Teatro

La "democracia comprada" de la 'Orestíada'

Ricardo Gómez y Roberto Álvarez en la 'Orestíada' de José Carlos Plaza con versión de Luis García Montero.

"No hace falta forzar mucho el texto para actualizarlo. Cada sociedad elabora los clásicos de acuerdo con su ideología, sus avances y sus problemas." El poeta Luis García Montero habla por teléfono, controlando los nervios, a pocas horas del estreno de la Orestíada en el Festival de Mérida este miércoles. Ha dedicado los últimos meses a la trilogía de Esquilo, la única que se conserva completa de todo el teatro griego, y habla con cautela. Es la primera vez que se enfrenta a los clásicos en escena, y lo hace inaugurando el certamen que los lleva cada verano desde hace 63 al teatro romano de la ciudad extremeña. La propuesta le venía del director José Carlos Plaza, habitual del espacio y cercano al poeta, que ha contado con actores como Ricardo Gómez, Amaia Salamanca, Ana Wagener y Roberto Álvarez

Si le hacemos caso, su versión del texto dice más sobre el mundo en que se representa que sobre aquel en que fue escrita. Sí, la Orestíada siempre hablará de los Atridas, una familia ilustre marcada por la muerte y la venganza. Siempre contará la muerte de Agamenón a manos de su esposa, Clitemnestra, rota por el sacrificio que este decidió hacer de su hija Ifigenia. Y la decisión de los hermanos Orestes y Electra de asesinar, a su vez, a Clitemnestra, tan madre de ambos como asesina del padre. Y del juicio a Orestes, representación de la justicia entre iguales pero también del orden establecido por los dioses. Pero, ¿a qué se le dará más peso? ¿Quién será el héroe? ¿De quién se prescindirá en la adaptación?

Los títulos de las tres partes elegidos por García Montero son reveladores: la primera parte mantiene el de "Agamenón"; la segunda parte cambia "Las coéforas" por "Orestes", para mayor claridad; y la tercera deja de ser "Las euménides" para llamarse "La democracia". "La Orestíada se ha visto como un paso de la venganza a la justicia", explica García Montero. El pueblo griego se eleva sobre la Ley del Talión para instaurar un tribunal de hombres que juzgan a sus iguales. Pero esta concepción tiene su trampa. "Para defender a Orestes, los dioses sobornan al coro", señala el poeta, "y le invitan a participar y a olvidarse de sus derechos en nombre del bienestar y del dinero". La conexión con la actualidad era sencilla: "En nuestro mundo eso tiene que ver con la renuncia de valores en nombre del mercado, y sobre una crisis democrática donde el poder engaña al pueblo y donde el poder es manipulado por corrientes que pueden ser muy calculadas".

La puesta a punto del texto tiene más que ver con el fondo que con la forma. "Tuvimos claro que no íbamos a tomar el camino fácil: eso de vestir a Agamenón de vaquero o ponerle una metralleta a Orestes no tenía mucho sentido", bromea García Montero. Lo que sí hizo para desbrozar el texto y pasar de las siete horas originales a dos, más soportables para el espectador que reposa sobre las duras gradas del anfiteatro, fue suprimir "lo coyuntural a la Grecia clásica": "Las alusiones culturalistas o mitológicas, las descripciones...". Quedaba solo "la esencia de la reflexión" y los ojos del espectador, que trasladan la obra a los parámetros éticos del siglo XXI. 

Cuando la Orestíada pasó por última vez en el Festival de Mérida, en 2007, la versión de la compañía Alquibla Teatro, dirigida por Antonio Saura, prescindía de la participación de los dioses "porque hoy la fuerza divina ha sido desterrada del universo". La de García Montero y Plaza los recupera como figuras que se esconden detrás de la justicia, ya que Atenea y Apolo interceden en favor de Orestes. "Es una democracia comprada", dice el autor, "que tiene mucho que ver con la prepotencia del lujo y del clientelismo". La obra de Esquilo nos hace reflexionar sobre "cómo todos protestamos mucho cuando se ponen en duda nuestros derechos como consumidores, pero al mismo tiempo estamos dispuestos a olvidar la solidaridad y los derechos de los demás". 

Es frecuente también en las adaptaciones escénicas contemporáneas prescindir del coro, un personaje que no forma parte de la tradición teatral más reciente y cuya función, explicativa, no suele ser necesaria para el público actual. No lo hace esta versión. No solo se mantiene el coro, sino que los actores que lo componen igualan en número a los que interpretan a los personajes principales. "Me preguntaron", recuerda el poeta, "si se trataba de llevar al teatro clásico el 15-M. Yo les comenté que desde luego el 15-M fue una necesidad, para denunciar un asunto de injusticia, y que estuve allí, pero que el 15-M no se inventó nada". El coro es aquí, como era en la Grecia clásica, un trasunto del pueblo. Un pueblo que tiene voz, incluso una voz furiosa, pero al que poderes superiores tratan de manera a su antojo. 

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¿Y qué hay del problema irresoluble que propone Esquilo? Clitemnestra venga la memoria de su hija, sacrificada despóticamente por su padre para calmar a los dioses. ¿Está Clitemnestra haciendo justicia o violando las leyes? "Sin duda, hoy un personaje como Clitemnestra es mucho más simpático que uno como Agamenón", apunta García Montero. Pero lo mismo podría preguntarse de Orestes: si el crimen de Clitemnestra parece justo, el de Orestes no lo sería; y si el de Orestes se considera necesario, ¿por qué no lo fue el de Clitemnestra?

El poeta se ha permitido un epílogo que no existe en la versión original y que viene a proponer una salida al dilema irresoluble propuesto por Esquilo. "Yo me he atrevido a proponer un diálogo entre el fantasma de Clitemnestra y Orestes. En la obra, el autor avisa ya de que cargamos con nuestros fantasmas", dice. De esta forma, la versión cambia "la venganza por los cuidados" y opone "valores humanos extremos frente a la extrema violencia". La presencia de Clitemnestra alivia la culpa del hijo, y "el amor de una madre abre un horizonte que acaba haciendo posible un futuro feliz en la plaza, a las puertas de palacio". En diez años, quizás, la Orestíada tome nuevos matices en el escenario de Mérida. 

 

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