Literatura LGBT

Dadme un personaje y moveré el mundo

Acaba la semana del orgullo, se apaga la música, y aún retumban en nuestros oídos los argumentos que un año más se han dado para criticar o defender una celebración que se ha convertido en un símbolo de Madrid.

En este rincón de infoLibre se trata de libros, así que en un a modo de corolario, nos hemos propuesto seguir la reivindicación por otros medios. Con la ayuda de Josa Fructuoso, filósofa y escritora; Alberto Mira, profesor de estudios cinematográficos en la Oxford Brookes University; y Juan Vicente Aliaga,  profesor titular de teoría del arte en la Facultad de Bellas Artes (Universidad Politécnica de Valencia), queremos acercarnos a personajes  que pueden acompañarnos hasta el Orgullo que viene.

Personajes a los que, con frecuencia, se considera trasunto de sus autores, quizá porque, como señala Aliaga, "la práctica de la autobiografía abunda entre autores y autoras cuya sexualidad no encaja con las normas hegemónicas debido a una necesidad de volcarse en su yo para explicarse en un mundo que es, todavía hoy, adverso y violento".

Es, desde luego, algo que ocurre en todas las literaturas. "Si, como nos descubrió David Hume, incluso la imaginación remite a la experiencia y la experiencia es inevitablemente personal, toda obra original y todo personaje, incluso los que se pretendan ficción pura, tienen algo de su autor", acepta Fructuoso. Pero que quizá se percibe con más intensidad aquí porque, como apunta Mira, "la literatura queer a veces parece 'literatura remedial", si bien él no cree que lo sea más que la literatura hetero. "Por supuesto a mí me gusta la literatura autobiográfica, y el niño queer que crece en constante choque entre sus fantasías y las presiones externas son para mí centrales. Pero desde que estos temas de hacerse son menos acuciantes, también lo es la identificación. Por no decir que durante décadas los autores homosexuales se sentían más cómodos presentando sus experiencias a través de personajes femeninos".

Preguntado por sus personajes literarios LGBT favoritos, Alberto cita al pequeño Ramón Moix, el Terenci antes de Terenci que crece en las páginas de El peso de la paja. Admite que quizá no sea del todo apropiado incluirlo en esta lista, "pero en el orden de la literatura todo lo escrito es ficción, y dada la distancia entre Terenci y su alter ego infantil, éste último es, tiene que ser, una creación".

También Aliaga elige a un personaje autorreferencial, el protagonista de Coto vedado, de Juan Goytisolo, que "bucea en los demonios de su familia –los abusos sexuales de su propio abuelo– para dibujar el surgimiento de su deseo hacia hombres ajenos a las convenciones identitarias procedentes de la Zona Sotádica (de Tánger a Pakistán). Liberarse del pasado y del miedo, en este caso en tiempos del franquismo, es el propósito principal".

Compañeros de alma, compañeros

Hay personajes que acompañan cualquier experiencia lectora queer. Como Orlando, la extraordinaria criatura de Virginia Woolf, que atrapó a Juan Vicente con sus "continuos cambios y mudanzas que experimenta Orlando a lo largo del tiempo, cinco siglos desde el periodo isabelino al siglo XX. Transformaciones de sexo que se suceden y que le hacen pasar de hombre a mujer y viceversa, pero que no ocultan las constricciones de género que afectan sobremanera a las mujeres".

También a Josa Fructuoso, que lo menciona tras un viaje literario que le lleva a visitar a Stephen Gordon, la protagonista de El pozo de la soledad, de Radclyffe Hall, "un personaje negativo, atormentado y condenado al martirio por su propia naturaleza homosexual", porque la homosexualidad es concebida por la autora como una maldición impuesta por Dios, "lo que implica un determinismo que exime de responsabilidad al individuo y que es reivindicado por ciertos colectivos como derecho a la existencia en condiciones de igualdad"; a Nora Flood que, "en esa obra desconcertante que es El bosque de la noche de Djuna Barnes, va 'tratando de descubrir no ya a Robin sino la huella de Robin"; y a Olivia, trasunto de Dorothy Strachey en la novela del mismo nombre, "la primera protagonista lesbiana con la que me encontré en literatura".

Son personajes a los que podemos imaginar con total libertad, cosa que no ocurre con otros a los que hemos puesto la cara de sus encarnaciones cinematográficas.

La de Cate Blanchett en Carol, ese personaje que "sobrevivió a un doble camuflaje, al del título y al de la autora, Patricia Highsmith, que publicó la novela bajo pseudónimo –dice Fructuoso–. Carol es un personaje fuerte y casi podría decir que ejemplar ya que está dispuesta a pagar el precio que la sociedad le impone por lo que desea".

O la de Brad Davis, elegido por Fassbinder para encarnar al Querelle de Jean Genet, "uno de los pocos personajes canónicos realmente funciona como proyección homosexual –afirma Mira–. Uno lee Querelle de Brest y todo lo demás le parecen, eh, no sé, mariconadas".

Quizá por su condición de hombre de cine (y autor de Miradas insumisas, Gays y lesbianas en el cine) Alberto trae también a colación otros dos personajes que han saltado a la pantalla: Humbert Humbert (Lolita, de Vladimir Nabokov) y Molina (El beso de la mujer araña, de Manuel Puig).

Del primero dice que "ciertamente no es gay, pero sin duda es queer. Se me quedó la voz, el modo en que sus frases pasan del esnobismo a la vulgaridad, su relación de fascinación y repulsa por la cultura estadounidense y esta manera de primar la fantasía en su trayectoria vital". Del segundo asegura que le enseñó "a ser y hacerme a partir del cine. Molina muestra fascinación por tramas de películas clásicas, las que a mí me gustaban en aquellos años, y se inserta en ella, presta su voz a protagonistas femeninas, les toma prestadas sus peripecias y emociones".

Las aladas almas

Aliaga invoca a La loca del Frente (Tengo miedo torero, de Pedro Lembel), personaje carnavalesco y entrañable, descrito sin autocomplacencia. "Las locas de Lemebel son subversivas, se alejan de los estereotipos homófobos, y están además inmersas en experiencias políticas. ¿Por qué no emplear ese término –locas– en vez de rendirse siempre a lo anglosajón –queer–?".

Y Mira propone a Fred Lemish (Faggots, de Larry Kramer), un homosexual judío que recorre la mítica Fire Island (destino sexual de los neoyorquinos) en la era de frenesí que precedió la epidemia del sida. "Kramer se mostró compungido cuando decidió que la mirada orgiástica había agudizado las consecuencias de la plaga, pero la verdad es que para quienes nos encontrábamos perdidos en laberintos sexuales, el protagonista Fred Lemish era un buen punto de entrada: torpe, cauto, lírico, verborreico".

Por citar uno más, o mejor dicho, muchos más: los de Aveux non avenus, de Claude Cahun, obra vanguardista en la que la autora no incluye personajes definidos (masculinos, femeninos, neutros). "Se trata –explica Aliaga– de avanzar hacia el descubrimiento del yo y de buscar la ambigüedad de la diferencia sexual. Es un libro transgresor que se compone de diarios íntimos, de poemas y de una prosa ágil".

Tenemos que hablar de muchas cosas

En cierta ocasión, Michel Houellebecq afirmó que una novela jamás ha cambiado el curso de la historia, tesis que Leïla Slimani rebate: "Si las novelas no cambian el mundo, sí modifican sustancialmente la visión que se tiene de él".

Es Josa Fructuoso quien me cuenta la discrepancia, en la que toma partido por Slimani, "una novela, un personaje puede cambiar o alterar una manera de ver el mundo y puede borrar un prejuicio". Es su convicción que "un autor a través de sus personajes debe al menos intentar cambiar maneras de pensar excluyentes y eliminar prejuicios. Si no lo creyera así, los personajes de mis novelas serían heterosexuales".

Alberto Mira nos pide, eso sí, que no olvidemos que todo depende del contexto en que se presenta, y que en cualquier caso son procesos lentos y complejos. Vivimos, asegura, en un mundo en que convencer a nadie de nada una vez ha tomado partido es totalmente inútil, "pero es que realmente lo único que hace que el impacto de la literatura homosexual pueda ser distinta a la heterosexual son las actitudes de los lectores. Con una actitud abierta, el lector se encuentra siempre a sí mismo en sus libros. Hay literatura homosexual política y romántica, erótica y puritana, excesiva y contenida, preciosista y tosca, vanguardista y popular. Es cuestión de estar abierto a sus contenidos en lugar de resistirlos: por lo demás siempre son palabras, siempre son experiencias, siempre es vida. Para mí entender las vidas de los otros y verme luego en ellas es una de las cosas que hace de la literatura algo más que placer".

Desde luego, la literatura homosexual es literatura así etiquetada. Literatura, pues. Pero homosexual. Lo cual expulsa de sus páginas a muchos lectores cargados de prejuicios. "Al lector prejuiciado le diría que lo personal es político como supo ver el feminismo. Las micropolíticas son fundamentales para comprender el mundo y en ella cohabitan todo tipo de lenguajes y de expresiones, sutiles, poéticos, vehementes", dice Aliaga. Y añade: "No hay nada más heteronormativo que Camilo José Cela. ¿Por qué no hablar en su caso de una literatura que hace militancia del macho español?".

"Al lector prejuiciado le digo que literatura y militancia, entendida ésta última como compromiso ético, como 'hipermoral', no son términos antagónicos sino complementarios, sobre todo, cuando esa militancia está asumida como una opción en favor de la diversidad y de la libertad, condiciones que incluso creo imprescindibles y necesarias para la literatura", concluye Josa Fructuoso. La elección es nuestra.

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