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Cine

El 'caso Okja' hace temblar al cine

Secuencia de 'Okja', una película del director coreano Bong Joon-ho.

Emmanuel Burdeau (Mediapart)

Eran las cinco del miércoles 28 de junio cuando Netflix estrenó Okja en Internet. Okja es el nombre de un gigantesco cerdo transgénico, formato hipopótamo, cuya joven ama rechaza dejar conducir al matadero por una multinacional tan maléfica como para querer hacer del animal concebido en laboratorio la mascota de prácticas pretendidamente sanas. Okja es también el nombre de una polémica que hará historia. Inaugurada en Cannes hace más de un mes, esta se abre ahora como una llaga. 

En el papel del cerdo simpático pero manipulado, la película: pese a estar firmada por una gran figura, el coreano Bong Joon-ho, es exhibido en línea y no en la gran pantalla que sería su hábitat "natural". En el papel de matadero, Internet, supuesto cementerio de la cronología que, en Francia, asegura la permanencia del cine en salas imponiendo una demora antes de la salida en DVD, la emisión en televisión, etc. ¿Y en el papel de activistas ecologistas. no violentos y sin embargo dispuestos a todo para servir a una causa que estiman no solo justa, sino sagrada? Las salas. Su oposición a que la bestia sea visible en el cine, aunque sea en algunas sesiones excepcionales, es, de hecho, feroz. 

Antes de lanzar los tradicionales gritos de escándalo, habría habido que pensar un poco en esto. Menos en la película —agradable aunque algo inflada, ahora pesada y ahora graciosa— que en el sentido de su fábula. Lamentablemente, se habla de todo en el caso Okja, salvo de Okja. El asunto no sería, sin embargo, el mismo si esta no tratara de la manipulación y de las formas de resistir a ella, si no estuviera firmada por un autor nacido en el seno de una de las cinematografías más ricas del mundo, un coreano tránsfuga a Hollywood y cuya obra, aunque en camino hacia la timburtonización, es una de las pocas que se declaran hoy tan radicales como populares

Por otra parte, es verdad que el fenómeno presenta un carácter lo bastante inédito como para que un miedo se lleve por delante cualquier otra consideración: el de que el caso Okja siente precedente. Ninguna producción de la web de streaming estadounidense había sido, hasta ahora, seleccionada para la competición de Cannes. Dos lo fueron en la 70ª edición: Okja, pero también The Meyerowitz stories, de Noah Bumbauch. La agitación en torno a esta última ha sido mucho menor, sobre todo porque la fecha de su estreno online no está todavía fijada. 

La indignación de la Federación Nacional de Cines Franceses (FNCF) comenzó poco después del anuncio de la selección. El festival respondió catastróficamente mediante una nota de prensa con aires de gag o de metedura de pata, según. Que el lector lo juzgue: 

 

"El Festival de Cannes es consciente de la inquietud suscitada por la ausencia de estreno en salas de estas películas en Francia. El Festival de Cannes ha solicitado en vano a Netflix que acepte que estos dos filmes puedan encontrarse con los espectadores de las salas francesas y no solo con sus abonados. De hecho, el Festival lamenta que no se haya alcanzado ningún acuerdo.El Festival está feliz de acoger a un nuevo operador que ha decidido invertir en el cine, pero quiere insistir en su apoyo al mundo de la explotación tradicional de cine en Francia y en el mundo. Por ello, y después de consultar con sus administradores, el Festival de Cannes ha decidido adaptar su reglamento a esta situación hasta ahora inedita: a partir de ahora, toda película que desee entrar en competición en Cannes deberá comprometerse previamente a ser distribuida en las salas francesas. Esta nueva disposición se aplicará desde la edición de 2018 del Festival Internacional de Cine de Cannes."

Dos comentarios. Primero sobre el pretendido rechazo de Netflix de proyectar Okja en salas: la verdad es que son las salas las que no quieren. Las pocas proyecciones anunciadas han tenido que ser anuladas in extremis tras las presiones de la dirección de la FNCF. Solo han quedado aquellas previstas por el Méliès de Montreuil y por los dos festivales que organiza la revista So Film, en Nantes esta semana y en Bordeaux la próxima. 

Después, sobre la modificación del reglamento de Cannes. Se va, entonces, a pedir a las películas que quieran presentarse a competición que garanticen a priori una distribución en las salas francesas. La misión de un festival como Cannes es —lo habríamos jurado— mostrar las películas con el fin de que estas puedan suscitar el interés de una distribuidora. Las posibilidades de que esta medida reduzca de cualquier manera la potencia de un operador como Netflix son nulas. El efecto se notará en otros lugares, al final del espectro económico-estético. Son las producciones más frágiles las que van a verse disuadidas de competir. 

Inconsecuencias y consecuencias

Sé que soy ingenuo. Cannes es, ante todo, un festival de preestrenos que corre al rescate de las victorias ya anunciadas. Esto no es algo nuevo —ni, todavía menos, algo del año próximo—. Pero el uso es una cosa, y su inscripción en el reglamento es otra. Que revela, en el mejor de los casos, un error en el tiro. Para luchar contra el ascenso de un nuevo actor, ¿qué se decreta? Golpear a los débiles. ¡Como si la situación de la distribución no fuera suficientemente alarmante!

La confusión responde a un problema, en realidad, un poco más amplio. Cannes ve, desde hace diez añitos, que el "cine" no está ya reservado a la sala. Este año, el festival ha mostrado en una proyección especial, por ejemplo, algunos nuevos episodios de Twin PeaksTwin Peaks y de Top of the lake, la serie de Jane Campion. Muy bien. Hay que ir con los tiempos. Y nada dañaría más al festival que parecer rezagado. 

Sin embargo, cuando habría que reflexionar sobre la manera en la que Cannes debería sumarse o interrogar a las nuevas prácticas, cuando se trataría de plantearse cuestiones en términos de de programación y no solo de acontecimiento, de preguntarse si el glamour y la alfombra roja convienen aún a un arte cuya situación no es ya la de los años cincuenta... nadie lo hace. Motus. ¿Una polémica? ¿Dónde? ¿Y qué es una polémica? Estas palabras fueron la única contribución, tan corta como desenfadada, del delegado general, Thierry Frémaux, sobre el caso Okja

El presidente del jurado, Pedro Almodóvar, pudo también decir, durante la rueda de prensa de inauguración, que veía difícil premiar los filmes de Bong o de Baumbach, sin provocar ningún comentario de Frémaux o del presidente, Pierre Lescure. Una parte de la competición fue por tanto declarada inelegible —en pleno año de las presidenciales: ¡el colmo!— y nadie tuvo nada que decir. La inconsecuencia de Cannes, en esta historia, ha sido total. Pero apenas superior, en el fondo, de la que ha querido que nadie —que yo sepa— haya recordado que Cannes, como festival internacional, está determinado por asuntos más vastos que los de la distribución nacional. 

En cuando a las exhibidoras francesas, su desconfianza hacia Internet es tan testaruda que llamarla retrógrada sería un suave eufemismo. Se haría uno una idea echando un ojo a las páginas web de la mayoría de las salas: su fealdad es, en general, insalvable. Se puede recordar también el asunto similar, aunque menos ruidoso, que estalló este otoño. En ese momento, se trataba de difundir en Internet La muerte de Luis XIV. Igualmente proyectada en Cannes —fuera de competición—, la película de [el director catalán] Albert Serra con Jean-Pierre Léaud se enfrentaba a una difícil distribución. Se subrayó que el streaming estaría reservado solo a aquellas zonas en las que el filme no fuera proyectado. Se aseguró que el número de espectadores no sobrepasaría los centenares. Nada que hacer. El alzamiento en armas fue inmediato. Ni un solo espectador debería tener acceso a Luis XIV fuera de las salas, igual que ahora no debe subsistir ninguna proyección de Okja

La ceguera anti-Internet de las exhibidoras no les llevará a ninguna parte. Hablaba antes de mataderos. La metáfora no es de sentido único. Las películas que terminan su carrera en la sala, en lugar de comenzarla allí, son cada vez más numerosas. Algunas selecciones en festivales, algunos preestrenos exitosos, seguidos de un doloroso y breve final con una exhibición en dos o tres pantallas conseguidas tras muchos esfuerzos. ¿Quién sería tan inconsciente como para pretender que tales condiciones representan todavía un ideal?

Nuestros activistas ecologistas no son únicamente, por tanto, las exhibidoras convencidas de su buen hacer, hasta el punto de preferir claramente no ver la película de Bong Joon-ho. Son también aquellos convencidos de que es necesario inventar maneras alternativas de mostrar y difundir el cine. No tengamos miedo, entonces, de recurrir a una perogrullada: la explotación del futuro no puede inventarse más que en salas y en Internet al mismo tiempo

Asimismo, y para terminar, el problema no está solamente ligado a Internet como "lugar". Bong se felicitó de la libertad de creación que le había ofrecido Netflix. Desde este punto de vista, difícilmente se le puede reprochar la decisión de trabajar con la web americana. Pero si esta libertad es tan grande no es más que porque Netflix es indiferente al éxito comercial de sus producciones más prestigiosas. Esto vale tanto para Okja como para House of cards, por ejemplo: tanto la película como la serie funcionan ante todo como caladero de abonados. No habría que hablar únicamente de Internet o de las salas, sino de una posible modificación del estatus de las obras —cinematográficas, pero también televisivas— en el seno de la economía digital. 

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  Traducción: Clara Morales

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