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Teatro

En este 'Hamlet', el público es Ofelia

Alejandro Pau como Hamlet y un espectador como el rey fallecido en 'Hamlet entre todos', de Carlos Tuñón.

El Hamlet de Carlos Tuñón es Alejandro Pau, un príncipe de Dinamarca más joven que el original —suele ser al contrario— que aguanta sobre sus hombros el peso del contradictorio y misterioso personaje de Shakespeare. Ofelia, Claudio, Gertrudis y Horacio... Bueno, ellos no están en nómina. Cambian cada noche y son multitud. Porque son el público. El título de la versión lo deja claro: Hamlet entre todos. Y aquí el respetable se gana el sueldo que no le pagarán dando cuerpo, en grupo, a los principales personajes de la tragedia. Añadan música en directo tocada por el multifacético Pau, el texto original íntegro y una duración de cuatro horas. No es Hamlet el único que se ha vuelto loco aquí. 

Y, sin embargo, defiende Tuñón a pocas horas de estrenar la apuesta en Madrid (solo viernes y sábado en la sala Cuarta Pared de Madrid, pero esperan hacer gira), el proceso de construcción de este Shakespeare sui generis ha sido "natural". "Llegué a la idea de que a Hamlet, durante toda la obra, el resto de personajes se dedica a intentar descifrarle, desentrañarle, ver qué pasa con él. Es como si tuviéramos a Hamlet en el centro del escenario", cuenta, "con los demás como público". Y la compañía, Los números imaginarios, lo ha llevado literalmente a escena.

Cuando los espectadores entran por la puerta son divididos en cuatro grupos. Los hombres adultos serán Claudio, tío del protagonista, asesino de su padre y nuevo esposo de su madre. Esta última será interpretada por las mujeres adultas. Las jóvenes serán Ofelia, enamorada del príncipe. Los jóvenes, Horacio, el único amigo de Hamlet al que este trata con respeto. Aquellos que lo deseen podrán elegir un grupo que no se corresponda con su género y edad. Y allá vamos. Para guiarles está la guardia del príncipe, siete personajes que figuran en el original y que aquí sirven también para acompañar y orientar al público (entre ellos, el propio Tuñón). 

La obra comienza, como en el texto original, en la boda entre Gertrudis y Claudio, hasta ahora cuñados. El cuerpo del rey Hamlet fue sepultado hace solo dos meses ("¡Ni siquiera dos!", objetaría su hijo). Ahí, en la fiesta, se encuentran los espectadores, a los que se les pide ir vestidos para la ocasión, aunque "no se exige etiqueta". Se reparte alcohol y tarta. Se ríe, se aplaude, se bebe, se canta. A Tuñón le gustan los banquetes. Los usó también en La cena del rey Baltasar (2014), auto sacramental de Calderón de la Barca que el joven director y dramaturgo (joven era también el autor cuando escribió el texto) situaba literalmente durante una cena. El público se sentaba también allí a la mesa. "Ahí empezamos a pensar en la relación con el espectador y en cómo generar experiencia", recuerda. "Pero también comenzó nuestra reflexión sobre el repertorio clásico, que para nosotros es básico".

Desde entonces han atacado también el Don Juan —de Zorrilla, de Tirso, de Molière, de Byron, de Montherlant y de Espronceda—, en una versión interpretada a lo largo de toda la noche de San Juan, ocho horas y media de producción, por las calles de Alcalá de Henares, arrastrando de aquí para allá a 80 personas. La última noche de Don Juan se preparó durante seis meses y solo se representó una vez, el pasado 23 de junio. A Tuñón no parece importarle. Y con razón escribía Javier Vallejo, crítico para El País, sobre Baltasar: "Lo mejor de nuestro teatro clásico está por redescubrirse, y en ello anda una generación de directores y actores jóvenes (...). Tratan a Lope y a Calderón como a contemporáneos suyos, sin olvidar que cuando escribieron Los locos de Valencia o La vida es sueño tenían la edad que tienen ellos hoy".

 

Alejandro Pau como Hamlet en Hamlet entre todos, de Carlos Tuñón, y una espectadora de la obra.

¿Le han perdido el respeto a los clásicos? "No hemos tenido miedo nunca, pero sí tenemos muchísimo respeto", puntualiza Tuñón. Asegura que es la reverencia por las obras cumbres, y no su cuestionamiento, lo que les lleva a tirar de ellas, a llevarlas en direcciones insospechadas. "Asumimos el clásico como una especie de centro neurálgico en torno al que podemos movernos. Las palabras resuenan en nosotros de una manera muy concreta pero muy porosa, las asumimos como nuestras", reivindica. ¿Cómo, no hay una desconfianza de la palabra en estas puestas en escena casi rituales? Para nada: "Nosotros somos ante todo amantes del texto, y queremos un espacio en el que se haga carne pero de verdad. Cada vez que yo veo decir textos con mucha distancia, pienso que no se les está haciendo justicia".

Pero volvamos a Hamlet. Todos siguen ahí, en la boda, porque ni el público ni los personajes a los que interpretan cambiarán de tiempo ni de espacio. Tuñón se pregunta si no será todo lo que acontece al príncipe "una proyección, el delirio para justificar el dolor y el sufrimiento". ¿Y si quienes le rodean fueran para él, como dicen en el programa de mano, "fantasmas que le recuerdan su crimen, su egoísmo, su cobardía, su mediocridad, su dolor, o simples espectadores que le desafían"? Podría parecer, en el montaje, que la comedia que tiene lugar dentro de la comedia —esa pieza que Hamlet manda representar para sorprender a su tío— se extendiera más allá de los límites de la obra. Como si todo fuera escenificación, theatrum mundi, excepto el propio Hamlet. Y no al contrario. 

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El director, también traductor y adaptador de la obra junto a Pau, asegura que el hallazgo de los personajes colectivos no es solo una pirueta formal, sino que enriquece la obra. "Si tengo a 20 Horacios, 20 Ofelias, 20 Gertrudis, tengo a todas las posibilidades de cada personaje. El convencido y el escéptico, el entregado, el que escucha, el que no...", defiende. Pero , ¿cómo dirigir a unos actores a los que solo se va a ver una vez? Tuñón ha ideado varios dispositivos. El primero, el texto. Los espectadores leen fragmentos sobre escena: "El espectador se siente involucrado al pronunciar las propias palabras, al escucharse pronunciarlas. Y están haciendo Hamlet, no es cualquier cosa, tiene un peso. Hay algo muy contundente en darle al público este poder, y que lo asuman con placer".

Luegon están las acciones pautadas, que conducen la acción de la escena y que Tuñón considera "muy vinculadas con la fábula": aquí se oficia la ceremonia de matrimonio entre Gertrudis y Claudio, aquí los Horacios juran lealtad a Hamlet, aquí el príncipe le canta una canción a Ofelia. Ah, porque hemos dicho que hay música. Alejandro Pau toca "Creep" de Radiohead, "El rey" de José Alfredo, "Tonada de luna llena" de Simón Díaz y otras muchas, complementando la verborreica tendencia del príncipe. Y el director no tiene empacho en comparar la función con un concierto: "La gente, para un concierto, se compra su entrada con meses de antelación y hace cola durante horas. Pero pasa que la gente va al teatro como una cosa intermedia entre la tarde y cenar. Queremos generar algo lo suficientemente interesante como para parar el tiempo. Que no haya más experiencia que esta". 

No les da miedo la duración de cuatro horas —el texto original debería de alargarse más o menos lo mismo— en un contexto en el que una función de dos ya se considera larga. A los programadores sí les incomoda un poco más. "Es una apuesta y es un salto de fe, pero yo considero que en algunos casos se debería dar para que pudieran moverse las cosas", lanza Tuñón. De todas maneras, aclara, no están interesados en hacer temporada, en permanecer en una misma sala durante un tiempo: "Es como si [la música] Silvia Pérez Cruz tocara todos los días en el mismo sitio, no se entendería. Nosotros no queremos que esto sea una rutina, una oferta más entre muchas". Confían en poder moverse, como han hecho hasta ahora, de feria en feria, de Cataluña a Galicia, y de sala en sala. También pasa otra cosa: cuatro horas al día, cinco días a la semana durante un mes, y Alejandro Pau se les queda en el sitio. Y un Hamlet sin Hamlet... Bueno, todo es ponerse. 

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