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Entrevista a Secun de la Rosa

“El proceso independentista me ha dejado a mí y a mucha gente en tierra de nadie”

De la Rosa el pasado mes de febrero en la Berlinale.

En todo lo que firma Secun de la Rosa (Barcelona, 1969) están presentes sus orígenes: hijo de padres andaluces emigrados a Cataluña, creció en Els Nou Barris, aquel extrarradio de Barcelona que se plagó de familias obreras a finales de los setenta. "Mis padres son pescadores y mis abuelos también. El mundo artístico y cultural lo viví después, la ideología la tenía mamada de mis padres, pero no la conocía", cuenta. En sus obras no faltan referencias a la familia, al barrio, al trabajo, al éxodo –el de sus padres a Cataluña y el suyo a Madrid en los noventa- y a las esperanzas frustradas. Todo eso se encuentra en una de sus piezas más autobiográficas, El disco de cristalEl disco de cristal (basada en El zoo de cristal, de Tennesse Williams), y ahora también en Los años rápidos, montaje escrito y dirigido por De la Rosa que llega los fines de semana de septiembre al Teatro del Barrio, en Madrid, con una versión extendida.

De la Rosa pasó por la escuela de Cristina Rota, se convirtió en un rostro conocido con el personaje de Toni Colmenero en la serie Aída Aíday la película Días de fútbol, ha participado en más de 20 películas y otros tantos montajes teatrales. Quizás su labor como dramaturgo sea menos conocida, pero también lleva más de dos décadas delante y detrás del escenario del teatro independiente; además de dirigir su propia compañía teatral, Radio Rara. Con su equipo ha puesto en marcha, Los años rápidos, donde relata la historia de una familia del barrio de Verdum (uno de los que integran el distrito de Nou Barris) a través de tres escenas que ocurren en tiempos diferentes: el presente, el pasado y una mezcla de ambos como vaticinio del futuro. Dos hermanas (Cecilia Solaguren y Sandra Collantes) se encuentran al cabo de 25 años para vender el piso familiar y coinciden con su tercera hermana, una transexual que había sido bautizada con el nombre de Rubén. La herencia se convierte entonces en una excusa para solucionar rencillas y escuchar al pasado. 

Pregunta. ¿Qué diferencias hay entre esta versión de Los años rápidos y la estrenada en el festival Surge el año pasado?Los años rápidos

Respuesta. En Surge no se estrenó en su totalidad, sino que hicimos una pieza corta. No obstante, nos quedamos tan enamorados de la función y gustó tanto que teníamos ganas de ir más allá. Desde hace mucho tiempo yo tenía en mente la idea de trabajar sobre el pasado, el presente y el futuro; sobre el paso del tiempo y cómo afecta a las personas, con lo que te quedas y con lo que no. Teníamos escrita la escena del reencuentro de las hermanas, después hicimos la escena de los padres y, finalmente, yo propuse a los actores el reto de hacer una tercera escena, que tuviese lugar a la vez, en la que pasado y presente se juntasen.

P. ¿Qué tiene esta obra de autobiográfica?

R. Muchísimo, hasta el punto de que me da vergüenza cuando la veo y se nota tanto que lo que cuento lo he vivido yo. Hay mucho, primero, porque la ideología y la manera de pensar del creador tiene que salir en sus obras, si no, no sería teatro vivo. Yo creo que todo se tiene que reflejar, incluso el proceso puede resultarte muy sufrido al darte cuenta de que piensas de una determinada manera. Creo en la dramaturgia como sanadora: escribes lo que piensas, arreglas el texto y, de paso, mejora también tu manera de pensar.

Por otro lado, también hay mucho de mí porque se basa en mi biografía, en lo que yo pienso y en los barrios. Yo crecí en un barrio de Barcelona [La Guineueta] muy parecido al que se retrata aquí, aunque no se hable directamente de Barcelona en el texto. También hay muchas referencias ya no mías sino de todos los actores, a los que irremediablemente les vienen recuerdos de sus padres. Por ejemplo, esa cosa de los padres de barrio de los años ochenta que se iban a trabajar muy tempranito y dejaban la moneda de 20 duros o de 50 para que los chavales se comprasen su bocata y las llaves de casa.

P. ¿Qué le ha quedado de esa vida de barrio?

R. Muchísimas cosas. Yo creo que la pobreza y la riqueza desgraciadamente, o afortunadamente, no tiene que ver con el dinero, sino que hay riqueza y pobreza de muchos tipos. Por eso, en la obra hablamos de lo que significa la herencia: es emocional, es el afecto, es cómo te relacionas con los otros, es el amor, es lo que uno ha tenido, son esos padres que se matan a trabajar para dejarte un piso… ¿la herencia es el piso o todo lo que han luchado?, ¿qué haces tú con eso? De ahí que en la tercera escena las hermanas, como tienen el pasado compartiendo escenario, no les queda más remedio que escucharlo, y si escuchan, modifican [su conducta]. En eso sí hay muchas cosas de mí.

P. En una entrevista contaba que, para encajar, cuando vino a Madrid se inventaba que sus padres eran abogados o que había tocado en un grupo de música de Barcelona, ¿en qué momento y por qué dejó de fantasear con sus orígenes?

R. Estaba tan chalao [ríe]. Fíjate que un día un psicólogo me dijo que lo mío era un milagro porque obedecía a la cabezonería de ponerme del lado de vivir, de hacer, o hacerme, y de construir. Por eso me siento muy identificado con el personaje transexual de la obra. Yo no tenía herramientas, estaba en el barrio y decía: ‘ay, pues yo quiero ser actor y quiero hacer teatro y tal’, pero era como una locura que me dió después de haber ido al cine, donde había visto algo mágico que no pasaba donde yo vivía, que era muy fuerte. Cuando llego a Madrid y a la escuela de teatro, mi instinto de supervivencia se inventó un pasado durante un tiempo, chorradas, hasta me inventé que era del grupo Parchís, en cada conversación surgía algo [ríe]. Pero de repente, en las clases de Cristina Rota, lo primero que se aprende es tu relación con la verdad. No puedes ser actor si no tienes una relación con la verdad, y eso para mí fue muy sanador porque tenía que empezar a hacer un monólogo desde lo que yo era y tenía que hablar de la realidad. Eso, unido a otras cosas, fue lo que me ha llevado a pensar hoy en día que el teatro me ha salvado.

P. ¿Qué relación cree que tiene que tener la política con el arte?

R. En mi cabeza, que es muy polémica, no hay debate. Todo es político, todo. En el momento en el que cuentas una historia ya estás haciendo política porque es tu punto de vista. Es absurdo decir que no se puede mezclar arte con política. Williams o Chéjov nos estaban contando algo, incluso cuando hacen una comedia también cuentan algo. Es el ejemplo de las diferencias que hay según quién monte Casa de Muñecas: o Nora se va de casa porque es una hija de puta que no quiere cuidar a sus hijos (esto si es un machista quien está al frente de la obra); o si la hace alguien con una temperatura, que analiza y entiende el texto, y salva a esa mujer porque entiende que la han educado como una muñeca, que no quiere putear a sus hijos y prefiere vivir y sufrir sola. En la diferencia de ser una puta a una sacrificada hay un abanico tan amplio como directores de escena.

P. ¿Cómo vive un catalán, hijo de inmigrantes, el proceso independentista?

R. Es un sitio muy extraño. No me paro tanto a pensar si Cataluña merece, quiere o debe ser independiente porque me parece que todo lo demás es tan ruidoso, y para mí tan triste, que se me escapa. Me encantaría plantearme independencia sí o no, pero como veo tanto alrededor que me produce estupor no puedo irme hasta el debate real, no lo encuentro lógico. También pienso que no me siento muy de nada: yo nací en Barcelona, amo Barcelona, me he criado en las Ramblas, la película que más he visto en mi vida es Los Tarantos, de Franciso Rovira Beleta –que no puede ser más catalana por las Ramblas y más andaluza por Antonio Gades bailando-. Tengo todo a flor de piel: he crecido con Serrat y con Lole y Manuel, viendo programas en catalán y después la Bola de cristal. Lo único que hacen es situarme a mí y a mucha gente en tierra de nadie, esa es la sensación que tengo. Se me mezcla todo y tengo familia independentista porque mi madre se casó con malagueño, pero sus hermanas nacieron allí y se creyeron catalanas. Tengo primos que parece que fundaron Cataluña y Aragón [ríe].

Mira si el momento es complicado y difícil que mucha gente se identificó como catalanista cuando significaba ir en contra del régimen de Franco y te tenías que ir a cantar a Sudamérica y te censuraban en TVE. En ese momento también se posicionó muy bien el entorno. Sin embargo, ahora cuesta mucho encontrar gente que diga: me siento catalán, pero no pasa nada si también me siento español o europeo. A mí me cuesta decir soy español. Pero es que le cuesta también decirlo a un español. Somos un país que se ha puesto más la bandera americana en la ropa cuando se ha puesto de moda que la española.

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P. ¿Y cómo ves Cataluña culturalmente?

R. Está muy empobrecida, no es la Cataluña de las telas y la industria de los años veinte, ni la del puerto, ni la editorial, ni la que luchaba por sobrevivir en los cincuenta, ni la libertaria de los setenta, ni la de los teatros de los ochenta. Es una Cataluña rara, cateta, más comercial y turística que nunca, en el sentido feo de la palabra. Aunque luego es muy bonita y muy bella. Una ideología sin cultura se hace muy rara.

 

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