Literatura

Slowhand es un artista, pero no (siempre) el que crees

George R.R. Martin, autor de la serie literaria 'Canción de hielo y fuego'.

En el año 2009, Álvaro Colomer publicó Los bosques de Upsala, de la que Fernando Aramburu dijo que era "un texto soberbio", y que para el autodenominado Lector Mal-herido es simplemente "magistral".

No era su primera novela, pero algunos pudieron llegar a creer que era la última, visto que pasaban los años y nada nuevo salía con su nombre en la portada. Hasta que hace poco más de un mes arribó Aunque caminen por el valle de la muerte.

"Soy un escritor lento por inseguridad –me dice Colomer–. En este sentido, podría decirse que soy un escritor flauberiano, es decir, que pongo una coma por la mañana y la quito por la tarde. Eso me convierte, lógicamente, en un escritor lentísimo. Durante muchos años, he vivido esta lentitud como una condena, pero ahora estoy francamente cómodo con ella. Sobre todo porque veo a otros escritores que publican un libro cada dos años y que, en muchos casos, no valen absolutamente nada. Creo que la lentitud es una virtud y que la inseguridad es la mayor ventaja de un escritor. Ser inseguro te hace revisar, revisar y revisar, y tanta revisión acaba siempre generando un buen texto. Desde mi punto de vista, un escritor que se convence a sí mismo de que escribe como los ángeles, es un escritor muerto. Prefiero pensar que soy un patán absoluto y pasarme años y años machacando un texto".

Desde luego, es tentador pensar que la lentitud deparará mejores textos. Pero, por otra parte, "¿qué es la lentitud? –me y se pregunta Juan Tallón–. Hay muchas lentitudes. Cada escritor tiene la suya propia. Yo por ejemplo la ejerzo a través de la aceleración: escribo rápido, borro y vuelvo a escribir aceleradamente, y a borrar, y a escribir. ​Al final soy el escritor más lento porque aunque voy muy rápido, doy vueltas y vueltas siempre a lo mismo".

Las tortugas son legión

Hace unos años, el Washington Post constató la existencia de una inquietud de proporciones planetarias en torno a la obra de George R.R. Martin. En concreto, los telespectadores a la par que lectores o viceversa parecían dudar de que el fuera lo suficientemente rápido como para alimentar con su serie literaria Canción de hielo y fuego la serie televisiva Juego de tronos. Incluso ponían en tela de juicio que pudiera terminar su saga en el tiempo que le quedaba de vida…

Martin tiene fama de ser parsimonioso. Pero, una vez más, la teoría de la fama y los que cardan la lana quedó demostrada: el citado y muy sesudo diario, tras un análisis exhaustivo, llegó a la conclusión de que su ritmo era superior al de autores de sagas como C.S. Lewis (Las crónicas de Narnia) o J.K. Rowling (Harry Potter). Y lo certificó con ayuda de un gráfico:

 

En realidad, asegura Colomer, casi todos los grandes escritores han sido lentos, la superproducción literaria es cosa reciente, "fruto de la capacidad para olvidar de la sociedad contemporánea y de la necesidad de exprimir el éxito individual por parte de las editoriales. Cada artista puede, y debe, tomarse el tiempo que considere necesario".

En apoyo de su tesis, cita a Víctor Hugo, que estuvo 12 años escribiendo Los Miserables; a J.R.R.Tolkien, que necesitó 16 para El señor de los anillos, a Salinger, al que le hicieron falta 10 para El guardián entre el centeno; e incluso a Scott Fitzgerald, que empleó dos años y medio para una novela tan corta como El Gran Gatsby.

Tallón también tiene a su lento favorito: el egipcio Albert Cossery (1913-2008). "De la madre, analfabeta, aprendió a escribir con elegancia, y del padre, rentista, a leer el periódico despacio. Nunca tuvo prisa, ni afán. Escribía frase a frase, como si las esculpiese. No era uno de los que publicaban un libro al año. Por lo pronto dedicaba dos horas diarias a prepararse, ya que tampoco era de los que escribían en zapatillas y bata. Después de todos esos prolegómenos, eligiendo traje, pañuelo, lustrando los zapatos, peinando cada pelo, nunca redactaba más de dos frases a la semana. El resultado fue un libro cada diez años".

Cossery era, colegimos, más lento incluso que James Joyce, del que se cuenta que un día se cruzó con un amigo que se interesó por su jornada laboral.

—¿Has tenido un buen día de escritura?

—Sí –contestó Joyce, alegre–. He escrito tres frases.

Y más calmoso también que Virginia Woolf, que dedicó siete años a su primera novela, Fin de viaje. Se lo he leído decir a Louise Desalvo, autora de The Art of Slow Writing (El arte de escribir despacio), que también conoce el extraordinario caso de Jeffrey Eugenides.

Resumo: el autor de Las vírgenes suicidas (1993) nos hizo esperar hasta 2002 para leer Middlesex, y hasta 2011 para publicar La trama nupcial. Es decir, necesitaba intervalos de nueve años a pesar de que, según confesión propia, pasaba "la mayor parte de cada día escribiendo". Obviamente, durante la escritura de Middlesex la vida no se detuvo: su padre murió en un accidente de avión, nació su hija… y Eugenides pensó que la novela debería responder a estos cambios, por lo que se volvió a interesar por la historia de la familia y por el "nacimiento y desarrollo fetal", que adquirieron protagonismo en su trama.

Lento como la vida misma

"En la creación poética, como en todos los procesos de transformación natural, el tiempo es un factor que modifica a los demás –admitía Jaime Gil de Biedma–. Bueno o malo, por el mero hecho de haber sido escrito despacio, un libro lleva dentro de sí tiempo de la vida de su autor".

Eso era lo bueno de escribir lento. Pero, admitía, "ser escritor lento sin duda tiene sus inconvenientes, y no sólo porque contraría esa legítima impaciencia humana por dar remate a cualquier empresa antes que del todo olvidemos el afán y las ilusiones que en ella pusimos, sino también porque imposibilita, o al menos dificulta, la composición de cierto género de obras, de aquellas concebidas en torno a una primera intuición a la que el escritor tozudamente supedita el mundo de sus solicitudes diarias: semejante sacrificio resulta soportable por una temporada más o menos larga, pero habitualmente más corta que la que a nosotros, los escritores lentos, nos toma el escribir un número de versos suficiente".

Tampoco se acelera su amigo Juan Marsé, quien dijo de sí mismo en tercera persona: "Es el espécimen más vocacionalmente gandul que conozco".

El recordatorio se lo debo a Emili Bayo (El escritor gandul: los relatos de Juan Marsé), quien considera que en ambos casos, "la lentitud o pereza adoptan valor positivo, pues se convierten en verdaderos sistemas de control de calidad de las obras que a través de ellas se generan, permitiendo una elaboración pausada y reflexiva así como una selección rigurosa". No en vano, continúa Bayo, el crítico Rafael Conte tituló uno de sus artículos sobre Marsé "El rigor de la lentitud", que nada tiene que ver con la pereza y "no tanto con la parsimonia como con la necesidad interior de la que surgen sus libros y que al mismo tiempo los configura en sus propios fundamentos".

Cierto es que escribir no es lo que era. Trabajar con ordenadores y procesadores de texto permite a los autores juntar palabras más rápido que nunca, e Internet les brinda la oportunidad de publicar de manera instantánea, sin esperar a que un editor dé el plácet a tu texto. Consecuencia de lo cual es, sostiene el escritor Andrew Gallix, que lo que hoy pasa por narrativa publicable, "hace sólo unos años habría sido considerado si acaso como un borrador temprano". De ahí que su propuesta de crear un Slow Writing Movement (SWM) a imagen (literaria) del fenómeno Slow Food, lanzada medio en serio medio en broma, quizá merezca una nueva oportunidad.

Y luego están las necesidades del mercado editorial, que siempre han existido, pero que en los tiempos que corren se han convertido en una exigencia despótica. "He conocido a muchos escritores de éxito inmediato que se han pillado los dedos con las editoriales –dice Colomer–. Por ejemplo, cuando un escritor proviene del mundo de la televisión y tiene un momento estelar en su vida, las editoriales le presionan de un modo brutal para que entregue su siguiente novela. Eso es nefasto para un escritor. Porque, aunque la gente compre su libro independientemente de la calidad, la crítica lo machacará. Y perder el favor de la crítica, digan lo que digan, es lo peor que te puede pasar en tu carrera literaria. Entiendo los motivos por los que las editoriales presionan a los escritores tipo “estrella fugaz”, pero al mismo tiempo les recomendaría que, si se sienten realmente escritores, no aceptaran presiones. Ahora bien, si lo único que quieren es vender y si no tienen una pasión realmente exagerada —pero realmente exagerada— por la literatura, que escriban rápido, porque su momento pasará y no se habrán dado ni cuenta".

Por no hablar, y la idea es de Tallón, de la tontería que es creer que la literatura siempre tiene que ver con escribir.

Coda pictórica

La novela, para el que trabaja

La novela, para el que trabaja

Curiosamente, a la hora de explicarse, Colomer y Tallón recurren a un mismo ejemplo: Antonio López.

"Recuerdo el escándalo que se formó cuando se supo que llevaba 25 años pintando el cuadro de la Familia Real. No entendí ese escándalo", firma el primero. "Todos coinciden en que es un pintor lento, incluso lentísimo. Y lo es, qué hostias. Claro que lo es. Pero a la vez es un artista rapidísimo, pues su pintura a menudo consigue captar, cuando contemplas el cuadro ya acabado, un rayo de luz que, pongamos, entró en el encuadre en un lejano 1982. ¿Cómo se atrapa un rayo de luz concreto? Sólo se me ocurre decir que siendo más rápido que ese rayo de luz", escribió el segundo.

Y aquí lo anoto, sólo para que conste.

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