Historia

Los pantanos sobre los que se construyó el franquismo

Imagen de la inauguración de un nuevo pantano en el NO-DO en 1956.

¿Pero cómo? ¿Ciencia durante el franquismo? ¿Investigación bajo la dictadura? ¡Pero si eso no existe, no ocurrió! Esa es la contestación que ha recibido una vez y otra Lino Camprubí cuando desmenuza la temática de su libro Los ingenieros de Franco (Crítica), en el que investiga "las conexiones internas de la ideología nacionalcatólica con la industrialización y la investigación científica". Pese a la leyenda de una España negra —que, admite, tiene parte de verdad— a la que la ciencia llegaría solo con la modernidad democrática, el historiador señala "cómo los ingenieros llenaron de contenido la misión histórica redentora que el franquismo se había arrogado". 

Camprubí nombra, entre otras, la reconquista del territorio a través del Instituto Nacional de Colonización, con esos pueblos nacidos de la nada y que se apellidaron "del Caudillo". O la estrecha relación ya estudiada entre el Opus Dei y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), creado en 1939 y aun hoy centro de la innovación pública en España. O los 300 embalses que se construyeron entre 1940 y 1967 y que valieron a Franco el apodo de Paco el Rana. Pero también ramificaciones menos conocidas, como el fomento de la industria del hormigón pretensado, el cultivo de arroz en el Guadalquivir o el peso del mercado del fosfato en el conflicto del Sáhara Occidental. "La pregunta no puede seguir siendo si hubo o no ciencia en el franquismo, sino qué tipo de investigación se practicaba", defiende este investigador del Instituto Max Planck de Historia de la Ciencia, en Berlín. 

Lo explica el mismo dictador en un discurso pronunciado durante la inauguración de uno de tantos pantanos construidos en el Ebro. "Nos dolía España por su sequedad, por su miseria, por las necesidades de nuestros pueblos y de nuestras aldeas, y todo ese dolor de España se redime con estas grandes obras hidráulicas nacionales, con este pantano del Ebro y con los demás que en todas las cuencas de nuestros ríos van creándose, embelleciendo su paisaje y creando ese oro líquido que es la base de nuestra independencia". Estamos en 1952, y Franco llevaba a cabo lo que el historiador define como una estrategia para "dotar de contenido al régimen en lo que se refiere al manejo del territorio, de las ciudades, de los recursos, de las personas". 

 

Los ingenieros de Franco repasa algunos de los conceptos que sí se relacionan habitualmente con la ciencia del franquismo. Por ejemplo, el "concepto cristiano de la autarquía" —el epíteto es del ministro de Obras Públicas entre 1938 y 1945, Alfonso Peña Boeuf—, basado según el historiador en el "control autoritario de las masas" y la "confianza en la ciencia y tecnología". Pero también el complejo faraónico del dictador, plasmado en su inversión a bombo y platillo en grandes infraestructuras. "Lo que justificaba el mandato de Franco", explica Camprubí, "era la 'redención de España' mediante la industrialización y las obras financiadas por el Estado". Ahí tuvieron un gran peso de los tecnócratas del Opus Dei, a los que insiste en despojar de una supuesta neutralidad apoyada en la ciencia. Sí, los ministros franquistas decían basarse en "criterios técnicos", pero el autor se pregunta: "¿Existen criterios técnicos iguales para todo tiempo y lugar?". 

El autor decide centrarse, como bien aclara su título, en la figura de sus ingenieros, por su "importancia central" en la política española de los siglos XIX y XX, pero también por su intervención directa en el territorio y su supeditación directa al Estado. Pero no solo les toca a ellos: José Antonio Valverde, zoólogo y fundador del Parque de Doñana, aseguraba que "entre las ventajas de una dictadura figura la de que para lograr algo no tiene Vd. que convencer a medio Parlamento, sino sólo a Tirant lo Blanc". Un gran número de científicos vio en el régimen una ocasión para desarrollar sus proyectos. A esto ayudaba, sin duda, la marcha al exilio de posibles competidores. El médico Pedro Laín Entralgo, que se quejó muerto el dictador del nepotismo universitario en los años cuarenta, había defendido entonces que "el otro medio que hay que conquistar es el docente" con "una vigilancia estrecha en la concesión de becas y pensiones", las "oposiciones a cátedras" y las "residencias y colegios mayores".

Stefan Zweig, el hombre sin futuro

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Porque Camprubí no denuncia una batalla de Franco contra la ciencia, sino una connivencia entre esta y el franquismo. Como muestra obvia señala el borrador del escudo del CSIC, creado entre 1940 y 1943. En él se ve el lema tradicionalista "Una, grande y libre", el yugo y las flechas falangistas y el águila de San Juan. Entre ellos, el árbol de la ciencia, cuyas ramas salen de la Teología. Con las instalaciones del Consejo se quiso construir una "ciudad de Dios", que incluía por supuesto una iglesia. Como iglesias eran las construcciones en torno a las que se reunían, en nombre del "espíritu cristiano", los pueblos de la colonización del Plan Badajoz que creó asentamientos como Gévora del Caudillo. 

Pero también relata la manipulación genética llevada a cabo en la Estación Arrocera de Sueca (EAS), que buscaba desesperadamente la semilla definitiva para cumplir con los planes autárquicos del régimen. Cuando, durante la Guerra Civil, los principales cultivos de este alimento quedaron en zona republicana, Queipo de Llano encargó la conversión de las marismas del Guadalquivir en un arrozal. Tras años de investigación científica con distintas variedades de semilla —Camprubí señala cómo tampoco son inocentes las inversiones en tal o cual proyecto—, en 1945 el ingeniero agrónomo Álvaro de Ansorena reclamaba triunfante que "la cosecha sevillana ha aumentado de los 5 millones de kilos recogidos en 1939 a los 12 millones en 1944". El historiador señala que "hoy el Guadalquivir sería irreconocible para un visitante de 1936". 

El arroz sevillano podría unirse con el relato de los fertilizantes del Sáhara y de la explotación de los acuíferos de Doñana —un conflicto abierto todavía hoy—, al igual que los pueblos de colonización y los pantanos podrían hablar del empleo de prisioneros de guerra para tales trabajos o de los éxitos de la industria del hormigón. Camprubí confiesa que los que relata son solo algunos de los muchos episodios de la ciencia franquista. E insiste: "La investigación era mucho más que una simple herramienta para el poder político, era constituyente de ese mismo poder". Frente a quienes defienden una ciencia pretendidamente neutral, el historiador señala a los pantanos. 

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