismo. Como dice Ben Mathis-Lilley, editor de Slate, "Yiannopoulos y la alt-right tienen un objetivo más grande que hacer bromas racistas: están a punto de reintroducir la idea del siglo XIX de superioridad racial blanca".

Libertad de expresión

Incluso ahora, frente a quienes defienden el boicot, se alzan quienes lo critican por inútil, o por inconstitucional.

"No hay leyes contra el discurso de odio en los Estados Unidos —nos recuerda Dennis Johnson—. La única ley en los Estados Unidos con respecto al discurso es la Primera Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos, que impide que el gobierno inhiba el discurso de los ciudadanos. Por lo tanto, por definición, no es posible que un ciudadano sea acusado de abreviar la 'libertad de expresión'. La ley sólo tiene por objeto proteger a los ciudadanos del gobierno".

Siempre cabe la posibilidad de no publicarlo, como el propio Johnson asegura, negarse a publicar basura no es censura, si no te gusta algo, no hay ley que obligue a gastarte el dinero en publicarlo. En cualquier caso, "estamos en un territorio desconocido. ¡Nadie nunca imaginó un presidente que iría a Twitter a intimidar a los ciudadanos para decir lo que piensa!"

En ocasiones veo personajes

En ocasiones veo personajes

Menos aún hubiéramos imaginado que habría quien le jalearía. "Los seguidores de Trump no son lectores, son consumidores —sostiene Valerie Miles—. Entienden el poder, actúan como fans, no como ciudadanos que votan y lectores que subrayan frases. De hecho, ya la gran mayoría de americanos quieren que deje las idioteces de Twitter, ¡imagínate leer un libro entero de los tuits de Donald Trump! Actúan como fans de un hombre célebre, no cerebral. Entienden el poder del dinero, pero no el poder de las palabras. Y eso es su talón de Aquiles. Y de Trump también a la larga lo será".

Lo cual no le impide recordar que el negocio siempre ha seguido al dinero. "No hay nada nuevo bajo el sol. Y en muchas ocasiones lo sigue por senderos vergonzosos que luego resultan también económicamente desastrosos. Pero en el corto plazo, que es la medida del dinero, tiene  efecto. Aunque hay contragolpes de gente razonable que no permite que quick money [dinero rápido] dicte lo que debe ser aceptable en la sociedad".

En esa batalla estamos.

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