Ciencia y género

“Todavía hay científicos a los que les cuesta reconocer que hay teorías sexistas”

Investigadores en un laboratorio.

La ciencia no es neutra, ni aséptica, ni se encuentra, mucho menos, alejada del contexto sociocultural de la persona que investiga. Sobre esta idea han trabajado dos especialistas en género y ciencia, S. García Dauder y Eulalia Pérez Sedeño, para escribir Las ‘mentiras’ científicas sobre las mujeres (Catarata). Un ensayo que acaba de llegar a las librerías, coincidiendo con la publicación de novelas como El universo de cristal (Capitán Swing), sobre las mujeres astrónomas de Harvard; el estreno de la película Figuras ocultas, basada en la vida de las primeras matemáticas afroamericanas de la NASA;  o la celebración, el pasado 11 de febrero, del día internacional de la mujer y la niña en la ciencia. Obras, todas ellas, que ponen de manifiesto la faceta política de un campo de conocimiento que, amparado en el hecho empírico y una supuesta objetividad, se ha negado a ver el sesgo ideológico de muchas de sus teorías.

En este divulgativo y sólido trabajo de más de tres años, García Dauder y Pérez Sedeño han denunciado el sexismo en disciplinas como la medicina, la biología, la psicología o la historia de la ciencia. El estudio abarca desde el siglo XIX, con las tesis de los darwinistas sociales que hablaban de la mujer como un ser humano menos evolucionado que el varón; hasta la actualidad, con las polémicas derivadas de la vacuna del virus del papiloma humano o el interés económico que subyace en la comercialización de la llamada viagra rosa. No obstante, este ensayo va más allá de las críticas habituales acerca del olvido de científicas relevantes o el efecto John-Jennifer (la preferencia de un varón a una mujer con los mismos méritos), para poner sobre la mesa el peligro que conlleva la ausencia de mujeres en muchos ensayos clínicos o la falta de estudios en enfermedades, como las cardiopatías, que afectan de manera desigual a hombres y mujeres. Sobran los ejemplos: un estudio realizado en 1982 sobre el efecto que tenía la aspirina en las enfermedades cardiovasculares se efectuó en más de 22.000 hombres y en ninguna mujer; el Valium nunca se contrastó en mujeres; las reacciones adversas a medicamentos se multiplican por dos en el caso de pacientes femeninas.

 

Portada del libro.

“La idea de que la ciencia es objetiva y valorativamente neutra está muy enraizada en los propios científicos y científicas”, comienza a explicar Pérez Sedeño para justificar una tardía denuncia del sesgo en la ciencia. “Desde la obra de Thomas Kuhn La estructura de las revoluciones científicas (1962) ha habido muchas críticas a estos aspectos. Aunque es cierto que todavía hay científicos y científicas que, cuando dices que existen teorías sexistas, les cuesta reconocerlo”. Antes de Khun, las pioneras en denunciar el androcentrismo de muchas tesis fueron las psicólogas feministas de principios del siglo pasado. Fue una de las consecuencias del acceso de las mujeres a las universidades, las cuáles, en muchos casos, dedicaron su tiempo y esfuerzo a desmontar los mitos científicos que se habían construido durante siglos en torno a ellas.

Entre esas teorías se encontraba la que había mantenido a las mujeres alejadas de las instituciones académicas y que defendía que el estudio disminuía la capacidad reproductiva de las mujeres –según esta tesis, la actividad educativa hacía que el cerebro creciese y, en consecuencia, los ovarios menguaban—. No obstante, y pese a que ha transcurrido más de un siglo desde aquellas primeras reivindicaciones, no han cesado las manifestaciones machistas de prestigiosos científicos sobre una incapacidad natural de las mujeres para la ciencia. Por ejemplo, en 2001, y supuestamente de manera irónica, el Nobel de Medicina y Fisiología Tim Hunt abogó por los laboratorios segregados por sexo, ya que “las mujeres se enamoran de ti, tú de ellas y, cuando las críticas, lloran”.

Anticonceptivos sólo para ellas

Así las cosas, García Dauder, docente de Psicología Social en la URJC, y Pérez Sedeño, profesora de Investigación en Ciencia, Tecnología y Género del CSIC, han querido abordar diferentes facetas donde la “mala ciencia” es evidente. Es el caso de la prevalencia del estudio del aparato reproductivo de las mujeres sobre otras patologías que afectan a la fisiología femenina de una forma específica. “Hasta hace bien poco no se detectaban muchos infartos de miocardio en las mujeres porque, en la mayoría de los casos, se presentan de manera diferente. Si vemos en una película a un hombre echándose la mano al pecho y al brazo ya se sabe que le está dando un infarto. Pero en el caso de una mujer con náuseas y dolor en el estómago, se pensaba en cualquier otra cosa. Ahora esto ha cambiado, pero muy recientemente”, cuenta Pérez Sedeño.

Sin embargo, esa centralidad en la investigación del ciclo reproductivo se ha realizado desde un determinado punto de vista, principalmente, con una finalidad anticonceptiva (cuya carga farmacológica recae mayormente en las mujeres). “Hay mucho desconocimiento, pero también determinadas líneas de investigación por intereses fundamentalmente económicos”, completa García Dauder. Así, la endometriosis (la formación de tejido endometrial fuera del útero) o la dismenorrea (el dolor agudo antes y durante la menstruación) apenas se investiga o, directamente, se medican con la píldora. “Siempre se han desvalorizado no sólo las enfermedades de las mujeres, sino también el dolor. Esto ha sido muy claro con la fibromialgia”, puntualiza esta experta.

La ciencia que viene del activismo

Además de las teorías falsas, la ciencia también demuestra su sesgo ideológico en el desconocimiento de cuestiones como la eyaculación femenina, las necesidades de las mujeres con menopausia (que normalmente no tienen más alternativa que la terapia hormonal sustitutiva) o las mujeres lesbianas con VIH, que carecen de investigaciones que aborden tanto el punto de vista epidemiológico como el preventivo y de medicación. De hecho, debido a la también escasa presencia de mujeres en los ensayos clínicos de antirretrovirales, hay aspectos del desarrollo del sida en pacientes femeninos que no se habían descubierto hasta estudios muy recientes.

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Respecto a la eyaculación femenina, la revolución partió de Estados Unidos y de las mujeres que integraban el Movimiento de Salud de las Mujeres. Este grupo de concienciación recuperó, a principios de los setenta, la importancia del clítoris en las relaciones sexuales a partir de manuales médicos y de la exploración de sus propios genitales. Hasta entonces, el énfasis, por la finalidad reproductiva de todo lo que tuviese que ver con el cuerpo femenino, se ponía en los órganos internos.

Por ello, tanto Pérez Sedeña como García Dauder subrayan la importancia de los activismos para liberar a la ciencia de ciertos conocimientos androcéntricos, homófobos (la consideración de la homosexualidad como una enfermedad mental se mantuvo en los manuales hasta los años setenta) o racistas. Además de la democratización de la comunidad científica y los equipos de investigación. “La ciencia”, concluye García Dauder, “ha ido mejorando cuando determinados grupos que tradicionalmente han estado excluidos del ámbito académico y científico empiezan a experimentar y a identificar campos de ignorancia”.

 

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